Mi abuelo, entre su verdad y el espejo
Mabel Cuesta
La autora es escritora y catedrática.
Mi abuelo salió de Cuba hacia Miami en el año 1988. Tenía 63 años y en Cuba siempre había trabajado como chofer. Su migración dejó en nosotros, tres hijos y una nieta, un largo hueco de incertidumbre. Una que se hacía larga cada vez que pensábamos en su edad y falta de formación técnica o profesional.
Pero mi abuelo no estaba solo. Cuando llegó a este lado, sus hermanas y sobrinos -exiliados históricos a quienes habían expropiado en la Cuba de los sesentas casas y negocios- lo apoyaron regalándole un carro, dándole dinero y dejando que él y su esposa (quien no era mi abuela; pero a quien me unía un delicado afecto) vivieran con ellos por un tiempo. Tiempo que por decantación debía terminar -nunca fue buena idea quedarse más de lo cuenta en casas de otros, aunque sean familiares o amigos.
De modo que a la edad de 65 años y sin haber trabajado ni un día en USA, es decir, sin haber cotizado ni un centavo a las arcas del estado, mi abuelo y su esposa solicitaron ayudas a la Seguridad Social y las recibieron. Entre esas ayudas destacaban una pensión vitalicia, seguros Medicare y Medicaid, bonos de comida y un apartamento en el North West de Miami subvencionado por el gobierno. También lo escuché hablar de un comedor al que podían ir a almorzar si lo deseaban. Y ellos iban, más que nada, a socializar porque el sibarita de mi abuelo gustaba de la buena mesa y aquella comida era decente; pero mejor las sazones de su mujer, en casa.
Tanto abuelo Rafael como Zaida fueron sometidos a cirugías y tratamientos de todo tipo -diálisis para unos riñones lastimados por la diabetes, cáncer, Alzheimer y otras dolencias- y también hubieron de experimentar, ambos, hospitalizaciones de días o meses.
De hecho, Zaida falleció en un asilo (2020) y abuelo en un hospital de Miami Dade (2011). Sin embargo, nunca, ninguno de los dos, pagó un centavo. Y mi abuelo alardeaba de ello sin recato.
Lo recuerdo en sus visitas a Cuba en los noventas repitiendo dos frases lapidarias: “¡aquel país es para niños y viejos!” y “¡allí es mejor ser pobre que rico!” Obviamente, intentaba legitimar su verdad frente a nuestra preocupación.
Una vez llegué a USA en el 2006 entendí mejor de dónde salían aquellos generosos beneficios que gozaban mis abuelos. Todo sucedía gracias a las protecciones que pasaron los Demócratas en 1965 en la Cámara de Representantes y el Senado estadounidense. Esa batalla para garantizar la atención médica, las hospitalizaciones y otros beneficios fue liderada por Wilbur J. Cohen quién entonces era Secretary of Health and Human Services de la administración y fue obviamente apoyada por el presidente Demócrata Lyndon Johnson.
A día de hoy no me alcanzaría el tiempo para ponerme a contar la enorme cantidad de amigos y familiares cubanos que han sido beneficiarios -tanto ellos como sus padres- de estas medidas proteccionistas encaminadas hacia el bienestar social de los más vulnerables: esos niños, pobres y ancianos entre los que se contaban mis abuelos. Es por eso que lastima (y mucho) ver a esos mismos compatriotas repitiendo frases tan vacías de contenido o veracidad como “Biden es comunista” o “los Demócratas son comunistas”; cuando en realidad las personas de una izquierda más orgánica en el país (intelectuales, activistas, artistas y otros) se muestran escépticos ante el candidato Demócrata justamente por sus largas filiaciones y actividad centrista.
Duele que cubanos que nunca han aportado dinero a las arcas federales o que han aportado poquísimo por lo envejecidos que llegaron a USA (sí, porque la conversación de cómo llegaron y los privilegios que sigue entrañando la ciudadanía cubana gracias al castrismo y a los Demócratas la dejamos para otro día) no entiendan que están apostando contra sí mismos, contra nuestros ancianos… no parecen escuchar cuando la prensa de investigación y los programas de radio y televisión nacionales nos advierten que tanto dichos fondos como sus consecuentes beneficios han estado amenazados por décadas y su desaparición o privatización parecen estar más cerca que nunca bajo una administración republicana y un senado de igual signo político.
Mi querido abuelo, de estar vivo, estaría votando por Trump y esto lo sé porque sus últimos años los pasó pegado a la televisión y solo consumía las noticias de MegaTV, Telemundo y Univisión. Lo sé también porque abuelo Rafael, quien para más señas era un mulato nieto de una esclava africana, murió apostando por el ticket Republicano ya que de acuerdo a él y a sus proveedores de noticias: Obama era un negro comunista.