Nota preliminar
Leteo, el río del olvido en la mitología griega, ha sumergido en sus aguas, a través de los años, a muchos y grandes autores centroamericanos. Con respecto al Periodo Modernista, que transcurre aproximadamente de 1875 a 1919, ha sido regla proclamar a Argentina, Chile, Colombia, Cuba y México, sus centros mandálicos. No obstante, Centroamérica también fue Belén del Modernismo.
A fin de evitar equívocos viene al caso decir que no es Rubén Darío su único representante. Bastaría nombrar al maestro Francisco Gavidia (1863 – 1955) y puntualizar, con razón y justicia, que el gran humanista salvadoreño es uno de los iniciadores de los experimentos verbales que comienzan en la Hispanoamérica de finales del siglo XIX. Fue Gavidia el maestro no sólo del adolescente Darío, sino de otros contemporáneos que nada más en Centroamérica se cuentan por docenas; todos de gran factura artística y advertido ánimo con relación a la nueva tendencia.
Esta omisión «leteica» ha hecho besar el suelo a un modernista de incalculables méritos, prácticamente desconocido en Hispanoamérica, incluso en Honduras, su tierra natal. Hablamos del modernista Juan Ramón Molina, quien aún hoy –tormentoso es decirlo– «es triste objeto de irrisión y mofa», tal y como él mismo se describió. Poco se sabe de su obra; de su vida, menos.
Tierras, mares y cielos, antología póstuma originalmente aparecida en 1911 por diligencias de su amigo, el modernista Froylán Turcios (1874 – 1943), anhela levantar vuelo en digna edición a fin de ser tomada como soplo, numen, lira cuyo tañer inspire nuevos estudios sobre el maestro y su obra.
Las modificaciones ortográficas de la presente selección intentan reestablecer el tejido gramatical del que se valió el poeta. Dado que de Tierras, mares y cielos existen al menos siete impresiones –1911, 1929, 1937, 1947, 1982, 1995 y 2011– que en muchas instancias difieren entre sí, hemos estudiado con detenimiento la sintaxis de la poesía y prosa modernistas, particularmente la de los más reconocidos centroamericanos con el fin de restaurar o indicar las formas sintácticas propias del movimiento.
La precisión verbal que Juan Ramón Molina tenía en sus escritos exige atención, pues él mismo la consideró vital en su escritura como ha de notarse en su ensayo «El estilo» encontrado en esta selección.
No pretende ser esta la «definitiva» antología del poeta, pues la anteceden varias publicadas en los Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Perú. Lastimosamente la obra de Juan Ramón Molina sólo ha sido traducida al inglés.
Sin embargo, su potente voz resuena en el ámbito de la lengua española, la lengua del Periodo Modernista. Y resuena con gran fuerza aun cuando ha sido manoseada en este incierto siglo XXI, el siglo de la «posverdad» o de la confusión, o sea, de la «no verdad».
A pesar de la abulia o de intereses personales ligados a centros de poder con los que ahogamos la voz del maestro, los caprichos de la demiúrgica siempre hacen lo suyo. No hay hondureño que no mencione, para bien o para mal, a aquel poeta que sigue cantando a porfía y que en esta edición mueve al que escribe estas líneas a preguntarles a todos los que hablamos su idioma:
¿Qué fue de aquellos que estreché las manos,
que quise como hermanos
en otros tiempos y mejores días?
¿Dónde están? ¿Cuántos son? ¿Por qué se vedan?
¡Ay! ¡De ellos sólo quedan
ilustres sombras y osamentas frías.
¡Todos murieron en la lucha fiera
al pie de su trinchera,
víctimas nobles de un brutal encono;
y hoy en Honduras, cometiendo excesos,
alza sobre sus huesos
un despotismo asolador su trono!
Que esta selección titulada Después que muera, cuyo orden no obedece a la editio princeps de Tierras, mares y cielos, conduzca al joven lector en un viaje biográfico, pues los poemas y la prosa han sido ordenados de manera secuencial.
El espíritu de las letras impulsa a quien entrega estas páginas a pedirles a los jóvenes a no dejar «tan triste», «tan solo» –parafraseando a Gustavo Adolfo Bécquer (1836 – 1870)– a nuestro modernista de compungidos tonos.
Roberto Carlos Pérez