¿Otra vez, el canto de sirenas del Diálogo? (esta vez, caer en la trampa es inexcusable)
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
¿Cómo se salvó la dictadura orteguista en abril de 2018? Consiguió al interior de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica palancas suficientes para echar a andar el motor del Diálogo Nacional I. En ese momento, todas las instituciones represivas del régimen habían sido inesperadamente rebasadas por la protesta popular. Se desquebrajaba el aparato del Estado Fascista que había erigido la famiglia FSLN en alianza con el gran capital, y—no olvidemos—con una parte de la jerarquía católica anteriormente bajo la sombra del cardenal Obando y Bravo.
Para que el llamado de la Conferencia Episcopal surtiera efecto, la Iglesia tuvo que recurrir a su autoridad espiritual, llenando el proceso político de símbolos religiosos y ceremonia. De esta manera, los fieles, y muchas personas que podrían en justicia definirse simplemente como de buena voluntad, se convencieron a sí mismos de que similar voluntad sería impuesta al resto de los nicaragüenses por la fuerza del espíritu benevolente que imbuía a los obispos.
Y así marcharon todos, marchó el país, al matadero de junio y julio de 2018.
¿Qué pasa hoy?
La dictadura se desliza hacia un rincón cada vez más apretado y estrecho. Políticamente agotada, fiscalmente sostenida por un hilo que por otro lado hiere, desangra a la población a través de altos precios de servicios públicos mientras la economía, que ya había colapsado, pareciera haber encontrado un fondo de arenas movedizas donde se sigue hundiendo sin esperanzas: el país está efectivamente—físicamente—bloqueado; las noticias internacionales ya registran, en medio de la multitud de noticias insólitas de nuestros días, el grotesco espectáculo de un gobierno que parece empeñado en enviar a sus partidarios como un rebaño sumiso a inmolarse, y al resto de la sociedad a buscar protección como sea y por su cuenta.
Un anciano confuso y media docena de solitarios
Nunca ha sido el régimen más débil desde el punto político. Nunca ha estado su discurso ideológico en contradicción más aparente con la realidad. Nunca ha sido esta contradicción más cercana a las casas y hogares de los partidarios sandinistas. Las muertes de la pandemia son mensajeras brutales.
Nada ilustra mejor la acelerada decadencia del régimen, su caída en senilidad y anacronismo, que las recientes apariciones públicas de un Ortega confuso, pálido, tieso en el paso y balbuceante en su habitual, arrastrada incoherencia. Nada ilustra mejor el vacío de sucesión dinástica que el espectáculo de Juan Carlos Ortega leyendo un discurso en tono tan heroico que se disuelve en tragicomedia por inverosímil, por ser los mensajeros apenas media docena de jóvenes parientes y amigos que si algo mostraban era una perturbadora soledad.
Media docena de jóvenes en la casa vacía del padre de Sandino, leyendo y releyendo un texto escrito–quién puede dudarlo– por la nefasta Rosario Murillo. Repito: media docena. Porque el chigüín se encargó de filmar y transmitir por las redes sociales la lectura del discurso en voz e imagen de sus compañeros. Este gesto, en sí, pone una lupa gigante sobre la debilidad del reinado orteguista: si el mensaje estuviera vivo, si el caudillo conservara su vigor, el caudillo leería el mensaje y lo aplaudiría una masa. Pero esos tiempos ya no están. Ahora el niño Ortega (y uno ve la sombra de su madre como titiritera compulsiva) tiene que entrar en las calles desiertas de Niquinohomo para que media docena de jóvenes lean, uno tras otro, como un credo, o como una confesión estalinista, el mismo texto. Buscando un paralelo en la intención, uno se topa muy fácilmente con el mafioso que precisa, en su inseguridad paranoica, comprobar y asegurar la fidelidad de posibles traidores, entregándoles la pistola para que maten en su presencia a un policía secuestrado.
