Nicaragua: ¿Desembocará la crisis sanitaria en una mayor crisis sociopolítica?
Oscar René Vargas
“Solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”.
Aristóteles
En los momentos de crisis se pone a prueba el temperamento de los pueblos y también la capacidad intelectual del mandatario de turno, así como la consistencia táctica-estratégica de los actores políticos de oposición. En tiempos de crisis, el conocimiento racional es el arma más poderosa para salir de ella. Siempre lo ha sido.
El régimen autoritario ha sabido qué hacer en situaciones así, no necesita ni pensarlo, pues actúa por instinto: el instinto del dictador, que considera al país como su propiedad y trata a los empleados estatales como sus siervos, los cuales deben obviamente someterse sin pensarlo.
Ese instinto, el instinto del dictador que ve peligrar su dominación, se lanza inmediatamente a tapar el espacio-grieta que abre la tragedia del coronavirus para así ocultar el peligro y tratar de que nada cambie. Durante la crisis del coronavirus se ha hecho evidente lo peor de la pareja presidencial: la corrupción, su enriquecimiento inexplicable, operaciones con recursos de procedencia ilícita, el lavado de dinero y ejercicio indebido del servicio público.
Desde que se conoció el primer caso de coronavirus en Nicaragua, el 18 de marzo 2020, el régimen Ortega-Murillo se ha empeñado en minimizar y ocultar el impacto de la pandemia en el país, ha intentado convencer de que todo está normal para no afectar la economía. Pero el coronavirus ha producido una fractura profunda de la sociedad nicaragüense y la dinámica de la pandemia no ha podido ser controlada. Desde finales de abril 2020 el régimen implementó, durante el incremento de los fallecimientos por coronavirus, los entierros nocturnos exprés que ocurrían en las primeras 24 horas del deceso, para ocultar la realidad, llevando a los fallecidos desde los hospitales directamente a los cementerios. Sin embargo, por más que se trate, ocultar la realidad es imposible, aunque el régimen busque por todos los medios obscurecerla e intoxicar el presente para hacerlo ininteligible a grandes sectores de la población a través de noticias que falsean el verdadero peligro de la crisis sanitaria.
La política sanitaria del régimen Ortega-Murillo ha prevalecido un frontal negacionismo, aplicando descarnadas justificaciones de índole maltusiana. Su política ha sido tolerar la expansión del virus aplicando la estrategia de “inmunización de rebaño”. Su lógica ha sido implementar el darwinismo social, el distanciamiento social ha sido obstruido.
“Que mueran los que han de morir”
El régimen acepta, con toda naturalidad, que “morirá mucha gente” y prioriza la continuidad de la actividad económica, advirtiendo que el confinamiento conduce al colapso de la producción. La contraposición entre economía y salud es totalmente falsa. Frente a los cataclismos naturales el funcionamiento de la actividad productiva debe adaptarse a la emergencia.
El régimen Ortega-Murillo ha tenido a su disposición las experiencias de China, Italia, España y Estados Unidos y el tiempo suficiente para organizar cuarentenas y pruebas con los reactivos. Pospusieron todas las medidas para “salvar la economía” para tratar de evitar las consecuencias sociopolíticas negativas para la dictadura. Las autoridades ocultan la realidad a la ciudadanía, a través la negativa de realizar las pruebas de diagnóstico y escondiendo el número de casos confirmados. De esta manera, el régimen Ortega-Murillo decidió ir contracorriente en el combate al coronavirus. Mientras muchos países cerraban fronteras, en Nicaragua se declaraban abiertas, y mientras los gobiernos centroamericanos prohibían concentraciones, el régimen Ortega-Murillo invitaba a marchas de sus partidarios en las calles de las ciudades.
Desde finales de marzo 2020, oficialmente el gobierno declaró que Nicaragua “no ha establecido, ni establecerá, ningún tipo de cuarentena”, en el contexto de la pandemia. El objetivo del régimen es que la población sea sometida a una tensión donde el miedo, el control social y una información manipulada comparten el espacio sociopolítico. Con esto buscan contener las protestas populares, desarticular los movimientos sociales, crear un caos sanitario que anule la actividad política de la oposición y plantear un escenario favorable para evitar el colapso del régimen Ortega-Murillo.La decisión del régimen Ortega-Murillo de no tomar medidas recomendadas por OMS, OPS y el sentido común, tiene un cálculo político. El plan de Ortega-Murillo frente al coronavirus es una apuesta a su permanencia en el poder hasta el 2021 y a doblarle el brazo al capital al profundizarse la crisis económica. El mayor riesgo a su apuesta es que se produzca una combinación en el tiempo de una crisis sanitaria severa que afecte a su base social y la profundización de la recesión económica que produzca un mayor descontento social.
