Neus Aguado: entre el fuego y el agua
Entre polvorón y champán descorchado, entre fechas que nos recuerdan que el calendario comienza otra vez en su cíclica invariable forma, nos encontramos de nuevo frente a nosotros mismos. Algo más cansados y dolidos, pero sin duda con la indulgente querencia de hacer de nuestra pequeña parcela del mundo un lugar mejor.
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maneras de mirar
En estos casos, románticos y amantes, lectores de poesía y reincidentes, se entregan a la brava labor de comprometerse con el sueño de cambiar y hallar alternativas distintas a la realidad que anidan un año más. Como comienza un verso de Ángel González «Otro tiempo vendrá distinto a este» y entre el suspiro poético y la ferviente carrera por construir un día a día mejor, no me sorprende que 66 maneras de mirar de Neus Aguado (1973) haya llegado a mis manos.
¿Podría pues, 66 maneras de mirar, ser con ese título un manifiesto de año nuevo? Sin duda yo lo creo, y me atrevo a introducirme en este poemario de Animal Sospechoso Editor con la misma fuerza extraordinaria de lo cotidiano con la que la autora argentina nos invita a conocerla.
Dedicada al teatro, al arte y la poesía en su Cataluña de acogida desde sus inicios, lo primero que ocasiona un sobresalto, una interpelación al lector, es su lucidez rotunda sobre los acontecimientos cotidianos y las formas casi palpables en las que estos nos suceden. Neus, como cualquiera de nosotros, mortales ante lo divino, acoge en sus breves (y no tanto) reflexiones fechadas, un tiempo no lineal, sino esférico; tiempo helénico que va trasformando los prismas de eventos intrascendentes en singularidades en las que detenerse a mirar.
Neus escribe la poesía dentro de un mar Egeo de mitos teatrales, origen y promesas personales de tono oracular: «y arder sin fuego y sin tu tacto, / arder diamantina. / Surgir entera, como si Deméter / me hubiese hecho invulnerable. / Agradecer a Deméter con sus propios símbolos y serle fuel a la espiga de trigo, / la amapola y / las aves». No obstante, no solo el arte estrictamente hablando tiene cabida en el poemario de la autora, también coloca las noches de conversaciones en cantinas y pensamientos de patios soleados con amigos en lugares en los que el yo se convierte en nosotros. El lector se relaciona directamente con la otredad poética y la busca en su más íntima expresión.
Espera con paciencia que se vuelva amarga la noche, / y que el licor de almendras haya traspasado la media noche […] cuando las deidades parecían haberse confabulado para hacerte feliz. En este preciso instante, fuera del tiempo, […] Te hablo de los antiguos griegos y pareces tener cierto interés, después me llevas a un bar / del Para·lel donde has quedado con tus / amigos para ver el fútbol. No en vano te he / hablado del valor de la amistad.
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maneras de mirar
La intimidad se sirve de silencios intercalados entre imágenes y diálogos, que dotan a los versos de la obra de un realismo en que cualquiera puede sentir las palabras como suyas –con la escudilla de arroz y ajos / y el recuerdo del esplendor en las pupilas / habrá una calma de músicas diversas […]–. A través de un estilo peculiar de transeúnte activo, se comunica la poesía de Neus Aguado con el lector en un espacio honesto, directo y lírico. Una lírica que, como el propio tiempo en la poeta, se entremezcla con el más puro teatro aristofánico, para dar lugar a una creación escénica y del humor: «Personaje1: Esto no te va a servir de nada. / Personaje 2. Yo soy un gran aprovechador / de lo inútil». Lo dramático vive en lo humorístico y viceversa:
Desprocedan, queridos, desprocedan.
¿De procedimiento o de prócer? Preguntó Alejandra Pizarnik.
De leproso, contestó alguien.
El desenfado poético del que Neus hace gala, influida por Pizarnik, que ya testimoniaba ejemplarmente de qué manera el humor y la poesía son subversivos –esta familia se pasa la vida tratando de hacer posar a un tigre […] esta familia con su inocencia obcecada, decide concretar la imposible empresa de la poesía: encargar, transformar en acción lo que por no sé qué error solo habita en las páginas de los libros– cuando escribía sobre Cronopios y Famas. También añadía cómo y cuándo, ante el tejido confuso que se presenta como mundo real, ambos –poesía y humor– proceden a exhibir el revés de las tramas. La poesía de 66 maneras de mirar encierra una trama de humor rebelde parecido a un llamado político de la vida común:
La infancia no es el paraíso
ni el infierno, a menudo es el purgatorio.
El ingenio sutil de esta poesía que brota con natural cauce hacia quién la lee –El justificante de recepción, acuse de recibo o / Como quiera / Que se llame esa cartulina rosa, me llegó en perfecto estado, […] Allí está como si fuera una postal de un país lejano. / Un país de hace cuarenta años con su camisita y su canesú–, se acerca, dentro de este marco, a las raíces argentinas de la autora, que la comulgan a escribir sobre sus recuerdos de infancia y las emociones atemporales que coexisten entre sus versos.
