No es “diálogo y elecciones”, es la renuncia del Dictador
Irán Narváez
El autor es estudiante de Diplomacia y Relaciones Internacionales.
A dos años de que Nicaragua, por medio de la sangre, el luto y el dolor, conociera en carne propia el terrorismo de Estado, materializado en el “vamos con todo” ordenado por la Vice-dictadora Rosario Murillo, estamos frente a la legitima y urgente necesidad de elevar la presión de forma significativa.
A estas alturas de la carrera por la libertad de Nicaragua, sostener el discurso “mesurado” de “diálogo y elecciones libres”, calza como pieza clave en ese plan maquiavélico de la pareja de El Carmen para alargar, desgastar y desmoralizar la lucha cívica.
Hay razones más que suficientes que legitiman la inequívoca, meritoria, urgente y necesaria exigencia de la dimisión inmediata de Ortega. Para empezar, Podemos hablar por la obligación moral para con los asesinados, los encarcelados y los exiliados por el régimen.
Es desacertado hablar de “diálogo y elecciones libres” mientras tengamos un Estado policial que no escatima en recursos y esfuerzos para reprimir la disidencia. Un tercer “diálogo” solo dotaría al régimen con un nuevo “tanque de oxígeno”, que podría enviar una errónea señal a la comunidad internacional, que, más bien, pudiese derivar en un posible freno a las sanciones que golpean a la dictadura.
Es pecar de inocente e inmoral, por ejemplo, insistir en reformas electorales cuando el país aún tiene alrededor de 70 prisioneros políticos que El Carmen usa como moneda de cambio. La prueba irrefutable de la no viabilidad de sentarse a conversar con el dictador y la Vice-dictadora es su no cumplimiento de los acuerdos anteriormente firmados.
Pasando al ámbito económico, urge salir de Ortega cuanto antes. Producto de la crisis provocada por el Estado criminal del régimen de Ortega-Murillo, el país se ha envuelto en un descalabro económico, mismo que se ha venido profundizando por las erráticas medidas económicas que ha impulsado el oficialismo.
Todos los sectores que se hacen llamar opositores al autoritarismo de Ortega, deben cerrar filas y dejar a un lado ese discurso de medias tintas, blandengue o cobarde. Hay que tener presente que la comunidad internacional está atenta a la beligerancia que pueda desarrollar la llamada oposición.
Nicaragua no puede seguir bajo un régimen que minimiza la pandemia del Covid-19, que mantiene un hermetismo total para con la situación real que, además de desatender las principales medidas de contención emitidas por la OMS, de manera recalcitrante ha implementado una política dirigida al contagio masivo.
Para concluir, para nadie es secreto que algunas organizaciones obtuvieron legitimidad de origen gracias a la urgencia de representantes frente a los dictadores, y a la confianza de la CEN, otras en el camino. Sin embargo, si quienes dicen llamarse oposición no quieren carecer de legitimidad en ejercicio, deben adecuarse a la realidad nacional, a lo que demanda el soberano. Seguir enfrascado en la ruta del “diálogo y elecciones libres”, en vez de presionar por la renuncia inmediata del régimen es ser, de manera consciente o inconsciente, “la oposición” que Ortega necesita para su permanencia en el poder.