Los “disparos” a la Alianza
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Empiezo declarando mi disgusto con el término. Disparar, cuando se intenta debatir desde plataformas que propugnan por un Estado democrático en Nicaragua, no es un término adecuado; tiene el lastre bélico propio de los discursos de una tradición militarista de la que no se escapa la llamada izquierda revolucionaria, que lamentablemente ha devenido en el culmen paradójico de esa tradición autoritaria y elitista que ha cubierto de desgracia toda la historia de América Latina.
Desde 1979 no le disparo a nadie, literalmente. Me veo obligado a usar el término partiendo del sentido figurado propuesto con cierta malicia por los más oficiosos defensores de la estrategia política dominante en la Alianza Cívica. En ese sentido lo asumo para declarar públicamente por qué le “disparo” a esa estrategia y a su origen. Permítanme sin embargo hablar primero del origen; después de la estrategia y los “disparos”.
Sobre el origen me limito a recordar que las características de nuestra sociedad a lo largo de dos siglos han estado permanentemente afectadas por la influencia sucesiva (¿o paralela?) de caudillos militares codiciosos e implacables, y conglomerados oligárquicos mezquinos, insensibles y políticamente blandengues. En suma: grupos de poder reacios a modernizarse, tratando de perpetuar en nuestra cultura patrones de conducta afianzados en una mentalidad que mezcla reminiscencias feudales, seudoaristócratas y caudillistas.
De una u otra forma, aunque en mi opinión bastante tarde, eso ha empezado a venirse abajo hasta hoy. No desde 1979, como muchos repiten, pues las dos décadas posteriores a ese año paradigmático en nuestra precaria “modernidad” solo marcan el inicio de su completa descomposición. Después del 2000 las generaciones de nicaragüenses ya no solo empezaron a verse afectadas por la influencia mezquina y dominante de las élites, sino también por una nueva cosmovisión alimentada por la hiperinformación propia de la era digital.
Hasta entonces eso había sido, primero, privilegio de las élites, especialmente de las mejor informadas; pero luego empezó a serlo también de los grupos de clase media que empezaron a ampliarse desde mediados del siglo veinte o poco antes; hasta llegar a la eclosión masiva de nuestros millenials. Eso ocurrió apenas en abril 2018, y como todos hemos visto implica la irrupción de nuevas mentalidades que pugnan por nuevos patrones de conducta con los cuales construir la sociedad que necesitan.
Por eso encuentro en sus propuestas los más propios argumentos para explicar esos “disparos”. De lo que ellos mismos debaten obtengo suficientes insumos como presunto “francotirador”. Me es imposible negarlo. No hablo ni escribo en mi propio nombre, sino en nombre de lo que ellos mismos están dejando marcado con sangre y sufrimiento.
Desde su infancia y adolescencia esos nuevos nicaragüenses han sido testigos del proceso de consolidación de una dictadura que, como ya ha ocurrido otras veces, ha enriquecido insólitamente a su círculo familiar y ha manifestado todo el tiempo su desprecio por las leyes. Una dictadura que gobierna desde la más absoluta discrecionalidad y ejerciendo los métodos más crueles y salvajes de represión.
Como nuevos ciudadanos con conciencia de serlo, han demostrado con hechos su plena convicción y determinación de no permitir que vuelvan a instaurarse en Nicaragua regímenes autoritarios. Como ciudadanos hiperinformados están conscientes de que la consolidación de ese tipo regímenes y el desdén de los gobernantes por las leyes ha derivado siempre en los ciclos de violencia que se repiten en nuestra historia.
Saben que esto ha terminado casi siempre en cambios bruscos o violentos de poder, y saben que cuando se han producido esos cambios, lo que ha seguido casi siempre es el reemplazo de un gobierno autoritario por otro igual o peor. Saben que una revolución verdadera es aquella que da legítimo poder a los ciudadanos a través de instituciones que garanticen el control de los gobernantes, que garanticen estabilidad y seguridad ciudadana.
