OrMeverde versus OrMurillo
<< Toda esta horrenda comedia tiene como propósito lo que ya hemos repetido innumerables veces: buscar un desplazamiento de los dictadores de turno sin afectar el poder real, tanto en lo político-militar como en lo económico. Quieren al Ejército genocida como columna vertebral de un nuevo régimen, poblado por políticos vestidos de blanco que dejen a otros hacer el trabajo sucio de mantener el orden oligárquico. Quieren que se repita la farsa de 1990, solo que esta vez enfrentan demandas de justicia que no pueden ser obviadas por la excusa de “estábamos en guerra”, y esta vez hay un genocidio documentado en el cual han tenido implicación los altos mandos del Ejército.>>
El drama político que discurre ante nuestros ojos en Nicaragua valida la posición analítica y estratégica que los Nicaragüenses Libres hemos venido presentando a la ciudadanía. Con la fuerza latente del pueblo temporalmente sometida, a punta de una represión que es tan intensa y organizada como frágil e ilegítima es la dictadura que la ejerce, la lucha política se ha reducido a una contienda entre facciones de lo alto del sistema de poder.
Eso es lo que han deseado, no solo los Ortega-Murillo y su círculo cercano, sino los operadores políticos de la oligarquía y de la disidencia exFSLN. Lo han logrado a costa de la sangre de los muchachos a quienes dejaron abandonados en las calles mientras ellos se reunían con funcionarios extranjeros y representantes de la dictadura en salones de lujo. Lograron, por el momento (porque la historia lleva cuentas precisas) apartar del juego a los ciudadanos de a pie, a la inmensa mayoría de jóvenes estudiantes, trabajadores y todos aquellos que gritaron “¡que se vayan!” con todo el aire de sus pulmones y el corazón lleno de esperanza.
La oligarquía y sus aliados de la disidencia exFSLN tienen sangre en sus manos, y una responsabilidad histórica que no podrán evadir escondiendo la cara que antes mostraban oronda (Pellas), ni intentando un cambio de nombre (“Unamos”) como si se tratara de relanzar la Coca-Cola en el mercado. El pueblo les niega el derecho al maquillaje, los llama simplemente “los MRS”. El pueblo también ha visto a la oligarquía sin maquillaje, desnuda, compartiendo su cama con los dos bandos en pugna: con la dictadura de turno y con el “equipo de reemplazo” de los exFSLN y la fauna codiciosa de suplicantes agrupados amorfamente en Monteverde y otras siglas impostoras.
Desde el exilio, desde la cárcel, y desde el silencio impuesto por un Estado paramilitarizado, el pueblo observa cómo estos grupos chocan por el poder de explotar los restos de una nación que va quedando en ruinas. Observa cómo maniobran, ofreciéndose impúdicamente al Departamento de Estado como sucesores en el trono sangriento de los Ortega-Murillo. La única promesa que son capaces de hacer, y que hacen pisoteando la sangre de nuestros muertos, es que van a “estabilizar” el país. El “producto” que venden es, por tanto, un falso cambio, que no altera la estructura fundamental del autoritarismo en Nicaragua.
A los genocidas de El Carmen les dicen: “su turno ha terminado”. Al Departamento de Estado le dicen: “estamos listos para nuestro turno, concédannoslo, por favor.” Al Gran Capital, que como ya se ha dicho arriba comparte lecho con el poder que muere y con el poder que creen relevo, le dicen: “vamos a proteger sus intereses; muchos de nosotros decíamos antes ser enemigos de clase de ustedes, y anti-imperialistas, hoy simplemente somos gente de negocios y poder, como ustedes; no nos tengan miedo.”
“Zorros del mismo piñal”. Así los describe el pueblo, al que subestiman, pero que ha ganado conciencia de qué está en juego, de quiénes están en el juego, y de quiénes no quieren al pueblo en el juego. Se juegan miles de millones de dólares, el poder que los cuida y ayuda a crecer de manera injusta, a costa del hambre, la opresión y la prisión. “Zorros del mismo piñal”, dice la gente. En esto la sabiduría popular no yerra.
Este es el contexto del enfrentamiento aparente del genocida Humberto Ortega (ahora favorito de La Prensa, Confidencial, y todos los medios que se pliegan a la narrativa oligárquico-autoritaria) con su hermano y su cuñada. Este es el contexto en el cual la Sra. Dora María Téllez declara al genocida hermano del genocida en el poder “perseguido político”, colocándolo al mismo nivel ético de los miles de ciudadanos comunes y corrientes que no han cometido crímenes de lesa humanidad, como Humberto Ortega, sino que han sido víctimas de la criminalidad del sistema. “Perseguido político”, es decir, en la misma condición que los nicaragüenses que hoy padecen en las cárceles inhumanas del régimen, algunos por la sospecha del delito de pensar, como el filósofo Freddy Quezada, y como tantos que están junto a él, en el olvido y en el anonimato. “Perseguido político”, como los exilados que han tenido que abandonar, primero sus barrios, luego sus ciudades, por último, su país, a enfrentar la necesidad y la precariedad, pero al menos lejos de las garras del terror, que a veces incluso cruzan las fronteras.
