Negociación o guerra: falso dilema

Enrique Sáenz
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“El planteamiento “negociación o guerra” es el camino directo a la claudicación frente al régimen”

Uno de los mitos que se ha instalado en algunos sectores es que la única alternativa a la negociación, es la guerra. Entendiendo por negociación la actual mesa de negociación. Se trata de un falso dilema, que engendra consecuencias funestas. El dilema es falso porque, además de la mesa de negociación y de la guerra, la resistencia activa o, más bien, la ofensiva ciudadana, es una opción legítima y real.

CONSECUENCIAS FUNESTAS

Las consecuencias del falso dilema son funestas, por varias razones:

Primero, porque colocar como única opción la mesa de negociación representa, en concepto y en hechos, una renuncia a la utilización de diversas formas de acción y presión popular, mientras se deja a Ortega la utilización de todo el arsenal de que dispone para seguir aferrado al poder. Negociadores de la Alianza Cívica han confirmado que en algunos casos impidieron la realización de movilizaciones debido a lo delicado que se estaba negociando. Una completa aberración. Si se estaba negociando algo esencial, precisamente era un momento para utilizar más recursos de presión.

Segundo, porque conduce a una trampa mortal. Mortal, en el sentido literal de la palabra. Como “nadie” quiere la guerra, estamos condenados a negociar con Ortega, en sus propios términos y condiciones. Es lo más cercano a la expresión popular “burro amarrado con tigre suelto”.

Lo vimos cuando se planteó lo de las pre condiciones para la negociación. Hasta los parlamentarios europeos señalaron que para una negociación efectiva era indispensable disponer al menos de las siguientes condiciones: liberación de los prisioneros políticos; retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos; y restablecimiento de las libertades y derechos ciudadanos, en particular la libertad de prensa y la libertad de movilización.

Sin embargo, la Alianza Cívica renunció a hablar de precondiciones con el argumento de que lo importante era iniciar la negociación. Y allí están, empantanados. Restringieron la agenda. Dejaron en el camino algunos temas como el retorno de las organizaciones internacionales de derechos humanos. Y concedieron a Ortega condiciones esenciales como la mediación de la Conferencia Episcopal. Presentaron como compromisos unas declaraciones de intención, con formulaciones generales, buena parte de ellas de contenidos inocuos. Y Ortega ni siquiera esas declaraciones de intención cumplió.

En cambio, el régimen sí impuso sus propias precondiciones y las fijó como normalidad. Repasemos rápidamente las condiciones del régimen: Suspensión de facto de garantías y derechos Constitucionales; más de setecientos rehenes; jefes policiales señalados de cometer delitos de lesa humanidad en sus cargos; propiedades invadidas y empresarios despojados de sus empresas; medios de comunicación clausurados y saqueados; acoso y represión generalizada; Organizaciones No Gubernamentales canceladas y saqueadas; liquidación de los derechos de reunión y movilización; periodistas perseguidos, acosados, encarcelados o exiliados; paramilitares en la calle; retención de insumos a los periódicos. Estas son, en parte, las precondiciones con que arrancó la mesa de negociación. De ahí no se ha movido un centímetro, salvo el “mete y saca” con los rehenes.

Los temas sustantivos, democracia y justicia, siguen en veremos.

Tercero, porque en materia de comunicación política le regala a Ortega las banderas de la paz, y la negociación como coartada. Así vemos al dictador y a sus secuaces presentarse como abanderados de la paz, mientras hacen la guerra. Y utilizar la existencia de la mesa de negociación como evidencia de que los problemas se están resolviendo “aunque toda negociación es compleja”. De esta manera ha logrado ganar tiempo, distraer, confundir y, particularmente, contener las sanciones internacionales, socavar la credibilidad de la Alianza Cívica y establecer distancias y contradicciones entre esta organización y amplios sectores de la sociedad.

Cuarto, porque el falso dilema arranca de establecer una identidad implícita entre la actual mesa de negociación, con sus actores, contextos y agendas, y toda posible otra negociación. Lo que significaría que cualquier acuerdo que se alcance en esa mesa es el único viable, al cual fatalmente deberemos someternos todos los nicaragüenses.

En definitiva, para nosotros el planteamiento “negociación o guerra” es el camino directo a la claudicación frente al régimen.

¿MEJOR UN MAL ARREGLO QUE UN BUEN PLEITO?

Ya se comienza a escuchar y a leer en algunos ambientes la frase “es mejor un mal arreglo que un buen pleito”. En unos casos la frase se utiliza como justificación de los inocuos resultados hasta ahora alcanzados por la Alianza Cívica en la Mesa de Negociación. En otros casos, como sustentación a la necesidad de “ser realistas” en los objetivos a proponerse frente a Ortega.

No vamos a juzgar la buena o mala fe que puedan inspirar estos enfoques, sino las premisas y, sobre todo, las fatales consecuencias a que conducen.

Quedemos claros, de entrada, con las premisas. No habrá paz, ni democracia, ni justicia, ni reactivación económica, mientras Ortega se encuentre en el poder. Por consiguiente, la salida de Ortega del poder es consustancial a cualquier cambio de régimen.

