Para derrocar a la dictadura: olvidémonos de la unidad

En un artículo publicado en esta misma revista hace dos años, decía yo que los nicaragüenses hablábamos tanto de la unidad que parecía haberse convertido en un fin en sí misma, en unidad por la unidad y nada más; que la habíamos convertido en un fetiche, atribuyéndole poderes mágicos, como si ella sola fuese capaz de conseguir cualquier cosa.

Dos años más tarde, todo sigue igual, la oposición continúa en el mismo lugar, diciendo las mismas cosas, sin haber avanzado ni un paso en el camino hacia la tan cacareada unidad.

Lo que hoy quiero decirle es muy sencillo: para los nicaragüenses de buena voluntad, la búsqueda de una idealizada “unidad” se ha convertido en un obstáculo para la liberación de nuestro país y debe ser de inmediato abandonada si es que en realidad queremos hacer avanzar la lucha del pueblo. 

Que los nicaragüenses hemos estado alguna vez unidos es, a mi juicio, un mito pernicioso. No estuvimos unidos en la insurrección de 1979 para derrocar a Somoza, ni en 1990 para derrotar a Ortega en las elecciones limpias de aquel año. Si en ambas ocasiones las organizaciones políticas y la población hubieran estado unidos, como ahora imaginamos que estuvieron, no habrían salido disparados cada cual por su lado una vez logrado el objetivo perseguido, como entonces ocurrió. Aquello no fue unidad, pues eso es otra cosa, aquello fue colaboración, trabajar juntos todos en pos de una meta clara. En ambos casos, había que arrancar de las carnes de la patria dos tumores malignos, dos dictaduras que amenazaban terminar con ella. En uno y otro caso se trataba de un asunto de vida o muerte y allá fuimos todos, moros y cristianos, a rescatar a nuestro amado país. No nos paramos a preguntar a la persona que iba a nuestro lado si era liberal o conservadora o comunista, y mientras le pasábamos un adoquín para ponerlo en la barricada que estábamos levantando juntos, o mientras hacíamos fila para depositar nuestro voto, no le preguntábamos si estábamos unidos. No era necesario, lo importante era que estábamos colaborando, trabajando juntos por una meta común.

En 1979 y en 1990, lo que se produjo y dio al traste con la dictadura de Somoza y con el gobierno sandinista, fue unidad en la acción, unidad de propósitos convertida en colaboración, en trabajo que transforma la realidad, no esa cosa abstracta e informe que la oposición dice buscar.  Dicho sea de paso, como cabe esperar de políticos surgidos de una sociedad que nunca ha sido democrática, la “unidad” que proponen algunos es una aberración antidemocrática, en la que las voluntades individuales de personas y grupos se someten completamente y se produce una obediencia ciega al servicio de un fin definido por unos cuantos.  

Hemos llegado al extremo de ver a la unidad como si sin ella nada fuese posible y como si con ella se pudiese todo. Es hora de despertar: esa unidad es solo una ilusión, un espejismo. Por estar dedicando nuestro tiempo y nuestras energías a perseguir ese sueño inalcanzable hemos dejado de trabajar en lo que en realidad debe ser nuestro objetivo: el derrocamiento de la dictadura. La búsqueda de la unidad por sí y para sí, el estar esperando a alcanzarla antes de dar un paso, nos paraliza, frena la movilización. Así lo han demostrado los últimos cuatro infructuosos y frustrantes años transcurridos en que ha habido interminables conversaciones, talleres y seminarios buscando la etérea, inasible unidad. Dediquemos más bien nuestras energías a tareas concretas que nos conduzcan por el camino de la liberación.

Dejemos solos en sus juegos a aquellos que aparentemente están más interesados en seguir buscando la unidad que en encontrarla, quizás porque han hecho de ello su negocio.  

Si no buscamos la unidad, ¿qué hacer entonces? 

Debemos hacer lo que hemos hecho antes y nos dio resultados, esto es, ponernos de acuerdo sobre algunos principios que guiarán nuestros esfuerzos, y sobre esa base, encontrar modos de colaboración y definir tareas y acciones que a nuestro ver y entender conducen al derrocamiento de la dictadura, para trabajar juntos en ellas con tesón y constancia. El Congreso de Unidad de los Nicaragüenses Libres ha presentado a las organizaciones opositoras dos propuestas de acuerdos de principios que hemos invitado a todas a hacerlos suyos. Vayamos por ese camino.

Echemos al basurero la palabra “unidad”, que ha demostrado ser inútil, y adoptemos esta otra: colaboración.

Pío Martínez
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