Los cálculos macabros de Ortega con el Covid19
Enrique Sáenz
¿A qué apuesta Ortega con esta gestión criminal de la pandemia?
El imaginario popular nicaragüense esgrime distintas explicaciones que van, desde quienes consideran que se trata de una maquinación para eliminar a los nicaragüenses de tercera edad para que el INSS se ahorre el pago de pensiones; pasando por quienes exponen que es una estratagema para eliminar a los remanentes del viejo sandinismo; hasta quienes afirman que de tanto repetir mentiras, rezos, jaculatorias y conjuros la pareja terminó por creerse sus propias patrañas, y ahora están convencidos de que gozan de investidura divina y ese poder santificado acabará con la pandemia.
No pueden soslayarse quienes sostienen que la pareja acordó un “pacto con el diablo” que les exige una cuota de vidas humanas.
García Márquez, en una de sus crónicas sostiene que en nuestras latitudes las realidades son tan desaforadas que desbordan toda imaginación, y toda palabra resulta insuficiente para describirla. Estamos ante una de esas situaciones. Solo que esta realidad está preñada de tragedia.
Nuestra opinión es más terrenal. A nuestro entender, lisa y llanamente Ortega apuesta al caos.
El dictador tiene un solo propósito existencial: perpetuarse en el poder, cueste lo que cueste. Así que su cálculo macabro es que una situación de caos favorecerá condiciones para su permanencia, pues considera que no habría una fuerza política, económica o social con la voluntad o con la capacidad de desafiar su poder.
Así, según las circunstancias externas e internas, tendría a mano dos opciones: posponer las elecciones o fraguar un nuevo circo electoral, bajo sus propias imposiciones, la cuales incluyen la posibilidad de reformas electorales cosméticas.
¿Le importan a Ortega los miles de nicaragüenses que están falleciendo o que puedan fallecer? ¿Le importa que entre los fallecidos vayan también sus seguidores?
Si de este modo se abona al caos y este le facilita mantenerse en el poder, no le importa. Son como los costos humanos y materiales en una guerra: sacrificios necesarios.
¿Cuáles son las “bases de cálculo” en que Ortega apoya esta apuesta diabólica?
La primera se refiere a la comunidad internacional. Parece claro que su estimación inicial fue que la pandemia era motivo suficiente para que los gobiernos concentraran su atención en aliviar las urgencias económicas, políticas y sociales de sus países.
En este plano sus cálculos hasta ahora están resultando equivocados. Estados Unidos, la OEA y la Unión Europea no cesan de propinar golpes políticos. La sanción al jefe del ejército es el mensaje más poderoso de los últimos tiempos. Se anuncia que están en camino nuevos golpes. Sin embargo, no podemos descartar que Ortega eleve algunos globos que le permitan estirar o encoger para llegar al 3 de noviembre, con la expectativa de que un triunfo de Joseph Biden en las elecciones norteamericanas afloje la presión y vuelvan los tiempos condescendientes de Obama.
No es muy sólida esa expectativa porque Ortega es uno de los poquísimos casos que suscita firme consenso entre republicanos y demócratas. Con todo, la permanencia de Maduro en Venezuela exhibe los límites de la comunidad internacional frente a un grupo mafioso aferrado al poder.
Su siguiente medición es interna, con los señores de los grupos económicos locales más acaudalados. Los conoce muy bien y sabe dónde tienen su lado flaco. Está llevándolos al borde del abismo en procura de que más tarde o más temprano terminen buscando o alentando un entendimiento. Según algunos decires esos arreglos hasta ahora no terminan de concretarse porque el precio que les está exigiendo es muy alto.
Su tercer cálculo es con las organizaciones opositoras. También les tiene tomada la medida. Está debidamente informado de los intereses encontrados, las ambiciones cruzadas y las contradicciones punzantes. Tiene clavadas sus fichas en los espacios opositores y apuesta a que, llegada la hora, les pasará lo de los pollitos del cuento de Pedro Joaquín Chamorro, relatado por Mundo Jarquín.
El cuento es que un circo tenía como acto estelar unos pollitos amaestrados que, al son de un minué, marcaban el paso y levantaban la patita, una vez para un lado, otra vez para el otro. Toda la gente maravillada con los pollitos amaestrados. Pero un bandido regresó al circo la siguiente noche, espero el acto de los pollitos, sacó de su bolsa un puño de sorgo y lo lanzó. Los pollitos se olvidaron del compás y corrieron detrás de los granos de sorgo. Hasta allí llegó el minué.
Un retrato anticipado de lo que puede pasar ante un circo electoral bajo las condiciones de Ortega. Esperemos que no ocurra y que se mantengan firmes. No obstante, el cielo luce nublado. Ya veremos.
El cálculo más diabólico es con las muertes. ¿Recuerdan el discurso de Ortega cuando reapareció el 15 de abril?
Comenzó a recitar cuántos nicaragüenses morían por ahogamiento, por accidentes de tránsito, por suicidios, por ataques cardíacos. Después comparó estos números con la cifra de fallecidos por coronavirus, que ellos mismos inventaron. Sus cálculos mostraban que morían mucho más nicaragüenses por causas ordinarias pues, al fin y al cabo, el coronavirus no era más grave que una tos chifladora. Y que de todos modos no importaba, porque los nicaragüenses nacían por miles. Nos exhibió su forma de razonar. Quienes no lo entendieron, no lo entendieron.
Pensó que podía enturbiar las cosas falsificando cifras, contando con la complicidad de la representación local de la OPS, unido a la confusión internacional, la movilización de sus seguidores y la represión. Pero estos cálculos macabros están resultando fallidos tanto en el plano internacional como en el plano nacional. La pandemia se ha salido de control, las expresiones de descontento se generalizan y comienzan a surgir focos de resistencia. El más visible es el de los profesionales de la salud. Mientras, la crisis socioeconómica se agudiza, profundizando el malestar social.
Es una desgracia que este episodio trágico represente una oportunidad política para enfrentar y derrotar a Ortega. Pero la vida es así. También es parte de la desgracia que la mezquindad, la ceguera y la incompetencia de organizaciones y “dirigentes” opositores les lleve a ocupar más tiempo discutiendo cómo van a decidir ilusorias reparticiones de cargos, que acercarse a los problemas de la gente y del país.