Ortega “expulsa” a la OEA [¿Qué significa? ¿Qué hacer que nos ayude a derrocarlo?]
En el teatro macabro de los Últimos Tiempos de la Dictadura, un acto más: de un funcionariado reducido a chingaste, encarga a un trío que encabeza el patético “canciller” ––responsable, no hay que olvidar, de encubrir el asesinato de Jean Paul Genie a manos de los escoltas del “opositor” Humberto Ortega—para que representen su propia versión de “Las palomas disparan a las escopetas” y “expulse” a la Organización de Estados Americanos. Hay tela para el psicoanálisis, más que de sobra, en esta locura, pero también, como escribiera Shakespeare, “aunque sea locura, en ella hay método”. Es decir, hay propósito. Hay, por más descabellada que parezca, una “hoja de ruta”. Y hay una opacidad de baile de máscaras en ella, porque así es la cultura política nica, y porque hasta lo más racional se viste de patológico en la conducta de Ortega y Murillo.
Para entender el rompecabezas, hay que tener en mente tres eventos ocurridos en los últimos días, que se dieron en sucesión casi diaria: (1) el editorial de La Prensa llamando a la oposición a abandonar “maximalismos”, como la exigencia de que desaparezca la dictadura [es decir, llama a que aceptemos cohabitar con ella]; (2) la “filtración” de fotos de los políticos que han sido condenados por los “tribunales” del Estado terrorista, pero que cumplen su pena en casa, de pie junto a guardianes uniformados en trajes blindados; (3) la agresión pública y visible contra la institución Interamericana, incluyendo el asedio policial a sus oficinas.
¿Cómo calzan, en las maniobras de supervivencia del régimen, estos eventos?
Lo primero que hay que reconocer es que “calzan”, y que calzan por construcción, no accidentalmente. Apuntan hacia la aspiración del régimen de escenificar algún tipo de pantomima de diálogo, que sería presentado (así de antemano hace La Prensa), como una salida real, realista, que solo rechazan “mentes polarizadas y atrincheradas”, es decir, los “maximalistas” que quieren el fin de la dictadura.
La pantomima necesita participantes que se presenten a sí mismos como “líderes opositores”, probablemente como víctimas del régimen que hacen el sacrificio de dialogar por la paz y no exigir el derrocamiento del régimen genocida.
Por otro lado, el régimen no está dispuesto a dejar mucho espacio entre pantomima y realidad, para lo cual necesita controlar la puesta en escena al detalle, y eliminar en los ensayos cualquier resquicio por el cual se introduzcan presiones de democratización real, incluyendo los acuerdos firmados con la OEA. Esto es lo que intentan.
¿Quiénes se lanzarán con ellos al escenario? Está por verse, pero lo evidente es que hay ensayos. También es evidente que muchos “actores” saben que el teatro está vacío, como el 7 de noviembre, y temen que la nueva pantomima sea también un desastre. Pero ambos, el clan FSLN y sus antiguos socios del modelo “diálogo y consenso” están arrinconados en una crisis que podría otra vez estallarles en la cara, y buscan una solución que luce cada vez más desesperada. El clan quiere la pantomima, pero quiere un teatro al que solo tengan acceso los privilegiados, y que se quede fuera todo el que pueda lanzar un tomate o levantar una pancarta o pegar un grito que enturbie la obra. En términos prácticos, esto quiere decir que el régimen camina hacia un autoaislamiento cada vez mayor, que irónicamente hace que la puesta en escena sea cada vez menos verosímil.
¿Quién podría darle legitimidad a un acuerdo entre dos actores ilegítimos? Con toda seguridad, la esperanza del orteguismo es que los poderes fácticos y su política de secuestro para extorsión consigan que una facción de los encarcelados acepte el diálogo, que le de un barniz de legitimidad ante el pueblo. En esta tarea ayudarían los medios de comunicación al servicio de la estrategia de las élites económicas y políticas, que volverían a la carga, buscando cómo marginalizar a quienes exijan democracia, tildándolos de extremistas, de radicales, de “maximalistas”.
La “expulsión” de la OEA
El disparatado anuncio de que, contrario a los acuerdos internacionales vinculantes, el Estado de Nicaragua [en manos, no hay que olvidar, de una pandilla usurpadora] “expulsa” a la OEA, y el cierre forzoso y con despliegue militar de las oficinas de la institución en el país, merece un comentario adicional.
En primer lugar, refuerza la tesis de que el pueblo nicaragüense no puede esperar de la OEA lo que las élites han hecho creer que puede esperarse: que obligue a Ortega a una conversión democrática del régimen. Razones hay, de sobra, que explican lo ilusorio de esta proposición, que van desde el “no quiere” hasta el “no puede”. El hecho, la realidad visible, que no admite especulación, es que la OEA ha sido un amortiguador para la tiranía. Cuatro años después, y multitud de acuerdos y comunicados, ¿quién cree que por ahí pasa la ruta de la liberación? Eso, por supuesto, independientemente de que haya que dar la batalla en el frente diplomático, y seguir buscando cómo el apoyo verbal de la mayoría de los países a la lucha se convierta en apoyo real a quienes la hacen.
En segundo lugar, la pregunta ahora es si la organización regional tiene todavía algún arma que pueda y quiera usar contra el régimen. ¿Cambiará en algo su comportamiento la humillación a la que la somete Ortega? Aunque hay seres humanos de por medio, lo que domina el cálculo es el interés político, no las emociones de Almagro y compañía. Los opositores nicaragüenses, los “maximalistas” que quieren democracia, deben empujar a que el ataque de Ortega a la OEA tenga respuesta continental de condena, aislamiento y sanciones reales, como el corte de toda financiación. Pero no debe descartarse, en ningún momento, que una vez más venga Almagro al rescate de una posibilidad de “diálogo”, para “la normalización del país” que piden las élites a través de La Prensa.
En tercer lugar, el acto de “ejercicio de soberanía” ––que es como publicitan el disparate en los medios oficialistas–– es medicina para el dolor entre las diezmadas bases del sandinismo. No será suficiente, pero es lo que hay, lo poco que queda en el botiquín de El Carmen.
¿Qué hacer?
El evento específico de la “expulsión” de la OEA por parte de la tiranía presenta a todos los grupos opositores una oportunidad importante de unidad en la acción, pronunciarse en conjunto, sin mucho rodeo y convención, en estos términos:
“Los nicaragüenses democráticos desconocemos al régimen usurpador de Daniel Ortega y Rosario Murillo, el origen de cuyo poder la propia OEA ha llamado ilegítimo, y por tanto desconocemos todas sus acciones. La Organización de Estados Americanos debe hacer lo mismo, y aplicar de inmediato todas las medidas que el Estado de Nicaragua, todavía uno de sus miembros, está obligado a cumplir en tal condición. La OEA debe asegurarse de que pare el financiamiento al régimen usurpador; debe, como prometió ya el Secretario General Almagro, proceder a “asfixiar” a la dictadura de Ortega y Murillo, exigir la salida de estos del poder que ocupan sin legitimidad, y apoyar efectivamente a los nicaragüenses que buscan la democracia.”
¿Alguien puede negarse a firmar este pronunciamiento? ¿Queremos unidad? ¿Alguien se atreve a negar el carácter unidor de una proclama así?
Un breve párrafo, pero un gran avance en el camino hacia la unidad efectiva en lo que importa, en construir una oposición de principios claros, coordinándonos para la lucha. Luego vendrán otros pasos, otros acuerdos, más esperanza, más fuerza, hasta lograr el cometido de marchar, juntos, al derrocamiento de la dictadura.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.