Nicaragua: el coronavirus y el sistema de salud
Oscar René Vargas
Aunque parezca extraño, un gran beneficio de la epidemia del coronavirus es que la salud ha pasado a ocupar un lugar importante en la agenda nacional. Muchos comentaristas que jamás se habían preocupado por la situación de salud de la población ni por la política del régimen en ese sector hoy no dejan de hablar al respecto. La salud era casi un asunto privado bastante deficiente, en franca violación de la Constitución y su garantía de protección de la salud.
Las condiciones actuales del sistema de salud son precisamente el resultado de la política aplicada desde 1988, empezando con el llamado ajuste estructural. Todos los indicadores sobre la capacidad de atención de los hospitales y centros de salud –camas, quirófanos, distintos tipos de equipo, médicos, enfermeras, etcétera, así como el presupuesto per cápita– tienen un decrecimento tendencial.
La situación actual del sistema público de salud viene entonces gestándose durante varias décadas, y no puede ser revertido de la noche a la mañana. Esto no significa que el régimen no haga nada, sino que tiene que actuar con originalidad e inventiva.
Las enseñanzas sobre el origen del colapso del sistema sanitario en España, Italia y Estados Unidos son las mismas que nos amenazan y también respecto de posibles soluciones en la actual coyuntura. La situación es grave y se volverá peor a finales de abril o principios de mayo cuando el coronavirus llegue a su máxima expresión.
En este contexto, es de suma importancia que se logre aplanar la curva epidémica para que el número de casos que requiera de atención hospitalaria, en especial de cuidados intensivos, no rebase la capacidad instalada.
Si se interrumpen las cadenas de suministro alimentario y los medios de vida se vuelven insostenibles, es más probable que las poblaciones vulnerables abandonen sus medios de subsistencia y se trasladen en busca de ayuda, como lo haría cualquiera de nosotros, con la consecuencia indeseada de una posible propagación ulterior del virus y el probable agravamiento de las tensiones sociales.
Con las absurdas medidas implementadas de aglomeración masiva, visita casa a casa y otras implementadas por el régimen Ortega-Murillo, se está exponiendo a toda la población e incluso a su propia base social al contagio: empleados públicos, juventud, policías, paramilitares, etcétera.
Sin una estrategia efectiva, Nicaragua podría enfrentar un escenario “apocalíptico” en la pandemia de coronavirus. Va a ser peor si continúa sin aplicar las medidas necesarias y recomendadas por la Organización Mundial de la Salud para evitar el contagio y su propagación.
En la batalla contra el coronavirus, Nicaragua carece de un liderazgo creíble. El régimen hace campaña contra el aislamiento social promoviendo aglomeraciones. Los ciudadanos se han impuesto una autocuarentena para mitigar la propagación del virus. El régimen carece de propuestas para impedir un escenario catastrófico.
El régimen Ortega-Murillo ha demostrado que no tiene el carácter y la inteligencia para guiarnos en uno de los momentos más difíciles de nuestro país. Su incompetencia, ineptitud y torpeza están creando las condiciones para que miles de personas mueran por el coronavirus. Han demostrado que no tienen la capacidad de administrar una recesión económica sin precedentes desde los años treinta del siglo pasado.
El tipo de liderazgo que necesitamos tiene que estar basado en el conocimiento y en la experiencia, en la humildad y la honestidad, en la empatía y la transparencia; ese tipo de liderazgo no solo tiene que estar en las alcaldías, en el poder judicial y legislativo. También tiene que estar en la presidencia de la república.
Todos sabemos que no hay nada más poderoso que centenares de miles de voces pidiendo cambio. Y las ideas de los jóvenes de abril 2018, el entusiasmo y la energía que han inspirado son fundamentales para mover a Nicaragua en una dirección de esperanza, progreso y cambio.
La Nicaragua de hoy ya no es la del 2007 ni la del 2018. Desde antes del coronavirus estaba claro que necesitábamos un cambio estructural real. Cómo hacerlo tiene que ser uno de los principales debates entre las fuerzas sociales y políticas de oposición. Necesitamos un programa mínimo progresista para tener una alternativa a la caída de la dictadura. El futuro del país depende de este programa, que debe ser capaz de aglutinar al grueso de los sectores sociales.