Otras Ítacas, presente puro

Por Esther Peñas

Resulta un tanto puesta en abismo, si me permiten la figura retórica hablar de este libro, comentar un breve ensayo que, a su vez, recoge comentarios de otros libros. No obstante, intentaré compartirles algunas impresiones que me ha causa su lectura. 

Utilizaré como eje tres adjetivos para referirme a Otras Ítacas, de Santiago Sanz, editado por Animal sospechoso. Modesto, luminoso y noble. Cuando llegué el punto y final, me vino a la cabeza unos versos de Juan Antonio González Iglesias: «una felicidad libre de euforia». Algo de ello tienen estas páginas, en las que nos hace cómplices de hallazgos, de vasos comunicantes, de posibles juegos especulares que descubre el autor, a quien su escritura lo revela como un hombre dichoso en ese mirar. Nos ofrece sus observaciones con la templanza del orfebre, consciente de que el alumbramiento reside en aquello que se contempla, pero sin resaltar que para que la lumbre prenda hace falta quien arrime el fuego. A ello me refería cuando califico de modesto este libro, a su humildad. 

Santiago no trata de establecer canon alguno. Repara, o atraca, puestos a seguir el símil marítimo del título, en aquellos autores y libros que han llegado a la tenada más íntima de su emoción y asombro. Sobre todo, Borges y Dante. No trata de acotar los libros o los autores que va mencionando. Hacerlo sería un disparate, porque toda obra maestra, todo gran autor, es, a la postre, un fracaso bajo el intento de agotarlo. Santiago se sitúa ante estas obras, o ante estos autores como si estuviera contemplando un manojo poético. El que no pueda explicarse la poesía no significa que nada se pueda decir acerca del poema. Desde ahí habla. Exponiendo algunos matices que él ha encontrado en sus lecturas, adentrándose en aquellas cuestiones que le importan porque le conmueven, pero sin otra pretensión que el disfrute mismo de la lectura y la atención al flujo y reflujo que nos deja. A esto me refería cuando hablo de noble refiriéndome a Otras Ítacas.

Irradia luz, este ensayo. No solo por el tono sosegado, aunque entusiasta, no solo porque es capaz de crear una intimidad con el lector propia de brasero, sino porque mana en sus páginas la alegría del encuentro, cada capítulo deviene en una pequeña epifanía capaz de celebrar aquello de lo que habla. Incluso en los escasísimos momentos en los que hay mención de alguien de un modo no tan lleno de claridad (se me ocurre cuando cita a Octavio Paz, para quien en Borges no hay amor —cuando al menos el amor a la palabra, al lenguaje, en la obra de Borges es insuperable—) lo hace con un tono compasivo. Santiago, al escribir, recuerda a Cervantes, Tolstoi y Dickens cuando moldean sus personajes, acaso los autores más compasivos de la literatura, ensancha el alma. A este me refería cuando utilizo el adjetivo luminoso para referirme a Otras Ítacas.

En otro orden de cosas, me gustaría destacar otra característica de este ensayo que para mí es importante, el hecho de que al margen de la novedad. Pueden hacerse una idea de los libros que se publican al día. No, quizás no lo sepan: 250. Demasiados. Una cifra, disculpen, intolerable. Por supuesto, cada uno de ellos es «imprescindible», «un retrato despiadado de la realidad», «necesario…» Alguno de ellos, por supuesto, resistirá esta desquiciada trampa de la incesante y vertiginosa cadena de desplazamientos novedosos. Pero qué regocijo abrir un libro que hable de otros libros que han sorteado el tamiz del tiempo. Que hable de Homero, de Simone Weill, de Cernuda, de Herbert, de Brahms, Aquiles o Patroclo (porque no solo de pan vive el lector), de Emily Dickinson…disculpen la anécdota personal, pero hace muchos años, hablando con Jiménez Lozano, me dijo algo que no entendí entonces pero que cada vez tengo más por certeza: «Señorita usted es muy joven aún (y vive Dios que lo era, tenía veinte años menos), pero llegará un momento en que usted ya solo querrá leer o releer aquello que el tiempo ha dado por esencial». Es pura creación, la de Otras Ítacas. Presente puro. Nada de creatividad, que emparenta con lo efímero.

Santiago Sanz hace que nos sintamos interpelados en estos capítulos, en sus lecturas. Y acogidos, como los trovadores que encontramos en estas páginas que buscan amparo en un árbol, una fuente, un sueño.  El reparte de lo sensible que se distribuye en estas páginas es, citando un verso de Coleridge, citado por Santiago «despertar a la mente del letargo de la costumbre».

Esther Peñas
Esther Peñas Domingo (Madrid, 1975) es periodista de oficio y poeta por vocación. Ha publicado, entre otros, los poemarios Historia de la lluvia y El paso que se habita (Chamán Ediciones), varios libros de entrevistas, distintas novelas, entre ellas La vida, contigo (Adeshoras) y ensayos, como De la estirpe de las amazonas (Wunderkammer). Es responsable del Departamento Digital de Inserta Empleo, profesora de talleres de escritura creativa en el Centro Cultural Paco Rabal y plumilla en cermi.es, Ethic y CTXT. | + posts

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