Saben que las riquezas producidas en una estabilidad política y social con desarrollo económico, deben satisfacer y beneficiar a la mayor cantidad posible de nicaragüenses, y no a élites mancomunadas para sojuzgarlos, como hasta ahora ha estado ocurriendo. Saben que es necesario establecer, aquí y ahora, un sistema estable en el que la alternancia en el gobierno de las distintas opciones políticas no interrumpa el funcionamiento del Estado.
Se han levantado, han protestado, han marchado, han sido perseguidos, capturados, encerrados, torturados, y han huido masivamente al exilio porque quieren la instauración y consolidación de un sistema en que el poder y quienes lo ejercen no puedan evadir el escrutinio público ni ser tentados por la discrecionalidad.
Quieren un sistema en el que los gobernantes y quienes ejercen cargos de servicio público se subordinen a las leyes y estén sujetos al control de su acción pública a través de normas jurídicas y por medio de una libre e irrestricta libertad de expresión y de prensa.
Están contra la corrupción, los abusos, arbitrariedades y atropellos de los poderosos. Comparten con la mayoría de ciudadanos (que en gran parte son ellos mismos) la necesidad de que en Nicaragua funcione un verdadero Estado Derecho, con instituciones democráticas funcionales. Están por la no reelección presidencial y por la anulación de la concentración desproporcionada de poder en el Ejecutivo sobre los otros poderes del Estado.
Están por fortalecer (que quiere decir democratizar) el funcionamiento y el proceso de relaciones entre nuestras instituciones públicas. Están por la erradicación de esa endémica inclinación de nuestra clase política a entronizarse en los cargos públicos y a concebir su acceso a la administración del Estado como la adquisición de una hacienda personal.
Saben todo eso y no ha sido necesario que ningún político o intelectual esclarecido se los presente como la buena nueva de una improbable redención. Pero también saben que el gran capital privado nicaragüense ha participado, a espaldas de todo control y a puertas cerradas, del correlato económico-financiero del régimen dictatorial de Daniel Ortega, Rosario Murillo y sus hijos.
Saben que esas élites económicas han estado confabuladas con ellos, aunque hayan tomado ahora distancia del régimen. Y saben que sus operadores y representantes, sus “ejecutivos” en la sucia política, han desplazado ahora a los verdaderos protagonistas que propugnan por el cambio, y que incluso han logrado hacer a un lado la acción mediadora de la Iglesia Católica y reducir la presencia de garantes internacionales en el teatro de un proceso “negociador” cuyo guion amañado comparten, una vez más, con el régimen.
Están claros de que estos grupos económicos han legitimado y fortalecido la posición del régimen Ortega Murillo, y de que su propósito final es que la esencia del sistema que ha permitido la entronización de cúpulas de poder y regímenes autoritarios y excluyentes permanezca incólume ante un inminente cambio en Nicaragua.
Están conscientes de las serias críticas y el cada vez más generalizado rechazo de la ciudadanía a ese teatro y a quiénes están intentando timonear el rumbo de las cosas. Pero también están conscientes de que son ellos mismos, junto al resto de ciudadanos organizados, y no el poder económico ni los partidos políticos legalizados y domesticados por el régimen de Ortega, quienes deben imponer sus exigencias y aspiraciones por una nueva nación.
Yo los veo, los leo, los escucho. A cada momento. La era digital me lo permite. Por eso estoy totalmente seguro de que, tanto ellos como la gran mayoría de la ciudadanía nicaragüense, que a la larga son ellos mismos, no concibe un futuro político nuevo en Nicaragua mientras no cambie el sistema que actualmente sostiene a la dictadura.
Que yo diga, opine o escriba cosas como que la Unidad Nacional Azul y Blanco debe demostrar que no está atada a la oscura influencia de los millonarios agazapados tras la Alianza Cívica, y que tiene la suficiente fuerza, capacidad organizativa y de movilización como para elevar al máximo la presión social en el tiempo necesario; no es ningún “disparo” artero. Es lo que, según creo, espera esa generación y la gran mayoría de nicaragüenses.