Los tres “botones” de Ortega [Cómo evitar la catástrofe]
Oscar René Vargas
A partir de abril 2018 se inició una época política de virajes abruptos. Hay que aprender a seguirlos atentamente para no tropezar, cometer errores y romperse la cabeza. La historia política reciente atestigua que la Coalición Nacional no es nada sin los movimientos sociales. Al mismo tiempo, la experiencia demuestra que los movimientos sociales se han convertido en un obstáculo para un pacto político entre los poderes fácticos y el régimen.
La esencia de los políticos tradicionales reside en su desconfianza hacia los movimientos sociales independientes y su tendencia a remplazar la protesta de éstos en las calles por las maniobras desde arriba y los acuerdos tras bambalinas. Hay que estar claro que Ortega está dispuesto hacer con los poderes fácticos y los políticos tradicionales un compromiso, y luego los engañará.
En la lucha política son inevitables los errores. En la oposición real no hay errores sino un análisis erróneo que imposibilita la elaboración de una política correcta para derrotar a la dictadura. Es decir, no se trata de errores empíricos aislados sino una política equivocada.
Los errores, zigzags y tácticas desacertadas han paralizado las energías de los movimientos sociales, combinado con las presiones del gran capital para favorecer una salida al suave y la represión indiscriminada implementada por el régimen.
Una línea política es el resultado de la combinación de la presión del movimiento social, de las condiciones objetivas y el desarrollo de una lógica propia; para tener la capacidad de diferenciar lo importante de lo banal, lo circunstancial de lo permanente, al igual que la paciencia necesaria para crear las condiciones que permitan la derrota del régimen.
La Coalición Nacional tiende a utilizar frases jurídicas y morales, haciendo de ellas un rito, en lugar de analizar la realidad sociopolítica. Desvía la atención de la realidad hacia la ficción, de la lucha social hacia el juego electoral, del choque irreconciliable con la dictadura hacia un arreglo en un hotel o en el INCAE. Este pacifismo de salón no puede evocar otra cosa que desagrado, en todos los ciudadanos autoconvocados.
Algunos miembros de los poderes fácticos repudian al orteguismo en público, a la vez que siguen coqueteando con el régimen en privado. Piensan que Ortega impide que el movimiento social los desborde, pues si se quiebra ese eje, todo el sistema puede caer a pedazos. En el fondo, ellos piensan que Ortega sigue siendo un factor de estabilidad para el sistema. No comprenden que impulsar la política de la preservación del equilibrio entre dos campos irreconciliables favorece a la dictadura.
Afirmar que Ortega es demagogo, mentiroso y loco es cerrar los ojos para no ver el peligro de que pueda mantenerse en el poder. Se requiere algo más que histeria para conservar el poder, tenemos que estar claros de que, dentro de la locura del régimen, existe un plan. Si hay mucho de fantástico y delirante en la política del régimen, eso no significa que Ortega sea incapaz de sopesar la realidad: su fantasía y su delirio se adecúan perfectamente a sus verdaderos objetivos políticos, aunque su discurso político sea una mediocridad realmente lamentable.
Ortega se ha visto obligado a construir un círculo íntimo dentro de la propia nomenclatura; es decir, un estrecho círculo de fieles incondicionales. Esta lógica lleva al régimen a socavar su propia base social. Con cada error de la política económica o sanitaria que comete, el régimen elimina o desmotiva a sectores enteros de su base social.
Cuanto más aprieta Ortega el torniquete, más claramente aparecen las fisuras al interior de sus seguidores. El principal objetivo del torniquete es ahogar a los movimientos sociales y al disenso interno del partido de gobierno dada las precarias condiciones actuales. La política delirante orteguista en la crisis sanitaria también devora a sus propios seguidores.
Ortega tiene tres botones en su poder, uno rojo, uno amarillo y uno verde. El botón verde significaría el fin inmediato de la dictadura, lo que nunca va a hacer; sería suicidarse. El único que puede apretar el botón verde es el movimiento social insurrecto. Los otros dos botones suponen la continuación o prolongación de la crisis de otra manera ¿Cuál pulsará?
Si Ortega pulsara el botón amarillo de unas elecciones transparentes, para muchos miembros de los poderes fácticos la crisis sociopolítica terminaría inmediatamente aumentando la posibilidad de un acuerdo políticos y permitiendo una recuperación del crecimiento económico.
Sin embargo, en ese escenario, Ortega manifiesta no tener todavía todas las garantías suficientes para que su capital sea respetado ni se aseguran la impunidad para él y su círculo íntimo de poder. Dado que no hay presión social interna y no existe la voluntad de renunciar al poder, lo más probable es que no apretará el botón amarillo.
Si Ortega elige el botón rojo, igual a elecciones no transparentes, esa escogencia llevaría al país al despeñadero. Esa opción significará más represión interna, la búsqueda de neutralizar la presión internacional a través del juego político con los partidos “funcionales o zancudos” y ganar tiempo esperando los resultados del Consejo Permanente de la OEA y la elección norteamericana.
Es la opción que más le interesa a Ortega, por la cual no quiere poner fin a la crisis sociopolítica, solamente quiere ganar tiempo, ya que de esa manera se asegura su permanencia en el poder, su impunidad y la conservación del capital acumulado a través de la corrupción gubernamental y la apropiación privada del dinero venezolano. En ese escenario del botón rojo, preferido por Ortega, hay políticos tradicionales como la Sra. Monterrey, quien dice que la lucha no es para derrocar la dictadura, sino para ir a unas elecciones. Y cuando los partidos “opositores funcionales” o “zancudos” vean que esas elecciones son lo mismo de siempre, sin reformas de la estructura funcional del sistema electoral, van a decir como CxL, cuando las elecciones de la Costa Caribe en 2017: “debemos ir a las elecciones para no perder la personería jurídica”.
El régimen Ortega-Murillo se ve cada vez más obligado a sustituir su constante pérdida de su base social por el aparato policíaco-paramilitar. El orteguismo no recurre a las bandas armadas por capricho, sino porque se encuentra en un callejón sin salida y las necesita para sostenerse en el poder. Si estas personas, Ortega-Murillo y su círculo íntimo, de semejante catadura ética-moral son capaces de autorizar a las bandas paramilitares armadas para reprimir, torturar y asesinar, no serán menos capaces de hundir al país en un desastre de magnas proporciones con tal de conservar el poder.
Si Ortega apuesta por el botón rojo, los altos niveles del desempleo se mantendrían, la inversión seguiría en crecimiento negativo y el nivel de pobreza seguiría aumentando exponencialmente. Sin embargo, el escenario del botón rojo abre la posibilidad de una “implosión” del régimen en la medida que la oposición real implemente una estrategia adecuada para facilitar su expansión.
Todos los grandes períodos históricos parecen sombríos cuando se los mira de cerca. Se romperán muchos engranajes y palancas de la política tradicional. El país retrocederá por la represión, la recesión económica y la crisis sanitaria. Espero que las fuerzas de los movimientos sociales encontrarán una salida para derrotar al régimen Ortega-Murillo.
La permanencia del régimen Ortega-Murillo conduce únicamente a más destrucción del país. Su caída entraña riesgos indudables, pero es la única salida para evitar la catástrofe del país. Los partidos políticos tradicionales no son la locomotora de la democracia, sino su gran freno.
El botón verde está en manos del movimiento social, no de los políticos tradicionales ni de los poderes fácticos que buscan un acuerdo con Ortega para establecer un “orteguismo sin Ortega o con Ortega al lado”.