Ahora bien, si para algunos sectores la premisa es que el cambio se limita a restablecer las condiciones que prevalecían antes de la rebelión de abril, esto es, una economía sustentada en la depredación de los recursos naturales, mano de obra barata y predominio de monopolios y oligopolios. Si las desigualdades sociales y la exclusión social se consideran efectos colaterales, naturales e inevitables. Si la democracia se considera un chicle que se puede estirar y encoger al arbitrio de los más poderosos. Y si la conservación de aparatos de dominación y control social, se consideran claves para asegurar la reproducción de ese “modelo”; pues estamos lisa y llanamente ante premisas contrapuestas, tal vez antagónicas.

Si descartamos la contradicción anterior y asumimos que el propósito es un cambio real de régimen, y que la condición necesaria es la salida de Ortega, la estrategia debe encaminarse al logro de ese objetivo. Por supuesto, se entiende que no todos estamos en condiciones de declararlo así. Las estrategias se diseñan y se aplican, pero no se publican.  

Nuestra tesis es, es mejor una buena estrategia que una mala negociación. Un mal arreglo puede ser “bueno” para algunos sectores pero funesto para las aspiraciones de libertad, democracia y justicia de la mayoría de los nicaragüenses.

¿CUÁL ES LA ALTERNATIVA?

Decíamos al comienzo que la disyuntiva no es entre negociación y guerra, y llegó el momento de argumentarlo.

Todos tenemos claro que el objetivo fundamental de Ortega es mantenerse en el poder, a sangre y fuego. Cualquiera puede ver que su entramado estratégico está diseñado para alcanzar ese objetivo. Por consiguiente, para Ortega la mesa de negociación no es un mecanismo democrático y civilizado para resolver la crisis política, económica y social del país. En su estrategia, la mesa de negociación es un campo de batalla. Pero no es el único.

Así, el régimen realiza gestiones en el campo internacional. El Vaticano, la Secretaría General del SICA, Naciones Unidas. Gestiona con los gobiernos de México, Uruguay y España, declaraciones de confianza. Trabaja con sus aliados en el seno de la OEA. Envía mensajes subterráneos a los centros de poder norteamericanos. Toma el pulso a los países caribeños. Habla con los presidentes de Centroamérica más flojos. Enseña las pantorrillas a los rusos y a los chinos, mientras coquetea con Taiwán. En fin.

Pero también están en marcha plataformas de propaganda y contra propaganda, utilizando los medios de comunicación bajo su control, las redes sociales y la psicología del rumor, incluyendo los fabricantes de encuestas que de repente aparecieron con el burdo propósito de instalar en la mente de la gente que la realidad no es la que ve o sienten, o sufren.

“Ortega permanecerá en el poder si dejamos todos los huevos en la canasta de la mesa de negociación”

La represión pura y dura es la principal palanca de su estrategia. Y es acompañada de sobornos, amenazas, infiltración, maniobras y desplantes. Y para ello utiliza todo el arsenal de que dispone. El aparato judicial, la policía, Embajadas, los paramilitares, plataformas de comunicación, alcaldías, Asamblea. En este contexto debemos interpretar la aprobación de leyes, las capturas, persecuciones y demostraciones de fuerza, los anuncios de planes de retorno de exiliados políticos.

Si para Ortega la mesa de negociación es un campo de batalla, en el marco de una estrategia más global, me disculpan quienes piensan que 6 personas, encerradas con seis representantes del régimen, van a lograr, ellos solos, la salida de Ortega. Es insensato e irresponsable.

Por consiguiente, si queremos avanzar en la ruta de la justicia, la libertad y la democracia, debemos oponer a Ortega una estrategia de la misma dimensión y alcance, es decir, en todos los frentes, no violenta pero con una vocación de ofensiva ciudadana. Por supuesto, no es lugar para presentar una propuesta de estrategia, pero algunas pautas de acción serían:

• Intensificar las gestiones internacionales, con la OEA, con la Unión Europea, con gobiernos amigos, informando, incidiendo, sensibilizando. Las sanciones individuales por actos de corrupción o delitos de lesa humanidad en nada rozan con la soberanía social.

• Concertar campañas para salir al paso a las campañas de desinformación del régimen, asociando medios de comunicación y redes sociales. Es posible todavía avanzar en cobertura, eficacia y pertinencia.

• Ampliar las acciones de movilización, denuncia e incidencia de nicaragüenses residentes en el exterior. La comunidad nicaragüense en el exterior ha cumplido un extraordinario papel, sin embargo, queda un campo amplio para golpear con mayor contundencia.

• Estructurar posicionamientos, que informen y sensibilicen, sobre temas relacionados con las condiciones de vida de la gente, tales como el impacto de las reformas a la seguridad social y la reforma fiscal. Los temas económicos, los problemas y las angustias cotidianas de las familias no distraen de la política. Todo lo contrario. Son parte esencial de la lucha política. Ortega lo está utilizando.

• Mantener viva la “agenda de la liberación”. Por ejemplo, restauración de las libertades y derechos ciudadanos, incluyendo el derecho a la libre movilización; restauración de la libertad de prensa, incluyendo la reapertura de los medios de comunicación clausurados; libertad para prisioneros políticos.

• Hostigar, distraer, dispersar, desmoralizar a las bases del orteguismo mediante acciones móviles.

Paros parciales, paros nacionales, moratoria fiscal deben formar parte del arsenal en la lucha por la democracia.

¿Que esto no garantiza la salida de Ortega del poder? Es cierto. Pero la posibilita y la acerca. Si garantías queremos, lo que sí podemos garantizar es que Ortega permanecerá en el poder si dejamos todos los huevos en la canasta de la mesa de negociación.