Un lento (y apenas parcial) viraje
Cuatro meses después, el régimen ha comenzado a cambiar el discurso: ahora Ortega y Murillo aparecen usando mascarillas. Algunos del círculo cercano del poder recomiendan practicar medidas de distanciamiento social, el uso de mascarillas y evitar las aglomeraciones porque son un alto riesgo de contagio.
Sin embargo, a pesar de que los epidemiólogos recomiendan que para bajar la curva de contagio se necesitan suspender las clases presenciales y promover una campaña de prevención y contención del virus, el régimen no toma ninguna medida en ese sentido.
La Oficina Regional de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) señala que la pandemia del coronavirus perjudicará los niveles de aprendizaje en la educación básica. El retroceso esperado resulta más preocupante al considerar que los estudiantes ya mostraban serias deficiencias en matemáticas y comprensión de lectura antes de que el coronavirus obligará una disminución de estudiantes a los centros escolares.
La inoperancia del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA)
A nivel centroamericano, la variedad de respuestas nacionales a la pandemia retrata de forma categórica la ausencia de coordinación a nivel regional. Esa falta de cooperación ha sido reemplazada por una reacción de pura regulación nacional. Los presidentes centroamericanos proclaman que el coronavirus no tiene pasaporte, pero lidian con la pandemia por su propia cuenta.
El SICA ha quedado convertido en un cero a la izquierda, que sólo intentó una reunión virtual para convalidar la inexistencia de medidas conjuntas. Esa dislocación es coherente con la total desaprensión que imperó en el debut de la pandemia. La mayoría de los gobiernos centroamericanos relativizaron el peligro (salvo El Salvador y Costa Rica), con la misma displicencia que desecharon muchas de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La economía: el colapso de un castillo de naipes
La economía nicaragüense, que ya se encaminaba al tercer año consecutivo de recesión, con el coronavirus y la resultante paralización de medio aparato productivo ha sufrido severos efectos acumulativos, cinco crisis que hemos descritos en artículos anteriores: social, política, económica, financiera y sanitaria. En las últimas semanas se conocieron las proyecciones de parte de diferentes organismos internacionales (BIB, CEPAL) que señalan un fuerte desplome, cercano a las evaluaciones más sombrías, incluyendo un ritmo vertiginoso de aumento del desempleo.
Los datos de la encuesta empresarial del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP) preanuncian una lluvia de quiebras que va a traducirse en un mayor empobrecimiento de la población. Algunas consultoras pronostican una caída del PIB de entre 8.3 y 10.0 por ciento en el 2020, panorama que permite temer que el país pueda entrar en una depresión económica con repercusiones negativas en el sistema financiero nacional y en la región centroamericana.
Más de la mitad de los hogares nicaragüenses viven al día, y por la prolongación de la crisis sanitaria es muy probable que quiebren más empresas, haya más desempleo, que la gente sufra hambre o que la gente no tenga para pagar la renta, la luz y el agua. La economía nicaragüense era un castillo de naipes que se terminó de derrumbar con el coronavirus.
En Nicaragua ya comenzó una fulminante desvalorización de los capitales impactados por la pandemia (turismo, hostelería, transporte, pequeñas y medianas empresas, etcétera) y su extensión incontrolada de bancarrotas de todo tipo que se manifiestan en las largas listas de morosos publicadas por los bancos en el diario La Prensa.
Sumado a los factores domésticos, habrá otras variables que hundirán la economía, como el ingreso de remesas familiares, que se proyecta tendrá una contracción sin precedente del 20 por ciento, al igual que el comercio exterior.
En resumen, a partir del final del primer semestre del 2020, la economía ha entrado en un estado agonizante. Aunque se descubra rápidamente la vacuna o algún tratamiento efectivo contra el coronavirus en el 2020, las consecuencias económicas de la convulsión actual serán perdurables en los próximos años tanto en Nicaragua como en la región centroamericana.
El régimen Ortega-Murillo: sin respuestas a la crisis.
Mientras tanto, el régimen Ortega-Murillo no adopta medidas significativas para garantizar empleos, sostener salarios o proteger a los más vulnerables. El régimen debería amparar el poder de compra de la población, implementar el control de los precios de los productos de la canasta básica, garantizar el abastecimiento y la producción de los bienes esenciales.
Dos componentes fundamentales del régimen han quedado muy afectados por la conmoción actual. El modelo político-económico corporativo de compadrazgo con el gran capital y la permanencia en el poder de la dictadura. Pero un tercer pilar del régimen se mantiene en pie y podría reforzarse: la influencia del ejército, la policía y los paramilitares.
