No hay un plan de acción eficaz de parte del régimen

Oscar René Vargas
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«El coronavirus va a desnudar la improvisación, la falta de respuestas rápidas y de estrategias para controlar una pandemia. Si la pandemia se expande por Nicaragua, asfixiada por la corrupción y la recesión, puede llegar a ser desbastadora»

Una cosa es la prestación y aseguramiento público de salud y otra es la salud pública, que es cómo se organiza la sociedad para dar solución a los problemas sanitarios. Esa organización puede incluir al sector privado, religioso y la sociedad civil organizada. Lo que está fallando en Nicaragua es la salud pública, es decir, esta respuesta social.

Ante una situación como la que se avecina los servicios de salud, públicos y privados, se verán desbordados. Y el régimen no tiene capacidad para gestionar el aislamiento en grupos grandes, de desplegar rápidamente un contingente organizado para tareas de seguimiento, de trazabilidad de casos, etcétera. Eso es la falla del régimen y su solución es bastante compleja.

El problema es tener una coherencia en las decisiones y, por supuesto, una autoridad sanitaria que coordine. Esto falta en el país. El país tiene un solo centro de análisis de muestra. Lógicamente, eso causará un colapso rápido en la capacidad de respuesta de ese centro. Es pura y simplemente falta de previsibilidad.

Están a la vista no sólo la segura saturación de sus servicios de salud sino también las implicaciones inmediatas de la pandemia. El coronavirus va a desnudar la improvisación, la falta de respuestas rápidas y de estrategias para controlar una pandemia. Si la pandemia se expande por Nicaragua, asfixiada por la corrupción y la recesión, puede llegar a ser desbastadora.

En Nicaragua sin medidas preventivas y promoviendo las aglomeraciones de personas, lo peor está por llegar. Si el dúo en el poder fuera menos soberbio y tuviera instinto de conservación, entendería que la implementación de las recomendaciones de la OMS/OPS se traduciría en acciones para frenar las consecuencias sociales de la epidemia del coronavirus en el país.

Por lo pronto, no es hipérbole de mal gusto decir que el Nicaragua vive en peligro, aunque de inmediato uno se sienta obligado a advertir de los ritmos desiguales de la tragedia en los diferentes sectores de la sociedad.

No hay signos de que el régimen Ortega-Murillo esté preparándose para, por lo menos, esbozar un plan de acción inmediata que pretenda salir al paso a los ominosos panoramas de desocupación y cierre de actividades que se han delineado como una aterradora continuación de la recesión de los años 2018 y 2019, ya trasladado al primer trimestre del año 2020, sin que la crisis sanitaria haya desplegado su huella.

Se impone, desde ya, como urgente e indispensable una deliberación profunda y detallada, no sólo sobre los impactos inmediatos que la enfermedad del coronavirus tiene sobre las cadenas humanas y productivas y, en general, sobre las actividades productivas y comerciales, sino sobre la perspectiva que esta caída inevitable nos impone desde hoy y cuyo despliegue parece imparable para finales de abril o comienzo de mayo, hasta cubrir todo el año 2020.

Hemos visto en el régimen no quiere parar las actividades, bajo el precepto de proteger la economía y el empleo. ¿Qué resultará finalmente más costoso? Sin embargo, la mayor parte de la población disminuyó la compra de todo tipo de bienes y servicios, por lo que ya se presenta una fuerte recesión en vías de transformarse en depresión económica.

No creo que sea posible estimar el costo, nadie lo sabe. Creo que Nicaragua ha tomado el enfoque errado de no llamar a las personas que se queden en casa, lo más que se pueda. Ojalá me equivoque, pero me parece que en un par de semanas podemos comenzar a sufrir las consecuencias de este enfoque.

La economía ha sido golpeada por el virus, ya que la mitad de la población vive en algún tipo de confinamiento para frenar la propagación de la enfermedad. Es necesario controlar primero el coronavirus antes de reactivar la economía, recomiendan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Centroamérica atravesará una de las mayores recesiones económicas de su historia, similar a la crisis de los años de 1930, con una contracción de la actividad que oscilará entre 3 y 6 por ciento en el 2020, aunque aún es complicado hacer una estimación precisa.

De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la peor fase de la pandemia del coronavirus para Centroamérica será en el mes de mayo. En principio, más 50.000 personas podrían llegar a contagiarse con el coronavirus en Centroamérica, según proyecciones de la OPS.

Centroamérica necesita que el comercio regional funcione para garantizar alimentos a la población, evitar el desabastecimiento y que se pueda mantener el aislamiento social como primera línea de contención del nuevo coronavirus.

Centroamérica está expuesta a un gran riesgo social por inseguridad alimentaria si la pandemia por el coronavirus entre en la fase 4; fase que consiste cuando la transmisión del virus se vuelve comunitaria de manera sostenida y masiva. En esa etapa se dan los picos más altos de casos porque se pierde el control del contagio de la pandemia.

En Nicaragua, la sociedad civil, la iglesia católica y OMS/OPS han hecho esfuerzos para convencer al régimen que aplique las recomendaciones internacionales; pero simple y sencillamente no han sido escuchados y la puerta se mantiene cerrada.

Por haber tomado en cuenta las recomendaciones de la OMS/OPS el escenario más probable es que la economía se desplome entre 7 y 10 por ciento del PIB y 4 de cada 5 personas de la fuerza laboral se verán afectadas por el desempleo por el cierre de fábricas, empresas, comercios, hotelería, servicios de alimentación, bienes raíces, reparaciones, ventas minoristas, etcétera.

El coronavirus estallará aquí en cualquier momento. Pero nada de esto justifica sentarse con la dictadura para enfrentar “juntos” la amenaza, no porque no lo amerite la situación, sino porque con la dictadura no se puede trabajar, como ha quedado demostrado fehacientemente, siempre miente.