La dictadura del gran capital y sus políticos
Esto es lo que queda del glorioso régimen revolucionario, cristiano, socialista y solidario. Esto es lo que queda del FSLN. Esto, y una minoría confusa, que sufre los embates de la pandemia por obra y gracia de sus líderes, más –probablemente—unos cuantos centenares de pistoleros, violentos que en cualquier sociedad organizada son más el objeto de la acción policial que actores en la política. Esto es todo. No hay más. El régimen es un cascarón. Y si aún se sostiene, es porque otros poderes reales, particularmente el poder fundamental, el de los grandes capitales, teme que, al deshacerse el espejismo, la sociedad pase de la estupefacción al reclamo de Estado de Derecho, y empiece la verdadera Justicia a hacer sus cuentas. Por eso no es una exageración– y si lo es, lo es poco– afirmar que la dictadura de Nicaragua actualmente es menos la dictadura de Ortega y Murillo y del FSLN que la dictadura del gran capital y de los políticos subordinados a este. Subordinados, ya sea por acción, ya sea por oportunista omisión. Subordinados. Si les llaman, dentro y fuera del país, oposición funcional, es justamente porque de esto sirven a la dictadura de cuya estructura forman parte.
El mensaje de la Conferencia Episcopal: ¿otra vez pide “diálogo” Ortega?
Todo esto para volver a preguntarse “¿qué pasa hoy?”, a sabiendas del estado de descomposición terminal de la dictadura y a sabiendas de cómo se salvó la dictadura en 2018. La pregunta es motivada por estas tres líneas, insertadas con cierta timidez en medio de una carta de tres páginas y media de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, con fecha 24 de mayo de 2020: «Exhortamos a los gobernantes y a todos los sectores del país a abrirse a las alianzas y consensos para buscar y encontrar alternativas y soluciones conjuntas que nos eviten una mayor catástrofe humana«.
Dada la opacidad que, naturalmente, cubre los procesos deliberativos de dicha institución, y en vista de las circunstancias conocidas, uno tiene que preguntarse si la exhortación es ritual de esperanza–como corresponde a la dimensión espiritual de la Iglesia– o si fue plantada ahí como un clasificado discreto, para que de él se sirvan quienes insisten, contra la voluntad mayoritaria, en buscar un pacto con el régimen, bajo la cubierta de elecciones. Uno, un ciudadano seglar, no puede estar seguro de estas cosas, pero es buena práctica asumir que, si está en el comunicado, llegó ahí de la mano de alguien; y ya sabemos que hay en la Iglesia quienes en el pasado han favorecido arreglos con Ortega. Alerta.
Alerta, porque no es imposible que el llamado venga del mismo régimen, siguiendo la misma estrategia del 2018, y por razones similares: está arrinconado, y sus aliados en el gran capital han perdido, con las sanciones al jefe del Ejército, una parte importante de su argumento de “estabilidad”. Si Estados Unidos, de cuyo gobierno hablan casi como si tuviese potestad de enderezar nuestros entuertos, y a cuyo temor de “inestabilidad” y exigencia de “elecciones” atribuyen la necesidad inescapable—según ellos—de ir “contra” Ortega por la “vía electoral”, está dispuesto a arriesgarse y condenar a la institución pilar de la “seguridad”, y de la “estabilidad”, ¿qué pueden ahora hacer para defender su “aterrizaje suave”? A los políticos de la oposición funcional no les incomoda para nada aprovechar con cinismo el sufrimiento de la pandemia para adoptar la pose “humanitaria”, y defender su propuesta como una propuesta de “salvar vidas”.
Como si la principal amenaza a la vida no fuera la misma dictadura, con la complicidad de los poderes fácticos a los que los políticos electoreros sirven. La primera vez, pudo aducirse inexperiencia, inocencia o ignorancia, para dejarse llevar por las maniobras de estas élites. La próxima vez no habrá culpables inocentes.