Las consecuencias de la epidemia por el nuevo coronavirus incluyen restricción de actividades en el sector privado, paralización de centros turísticos y algunas industrias que representan para la economía alrededor del 30 por ciento de su producto interno bruto (PIB). La mayor parte del impacto proviene de la afectación al comercio minorista y mayorista, pero también en los servicios profesionales e inmobiliarios.
Miles de muertes y el colapso de los sistemas de salud han diezmado financieramente a los empresarios y también a la sociedad entera. Por ello, frenar esta epidemia y salvar vidas humanas debería ser la prioridad principal del gobierno.
La pandemia sin final a la vista
En julio 2020, la pandemia continúa creciendo. La curva de casos acumulados se mantiene al alza en números absolutos. El conflicto entre trabajar y arriesgar la salud y la vida o quedarse confinado se agrava a medida que transcurre el tiempo. La pandemia ha tenido un doble efecto. Por un lado, ha permitido al régimen tener una tregua en la protesta social y, por otra parte, lo ha debilitado porque, efectivamente, el rechazo de la población ha aumentado, los ingresos estatales han disminuido paralelamente su política clientelar y su aislamiento internacional se ha incrementado.
De acuerdo con las cifras oficiales proporcionadas por Ortega, las muertes por neumonía aumentaron en un 1,141 por ciento en 111 días, entre el 11 de marzo y el 30 de junio de 2020 en comparación al período entre 2017-2019. Los especialistas consideran que estas muertes son sospechosas del virus; el Ministerio de Salud no hizo ninguna prueba para confirmar su causa.
Todo indica que la pandemia durará al menos hasta finales del 2020, o más, hasta tener la posibilidad de hacer uso de una vacuna; mientras tanto, el régimen Ortega-Murillo sigue sin tomar medidas para proteger el ingreso de los hogares, evitar la quiebra de empresas y mitigar la curva de contagios y muertes.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) le ha solicitado al Ministerio de Salud (MINSA) indicar dónde se ubican los brotes más fuertes de coronavirus para decretar medidas más fuertes en las zonas de contagios y que la población se proteja mejor. El director de Emergencias en Salud de la OPS, Ciro Ugarte, señaló que para evaluar correctamente la situación epidemiológica se debe autorizar el ingreso de un equipo de la OPS al país. Ante la falta de informes oficiales creíbles, la OPS ha decidido tomar en cuenta las fuentes “no oficiales” para evaluar la situación del coronavirus en Nicaragua.
Rumbo al iceberg
El doble huracán de la pandemia y la crisis económica azota al régimen. Ortega cada día insiste en que todo está bajo control y culpa a todos menos a sí mismo por el desastre que han provocado sus políticas erradas y caóticas. El manejo del coronavirus ha sido catastrófico, para contener la pandemia en comparación a Costa Rica y El Salvador.
El país sigue sin estrategia para mitigar el contagio y tres cuartas partes de la población carecen de empleo fijo y capacidad de poder pagar mensualidades básicas de sus hogares (canasta básica, electricidad, agua, renta de sus deudas).
De acuerdo con las encuestas, la población se ha vuelto menos optimista sobre el panorama a corto plazo de la economía, el control del coronavirus, el mercado laboral, y su perspectiva financiera. La pandemia está teniendo un impacto más prolongado de lo previsto por el régimen, que a finales de julio 2020 continúa mintiendo sobre el manejo de la pandemia y minimizando la crisis sanitaria, la cual ha causado centenares muertos y miles de contagiados.
Los epidemiólogos explican que por la falta de una política sanitaria para evitar el contagio comunitario la pandemia seguirá incrementándose cada mes, a pesar de que el régimen sigue vendiendo la idea de que tiene el control sobre la situación.
La política sanitaria del régimen está diseñada y calculada en torno a la crisis sociopolítica y a su permanencia en el poder. Las noticias sobre la represión y asesinatos de opositores, la demonización de los migrantes nicaragüense en la frontera con Costa Rica, el ataque contra las comunidades afrodescendientes en la Costa Caribe y el uso de la fuerza contra los opositores son tácticas fascistas. No hay una manera más precisa de describir el repetido uso e incitación de la violencia de parte de la dictadura.
En el ambiente nacional existe la sensación como de estar atrapados en un barco en alta mar, al mando de un capitán loco que insiste en dirigirse directamente al iceberg. Y su tripulación es demasiado cobarde para contradecirlo, muchos menos para amotinarse y salvar a los pasajeros. En el corto plazo la pandemia, probable y desafortunadamente, empeorará antes de mejorar.