Los desalmados, los fanáticos y los seguidores
Enrique Sáenz
El diccionario define la palabra desalmado de la siguiente manera: persona que comete acciones crueles sin mostrar pena o compasión. El diccionario agrega las expresiones cruel e inhumano. En lenguaje popular la palabra desalmado se asocia a sujetos sin alma.
Pero esta no es una lección de gramática… ¿De qué estamos hablando? Estamos hablando de los desalmados de la camarilla en el poder, a quienes la definición de la palabra les cae como anillo al dedo.
Si bien la masacre perpetrada para sofocar a sangre y fuego las protestas de abril del 2018 mostraron al mundo que esta camarilla es eso que el diccionario define como desalmados, crueles e inhumanos, con la pandemia lo desalmado está llegando a extremos inauditos, por lo indiscriminado, por lo masivo y por el sadismo que acompaña su conducta criminal.
La muestra más siniestra de lo desalmado que son estos sujetos es que enviaron y siguen enviado a la muerte y al sufrimiento a sus propios seguidores.
Obligan a maestros y escolares a seguir asistiendo a clases mientras ellos protegen a hijos y nietos. Obligan a trabajadores del Estado a asistir a sus dependencias y participar en actividades políticas o festivas, mientras ellos permanecen refugiados en sus mansiones. Ni la cabeza sacan.
Se negaron a que médicos y trabajadores de la salud se protegieran siquiera con mascarillas y ahora, en centros de salud y hospitales, el personal médico y paramédico carece de equipos y materiales mínimos de protección, a pesar de las fanfarronadas del mandamás. Ni siquiera tienen ya las libras de cloro que el monarca mencionó en sus alocuciones, porque según él, el cloro se repartía por libras.
Envían al contagio y a la muerte a sus seguidores, y mortifican a sus familias al obligarlos a mentir o imponiendo silencio sobre las causas de los fallecimientos. Primero intentaron ocultar las muertes. Después siguieron con entierros clandestinos. Ahora escarnecen la memoria de los difuntos al falsificar las causas de los decesos. Y estamos hablando de personas que mantuvieron hasta el final su fidelidad al mandamás. Son unos desalmados.
Sin embargo, son ya tantos los seguidores fallecidos, con prominencia a nivel municipal, departamental o nacional, que las falsedades con que se pretenden ocultar son tan grotescas que más bien se están transformando en un búmeran que está socavando la confianza de sus propios creyentes. Se puede engañar a todos con el tiempo, pero con el tiempo no se puede engañar a todos.
A estas alturas de la tragedia, miles de seguidores de Ortega, que antes creyeron a ciegas en sus patrañas, están comprobando dolorosamente, en medio de la desgracia, el sadismo de las falsedades y embustes que durante años vinieron envenenando mentes fanatizadas y las mentes de incautos.
Sadismo porque ante la desgracia y el sufrimiento de las familias dolientes es una burla macabra pretender falsificar la realidad de la muerte y de sus causas.
En otras ocasiones hemos mencionado que los asesinos y fanáticos no tienen remedio, pero hay seguidores de Ortega cuya responsabilidad ha sido creer en la palabra de su líder. Nuestra obligación, por una cuestión de humanidad, pero también de autoprotección, es llevarles la verdad. Ayudarles a que terminen de arrojar la venda de los ojos. Ahora es más fácil pues la trágica realidad se exhibe desnuda en el luto de las familias y en los ataúdes que ya no pueden escamotearse en la oscuridad de la noche.
Pero también hay otra hipocresía lacerante en esta tragedia que debemos remarcar: Los enfermos de la cúpula en el poder tienen el privilegio de ser atendidos con exclusividad en el hospital militar, con buenos especialistas, buenos equipos, oxígeno y medicamentos suficientes y de calidad.
Pero un Juan Pérez o una María Pérez, seguidor de Ortega, en cualquier barrio, en un municipio o departamento, por muchas banderas que haya enarbolado, por muchas rotondeadas que haya hecho, por muchas marchas en que haya participado, no tiene esa oportunidad.
Ya no hay camas en muchos hospitales públicos, ni oxígeno, ni pruebas que les acallen las dudas, ni medicinas apropiadas. Y de día en día, desgraciadamente, la situación va empeorando.
Desalmados que bajo el discurso hipócrita en favor de los pobres los condenan al desempleo, al subempleo y, por último, a morir en la calle o asfixiarse en sus casas.
Así, a Juan Pérez y María Pérez les pagan el precio de su credulidad con el desprecio de los cabecillas del régimen.
Y todavía los farsantes y desalmados proclaman a nivel internacional que en Nicaragua la pandemia está bajo control.
La tragedia ha desnudado a los desalmados en su crueldad, en sus mentiras y en las groseras desigualdades entre la cúpula y los seguidores que todavía le quedan. A nosotros corresponde, con el mensaje de la verdad, contribuir a que cada día estos seguidores sean menos. De esta manera nos acercamos más al entierro de la dictadura.