No más héroes

Pío Martínez
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No podemos pedir a los médicos que se inmolen. Su sacrificio no serviría de nada. En su juramento el médico se compromete entre otras cosas a “Cuidar mi propia salud, bienestar y capacidades para prestar una atención médica del más alto nivel”. Su juramento les obliga –y con ellos a todo el personal de salud– a salvarse, a no quedarse a morir.

Hablemos de los héroes

En nuestra sociedad nicaragüense, que después de siglos aún no encuentra su sosiego, hemos glorificado a los héroes, y eso no es casual. El culto al héroe, llevado al extremo de convertirse en necrolatría fue una más de las taras introducidas en el ADN de nuestra sociedad por el sandinismo, esa limitada, acomplejada, victimista, retrógrada y paralizante manera de ver el mundo. No es casual, digo, porque las leyendas sobre los muertos del sandinismo (“héroes y mártires” les llaman ellos) contadas a nuestra juventud, llevaban la intención de convencerla a unirse a la farsa rojinegra disfrazada de patria y estar por ella dispuesta al sacrificio de la vida misma. La existencia de la secta de los comandantes dependía de jóvenes dispuestos a luchar por ella. Los jóvenes eran el combustible de aquella maquinaria, la carne para los cañones que desde la otra trinchera les disparaban. Recuerden aquella consigna que lo expresa claramente: “sin una juventud dispuesta al sacrificio no hay revolución”. Al final, estuvieran dispuestos o no al sacrificio, los jóvenes fueron llevados por la fuerza a pelear una guerra que no era suya.

Aquel culto a los “héroes” persiste lamentablemente todavía hoy en nuestra sociedad. Aún ahora nos parece lo mas normal del mundo la existencia de héroes y su adoración y aquellos que no son héroes o no parecen capaces de serlo alguna vez, que son nada más personas normales, nos parecen poca cosa. ¡Qué manera más trastornada de ver el mundo! Tanto lavado de cerebro hecho por el sandinismo por tantas décadas, tanta perversión metida en en nuestras mentes han arruinado nuestra percepción de las cosas.

Ese culto a los héroes es realmente culto a la guerra y la violencia, el convencimiento de que las cosas hay que obtenerlas enfrentándonos unos a otros “con las armas en la mano” y no hablando los unos con los otros pues el sandinismo no entiende de democracia, no entiende de discutir y debatir y convencer con la palabra y la razón, solo sabe de imponerse por la maña y por la fuerza.

Por supuesto, es loable que existan jóvenes como los de abril, dispuestos a luchar por la libertad, por la justicia, ese no es el punto. Lo que deseo señalar es esto: es una cosa terrible y dolorosa que a estas alturas del desarrollo humano aún tengan nuestros jóvenes que ir a morir para intentar obtener aquellas cosas que en las sociedades democráticas se obtienen hablando, discutiendo. Es lamentable que tengan que ir a luchar a costa de sus vidas por ideas que en otras sociedades fueron banderas de lucha hace siglos y metas alcanzadas hace ya mucho tiempo, ideas tales como la libertad, el derecho a la vida, a la libre expresión, a la democracia, por mencionar algunas de las palabras escritas en los carteles de las protestas iniciadas en abril del 2018.

Es doloroso que aún tenemos que producir ese tipo de héroes. Sería maravilloso si la nuestra fuese una sociedad democrática en la que los actos heroicos de nuestros niños y adolescentes fuesen por ejemplo ayudar a ancianos a cruzar vías concurridas o rescatar una camada de gatitos abandonados en la calle, en lugar de ir como ahora, en dictadura, a enfrentarse a la guardia asesina de un tirano y caer abatidos por las balas de un francotirador.

Sabemos que si aún producimos héroes como los de abril es porque no tenemos democracia. Esa enorme cantidad de “héroes y mártires” que hemos ido acumulando en nuestra historia son el reflejo de un país que ha fracasado en su intento de construir una sociedad en que las cosas se resuelvan sin tener que matarnos los unos a los otros. Habremos avanzado como sociedad cuando seamos capaces de alcanzar por las vías propias de la democracia aquellas cosas que ahora nos vemos obligados a intentar alcanzar a riesgo de la vida. Entonces no habrá héroes ni mártires ni querremos tenerlos. Entonces nuestros jóvenes podrán enfocar su energía y su pasión a lo que corresponde: al amor, a la ciencia, a las artes, a la vida, a construir en fin una sociedad en la que dé gusto vivir.