Y con este trasfondo, ¿Hacia dónde apuntan los acontecimientos? ¿Cómo explicarlos? No es suficiente denunciar la inmoralidad del juicio de la Sra. Téllez, ni la cosecha de beneficios de la falsa oposición, desde premios literarios y puestos en las universidades del mundo que contratan a quienes creen pueden conectarlas al circuito del poder, a financiamientos que han convertido el ser “opositor” en un negocio, en el que viajan de la Ceca a la Meca los personajes ya conocidos y casi universalmente repudiados por los nicaragüenses, como Juan Sebastián Chamorro y Félix Maradiaga.
No basta con denunciarlos, hay que entender dos cosas. Una es que ellos son actores visibles, pero no escriben el libreto, ni dirigen la escena, ni financian la filmación; ellos no son las fuerzas que en realidad mueven el conflicto. Los poderes fácticos necesitan títeres y marionetas para administrar sus disputas y distraernos. Si denunciamos a los personajes de la falsa oposición no es porque ellos sean “las fuerzas”, sino porque son la primera barrera de defensa de esas fuerzas. Son obstáculos inmediatos para la libertad, su función ha sido y es estorbar, interponerse, impedir la lucha democrática del pueblo. El pueblo estorba tanto a los OrMeverdes como a los OrMurillos. Por eso, una postura beligerante requiere dejar al descubierto su papel antidemocrático, sus conspiraciones, sus intrigas, y los beneficios que de ellas derivan. Digamos que es como cuando, durante un incendio, los bomberos derriban a punta de hacha una puerta: derribar la puerta no es el objetivo, pero se hace indispensable para combatir el fuego, para ir al interior y hasta el fondo del problema y resolverlo. La falsa oposición, la alianza OrMeverde (el “Or” en este caso lo otorga el genocida Humberto Ortega) es la puerta, pero el incendio viene desde el interior del edificio, de las fuerzas que sostienen el sistema oligárquico autoritario. Las fuerzas, los poderes fácticos: milmillonarios de la oligarquía, intereses asociados al Ejército y la Policía, a las cúpulas religiosas corruptas; a los gobiernos de Estados Unidos y sus intereses políticos y económicos.
Si queremos entender lo que pasa tenemos que preguntarnos qué es lo que hacen estos poderes fácticos, qué quieren, qué negocian, cuál es su objetivo. La respuesta, en medio de todo el humo y el ruido, es sorprendentemente simple. El sistema en su totalidad está en crisis. La hegemonía del clan Ortega-Murillo se acerca a su fin, de una manera u otra. Lo saben ellos, lo saben sus oponentes dentro del sistema. Pero ni ellos pueden saludar desde el escenario y marcharse, porque penden sobre ellos la justicia, el odio popular, y el fanatismo de sus propias huestes, ni sus oponentes dentro del sistema han logrado articularse lo suficiente como para desplazar al OrMurillato. ¿Por qué? Porque saben que el sistema en su conjunto está en crisis, que se sostiene en zancos podridos, que si un trozo se desprende el sistema entero de poder puede colapsar. Por eso Estados Unidos ha apostado por un Ortega, su “hijo de perra”, y por eso el otro trata de vender a Estados Unidos, en contubernio con la oposición OrMeverde, que el objetivo de “estabilidad” es posible si el imperio del norte les entrega el poder. Insiste, por supuesto, en que el Ortega actualmente en el poder es incapaz de asesinar. Insisten, desde la oposición funcional, en lavarle la cara y lavarles la cara a otros, o lavárselas a sí mismos, si hace falta (hace poco la poetisa Gioconda Belli se declaró a sí misma “heroína”).
Toda esta horrenda comedia tiene como propósito lo que ya hemos repetido innumerables veces: buscar un desplazamiento de los dictadores de turno sin afectar el poder real, tanto en lo político-militar como en lo económico. Quieren al Ejército genocida como columna vertebral de un nuevo régimen, poblado por políticos vestidos de blanco que dejen a otros hacer el trabajo sucio de mantener el orden oligárquico. Quieren que se repita la farsa de 1990, solo que esta vez enfrentan demandas de justicia que no pueden ser obviadas por la excusa de “estábamos en guerra”, y esta vez hay un genocidio documentado en el cual han tenido implicación los altos mandos del Ejército. Un genocidio que fue la opción preferida por la oligarquía económica que encabeza Pellas, ya que los asusta, y asustaba, el cambio radical hacia la democracia que el pueblo anhela y el país necesita. En estas condiciones, podrán desplazar al OrMurillato de la cúpula, o a sus sucesores deseados, pero no están en condiciones de abrir paso a la democracia, porque la Justicia espera por ellos en un Estado de Derecho. De tal manera que, para el pueblo de Nicaragua, independientemente de las maniobras actuales de las facciones del poder en pugna, la desaparición de Daniel Ortega y Rosario Murillo será apenas un momento más en la lucha por la libertad. El régimen que los sucederá, por más blanco que sea su ropaje y más melosas las palabras con que quieran salir de la ilegitimidad, será el siguiente enemigo que derrotar en nuestro camino hacia la libertad.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Realista, directo y veraz. Aunque sea deprimente y desesperante tu análisis coyuntural de la situación de Nicaragua, estoy totalmente de acuerdo y no le encuentro salida mientras los demás paises de Latinoamérica no tenga una visión de conjunto que busque el bien común, sino enriquecerse cada vez más.