Hemos necesitado cambiar de país, cambiar de contexto:
cambiar y continua: hemos identificado el fuego y el
agua,
las dos conquistas de la supervivencia.
Te prometo que seremos mucho más que
simples
supervivientes.
Como también le ocurre a la contemporánea de Aguado y expatriada, Cristina Peri Rossi, los versos del inmigrante mueven muchas partes internas de la composición del cuerpo poético de 66 maneras de mirar con contundencia. Nacer fuera es pues, para la poeta, ser mutación, ser otra cosa entre el fuego y el agua, entre lo materno (es su madre la que emigra a España con ella) y lo paterno (debido al fallecimiento de este).
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Este mutar y recordar del emigrante, se aprecia con claridad en el poema «Alta Gracia. Córdoba. Argentina», cuyo título es un claro ejemplo de la percepción y realidad de habitar varios mundos que tanto la poeta como todo el que se marcha de un lugar: Los ojos de mi infancia / retuvieron el farolillo / que pendía en el exterior / de la casa museo de Falla. […] un farol amarillo / que nunca llegué a colgar / aunque me acompañó / hasta que lo perdí / o lo regalé en una mudanza, / sin necesidad del exilio.
A todas estas distintas miradas de Neus, pertenecen también los temas de la intimidad en la observación –observar para devolverle la universalidad vital a la vida, el tiempo universal al tiempo–,el reconocimiento de la otredad –El miedo es la única emoción más poderosa que el amor–, la visión de la muerte, que a veces parece ganarle a la vida, como escribe acertadamente Neus en sus páginas; y el ya mencionado tiempo, que hace a los poemas desviarse de la lógica cotidiana a través de la percepción del paso de las horas: El tiempo vibra entre los pasadizos de la tierra / y el nombre del amor se reitera incansable / bajo distintos y los mismos nombres.
El pasar de los ciclos, los días, los instantes, son para la autora esféricas realidades que se disuelven unas dentro de otras y se construyen a través de los lugares más metafísicos del ser: Hoy más que nunca debo creer que no existe la muerte / que tu vida y la mía las fundieron los tiempos. […] y era verdad / antes de morir / te volviste toda luz. / Transparencia del cosmos. / Inteligencia solar. / Pura energía del adiós.
En su simbología y lenguaje, encontramos en 66 maneras de mirar el agua en primera instancia, (de esa agua infinita / de la que se ansía beber / para purificar el último / resquicio de cada célula / de esa agua infinita / que no siempre es otorgada / […]) como evocación de lo sagrado. También se encuentra la figura de Dios, de la que la poeta escribe haciendo uso de un lirismo de tonos translúcidos azulados, asomados con fuerza al delirio profético de las pitias de su imaginario: el color azul, / estaré junto a ti, en el camino azul del viaje. Otro objeto simbólico en este manual de perspectivas es el siempre presente mar como infinito lugar de pertenencia junto al amor devastador en su vertiente más clásica –El amor es agua del infinito–. Por último, la música zambraniana surge entre los versos y celebra lo sincrónico y oculto de los actos que se repiten en la cotidianeidad de una construcción del mito y el ideario poético personal.
En la noche alguien
Despliega hacia los cielos
Una plegaria
no importa el lugar
ni el momento ni el idioma
ni el sexo ni el género
alguien despliega su desolación
en la noche.
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Todo lo que alimenta el alma, alimenta también el lenguaje de Neus Aguado –caballo de luz / que eclipsas la oscuridad de mi mundo–.
Sincronicidades, reflexiones, números y fechas nos guían a través de estas miradas de la autora en un laberinto circular de manifestaciones del yo: «Soy mi propia viuda, mi antigua amante. Ni rastro de vidas anteriores en mi cuerpo: las distintas vidas que rendimos […] no llevaré anillos ni pulseras, / la fragilidad de la despedida / en la mirada sin ojos».
Acabábamos 2024 con un sabor a desconcierto y caos entre polvorón y champán descorchado, pero también, como comencé al inicio, con un sabor a cambio, a capacidad de abrirnos a lo que pasa desapercibido y que también es extraordinario.
Eso es lo que 66 maneras de mirar ha sido capaz de hacer al escribir sobre la vida, inventar la posibilidad para todos los lectores de aprender de nuevo a vivirla. El verso con el que la autora decidió abrir su poemario –hay otros mundos pero estoy en éste–, y que puede parecer una promesa deprimente, es el verso con el que me comprometo a cerrar este artículo, precisamente por esa impresión primera de resignación que reconozco como otra manera de la autora de recordarnos entre risa y teatro clásico, que este mundo ya contiene otros y que todo es cuestión de no olvidar nuestras muchas capacidades de mirar.