Narrativas de terror y desamparo
Jacinta Lacayo
La autora es economista.
<<…puede este momento de abandono y desamparo enseñarnos a madurar como ciudadanía, a mandar a la chingada a ese par de “padres” abusivos e irresponsables, a reconocer que podemos entre todos cuidarnos, crecer, llenarnos de otros afectos, y dejarnos abrazar por la colectividad.>>
El mundo entero habla en este momento del Coronavirus. Anoche revisé las páginas web de varios medios de comunicación internacionales y no había una sola noticia que no tuviera relación con el tema. ¿Qué puede ser peor que la crónica de una muerte anunciada? No poder velar a tus muertos, recibir sus cuerpos, enterrarlos de acuerdo con tus rituales. Eso que, de acuerdo con información de las redes, sucede en Italia, le suma terror al asunto, pues aumenta la sensación de que no solo en la vida, sino también en la muerte somos un número más, gente que pasa por el mundo “sin ton ni son”. Aterrador.
El distanciamiento social, al igual que la quimioterapia en relación con el cáncer, son presentadas como las únicas opciones para hacer frente a la pandemia. Quizá sea así, y no haya otra forma de hacerle frente, pero definitivamente son soluciones con un alto costo a nivel físico, emocional y mental. De hecho, el terror en soledad que sentimos, sobre todo, imagino, los más viejos, puede muy bien desencadenar crisis respiratorias severas. Si no me creen, pregúntennos a los asmáticos que conocemos perfectamente la relación entre sentimientos de abandono y faltas respiratorias.
No quiero, con esto que digo, proponer otra cosa, pues no se qué más podamos hacer. Lo que quiero, si, es que pongamos atención a las narrativas con las que estamos llenando nuestra mente en estos días, en particular, en el caso de Nicaragua.
Lo que los ORMU están generando en nuestro país es un estado generalizado de terror y desamparo. A diferencia de otros países en los que el Estado propone medidas, cierra fronteras, prepara a su personal y básicamente da instrucciones claras a la gente, en Nicaragua el Estado –a propósito, pienso yo–, invita a la gente al contagio. Si pensamos metafóricamente en los gobernantes de un país como los padres de una familia, y en la ciudadanía como los y las hijas, lo que la dictadura en Nicaragua está haciendo es básicamente plantando en nuestros cuerpos-mentes una profunda sensación de desamparo en el momento en que más necesitamos dirección. Esta sensación de desamparo y abandono durante una crisis tan severa empeora, sin duda, los efectos del virus, y puede aumentar el porcentaje de personas que experimentan dificultades respiratorias y fallecen.
Tomar conciencia de lo que nos están haciendo es un primer paso. Pero eso no necesariamente disminuye el sentimiento de abandono y el miedo a no poder hacer frente a la situación solos. A mí, en lo personal, me ha tomado décadas comprender y desconfigurar la raíz profundamente emocional de mi asma crónica. Es decir, no basta con estar conscientes del juego psicológico al que nos somete El Carmen, debemos activamente, en cada minuto del día, proveernos de otros mensajes. Sugiero empezar por despegarnos de las redes sociales y noticieros por períodos largos del día. Ver las noticias un rato está bien, pero pasar pegados al teléfono para introducir solo noticias de terror, muchas veces repetidas y seguro algunas falsas, no ayuda en nada. Podemos, además, intentar construir otras narrativas. Por ejemplo, centrarnos en la solidaridad necesaria para hacer frente a esto; pensar en formas de apoyar a otras personas en mayor necesidad que nosotros; podemos pensar en cómo este virus nos ha regresado a la casa (quienes tenemos una), a la familia, al trabajo de cuidados, y poner toda nuestra atención a este mundo que a veces el trabajo remunerado nos arrebata; podemos disfrutar el lujo de pasar días y días enteros con nuestros hijos y otros familiares a quienes a veces vemos apenas unas horitas a la semana; podemos pensar en el descanso que está teniendo la tierra en este momento, solo con la disminución de los vuelos; podemos pensar en nuestro cuerpo, alimentarlo, hacer ejercicios, descansar lo suficiente para estar fuertes si el virus nos visita, haciendo énfasis en nuestro potencial físico y mental y no solo en nuestras carencias; podemos pensarnos alternativamente como sociedad, darnos cuenta de que no necesitamos tanto consumo para estar bien, que podemos bajar el gas. Podemos y debemos, como una forma de protegernos, evitar entrar en pánico frente a la posibilidad de adquirir el virus o de que lo hagan nuestros seres queridos, pues estoy segurísima de que el pánico empeora la situación respiratoria y las posibilidades de muerte.
Finalmente, puede este momento de abandono y desamparo enseñarnos a madurar como ciudadanía, a mandar a la chingada a ese par de “padres” abusivos e irresponsables, a reconocer que podemos entre todos cuidarnos, crecer, llenarnos de otros afectos, y dejarnos abrazar por la colectividad.