Ahora hablemos del personal de salud

De entre la maraña de desinformación que la dictadura ha tejido para ocultar lo que está ocurriendo en Nicaragua con el coronavirus, logro distinguir algunas informaciones reales. Entre ellas hay una muy alarmante: médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería y todo el personal que trabaja en los hospitales del país están siendo infectados a gran velocidad por el coronavirus y ya son muchos los enfermos y las muertes entre ellos. Hay víctimas incluso en el personal administrativo, que no tiene contacto directo con los pacientes, tal es el grado de circulación del Coronavirus en los hospitales. Los hospitales se han convertido en focos principales de contaminación, la gente llega a ellos a infectarse con el virus y aquellos ya infectados llegan a aumentar la carga viral que su cuerpo recibe y a contribuir con sus propias emisiones a la sopa viral en que se ha convertido el ambiente de los hospitales. El personal de salud lo sabe y por eso muchos médicos que se enferman suplican a sus familiares no ser llevados al hospital bajo ninguna circunstancia.

Era de esperar que los hospitales se hayan convertido en focos de infección pues por lo que puede verse, el personal de salud está trabajando en condiciones inhumanas, desprotegidos contra la infección. No cuentan con suficiente equipamiento de protección personal y muchos no han sido entrenados para saber cómo utilizar esos equipos, mientras que trabajan en espacios repletos de enfermos en los que la carga viral es enorme. Desde los primeros días de la pandemia y hasta muy avanzada su entrada en el país, la dictadura prohibió al personal de salud utilizar medios de protección, incluyendo mascarillas, para según decían evitar el pánico entre la población. Ahora les es permitido usar equipos de protección personal pero no se les proveen o se les dan en mínimas cantidades y deben ser usados y vueltos a usar lo que como sabemos es contraproducente y solo aumenta el riesgo de infección y transmisión del virus.

Me parece hipocresía llamar héroes a nuestro personal de salud y pienso que es una canallada pedirles que continúen en su “heroica misión” porque en las condiciones en las que trabajan lo suyo no es heroísmo sino nada más que suicidio colectivo. Los estamos enviando a la muerte.

Entendámoslo de una vez: el personal de salud ahí luchando contra la pandemia no son héroes, son víctimas de la dictadura, de sus desquiciadas políticas, de sus acciones y de sus omisiones. No les hagamos también víctimas de nuestra incomprensión. No podemos seguir exigiendo de ellos quedarse ahí parados desprotegidos frente al tsunami que se les viene encima. No se puede exigir a un bombero entrar desnudo a una casa en llamas a rescatar a las personas. Eso es lo que estamos pidiendo hacer a médicos y enfermeras y en general a todo el personal de salud.

Estamos demasiado acostumbrados a pedir y hasta exigir de las personas acciones “heroicas”, como si eso fuese su obligación. No tenemos derecho a exigir a nadie que lleve a cabo actos que al examinarlos bien resultan ser nada más que acciones insensatas que lo único que producen son pérdidas de vidas humanas. Ese es el caso de la presencia del personal de salud en los hospitales en estos momentos. Al paso que vamos nos quedaremos sin médicos y sin enfermeras y los costos en vidas humanas de la pandemia continuarán mucho más allá de su paso, cuando por falta de atención médica nuestra gente muera de padecimientos que no habrían sido mortales de haber sido atendidos.

Por otra parte, sabemos también que no es mucho lo que se puede hacer por los enfermos en los hospitales, que los riesgos de acudir al hospital son más grandes que las posibles ventajas que podrían obtenerse. De lo que podemos percibir, los pacientes que requieren de intubación usualmente fallecen, con frecuencia en el acto mismo de ser conectados a un ventilador. Sabemos también que a estas alturas todos los ventiladores disponibles están ocupados.

El personal de salud no está salvando vidas con su presencia en los hospitales, solo están poniendo en riesgo las vidas propias y las de aquellos que acuden a esos centros de contagio. 

Voy a presentar un par de preguntas que creo es necesario analizar fríamente ¿No será que lo que corresponde hacer en estas circunstancias es cerrar los hospitales, enviar a los trabajadores de la salud a sus casas y enfrentar todos la pandemia ahí donde cada cual se encuentra, atendiendo a nuestros enfermos en casa, aislándolos en una habitación en aquellos casos donde sea posible?

¿No será hora de abandonar los hospitales, de apagar las luces y cerrar las puertas e imaginar una manera diferente de enfrentar la pandemia porque está manera no está funcionando y solo está contribuyendo a hacer que sus efectos sean peores?

No podemos pedir a los médicos que se inmolen. Su sacrificio no serviría de nada. En su juramento el médico se compromete entre otras cosas a “Cuidar mi propia salud, bienestar y capacidades para prestar una atención médica del más alto nivel”. Su juramento les obliga –y con ellos a todo el personal de salud– a salvarse, a no quedarse a morir.