No hay un liderazgo coherente para enfrentar la pandemia
Oscar René Vargas
“No ‘balconeemos’ esta realidad, no estamos en tiempos de ‘balconear’ la muerte de nuestro pueblo”.
Obispo Rolando Álvarez
En el juego largo de la política, es decir, estratégico el régimen dictatorial ha perdido la visión de futuro del país; por lo tanto, no tiene ninguna capacidad de ayudar a resolver los problemas del país (económico, sanitario, social y político). Ese régimen tiene que ser eliminado del poder para que el país puede seguir adelante.
Sin embargo, en el juego corto inmediato de la política para resolver los problemas inmediatos la oposición formal no ha estado a la altura de plantear soluciones a los desafíos del día a día, razón por la cual oxigena a la dictadura que logra ganar tiempo y postergar su salida del poder.
Cuando decimos el régimen dictatorial no solamente estoy hablando de Ortega-Murillo, estoy hablando del conjunto de intereses, de las fuerzas políticas, de los intereses privados, de los difusores de la idea de la dictadura blanda y de los mantenedores de un consenso en torno a una idea o un mito del “hombre fuerte”. Todos ellos callan muchas cosas o silencian de los excesos del dictador por el conjunto de los intereses que representan.
Nos estamos acostumbrando, con una pasividad inexplicable a que, en plena pandemia, destrozadora de vidas, aceptemos que un ministro o ministra no sea capaz de asumir la verdadera dirección de la crisis sanitaria y mienta sobre el número de contagiados y muertos.
El gabinete del odio, instalado en el “El Carmen”, promueve la difusión abrumadora, por las redes sociales, de noticias falsas y acusaciones sin base con ataques y amenazas de violencias contra ciudadanos opositores y periodistas.
Frente al escenario catastrófico promovido por la pareja presidencial, ¿cuál es la reacción del alto mando militar y el poder fáctico económico? Puro silencio. Se dice que hay “cierto malestar”. Nada más. Mientras la táctica del régimen es llevar al país al borde del precipicio para negociar con los poderes fácticos con sus reglas y condiciones.
La oposición formal enfrenta una decisión estratégica entre apoyar una “rebelión no violenta” o embarcarse en la lógica pro electoral para mantener el “statu quo”. Lo que quiero decir por “rebelión no violenta” es luchar por la democracia política, compartir la riqueza, los recursos y contra la pobreza y el hambre. Si no hacemos eso, vamos a tener nuevas explosiones sociales.
El régimen ha llevado al país, por omisión, soberbia, ignorancia o arrogancia, al borde del abismo económico, social, sanitario; y es esta mezcla la que nos pone en las orillas y de rodillas, de acontecimientos extremos, por graves y demoledores al conjunto del tejido social. Así de grave está la cosa.
¿Y qué hace el régimen? Sigue promoviendo aglomeraciones, sigue despotricando contra los médicos, periodistas y ciudadanos que piden medidas de aislamiento social. Los genocidas insisten en el contagio de rebaño. Mientras la economía naufraga bajo la tutela de economistas mediocres.
La ausencia absoluta de un programa coordinado y eficaz para hacer frente a la crisis sanitaria del coronavirus seguirá llevándose vidas y vidas mientras la pareja presidencial siga oponiéndose a cualquier medida lógica. Los números reales de muertos y contagiados son muy superiores a los datos oficiales, la OPS dice que el régimen oculta información sobre la pandemia. El régimen a la deriva está naufragando al país.
La única certeza que tenemos frente a la pandemia del coronavirus es que hoy ha sido peor que ayer y mañana será peor que hoy. El pozo al que fuimos empujados por la dictadura no tiene fondo. Y nadie entre los poderes fácticos (económico, militar, político o religioso) hace nada concreto. ¿Hasta cuándo?
El régimen Ortega-Murillo ha visto la pandemia como una oportunidad política para desarmar al movimiento social, evitar una mayor recesión del maltrecho aparato económico y apalancar una negociación con los poderes fácticos económicos, políticos, religiosos e internacionales.