Poemas de Rubí Arana
Rubí Arana
Rubí Arana (1941) es poeta y promotora cultural, con estudios de Arqueología en Mérida, Yucatán, México. Su trayectoria poética despuntó en los inicios de los años sesenta en Nicaragua. Reside en Florida desde 1974, donde ha publicado los libros de poesía Emmanuel, In nomine filii, Príncipe Rosacruz y Homenaje a la tierra. De este último, Revista Abril ofrece un fragmento en esta breve selección de poemas.
UN TALLO DE SONIDO
Los ojos de los charcos los habita la luna
no hay héroes sino madres de corazones rotos
el cáliz en las manos de los artesanos
es dolor en las manos y piedra ensangrentada
los ojos de los charcos los habita la luna
Desde la piedra blanda en dolor la arcilla
la cabellera del aire barre por sus lugares
y la luna es la magia la diosa o la muerte
Los ojos de los charcos los habita la luna
En los ojos del gato las luces del relámpago
su luz hecha instante y todos
los gatos de la ciudad encienden sus ojos para
iluminar la ciudad a ellos los habita el enigma
un vino espeso
Los ojos de los charcos los habita la luna
Por los solares en el radiante día el sol
rueda de su centro su círculo
en su punto del color oscuro ahí mismo
Los ojos de los charcos los habita la luna
Gira gira girasol
tu cetro centella tu parte del círculo
su cuerpo abierto una gran luna llena como la
tierra
Los ojos de los charcos los habita la luna
Cuando del cosmos llega la noche ejerciendo
sombras su temblor de agua y estrella
Los ojos de los charcos los habita la luna
La ciudad y los mártires no hay héroes solo
muertes
por un rayo de luna bajan las almas de los
muertos
Los ojos de los charcos los habita la luna
Poetas lanzan pétalos iluminados
a ras de las piedras a ras del viento iluminado
la innumerable rosa iluminada
de un tallo de sonido se deshoja
Los ojos de los charcos los habita la luna.
SALMO
Ira levanto hacia tí, Señor.
Esta ira es el incienso.
Delicada música de lágrimas levanto
no para conmoverte
porque tú eres Jehová, el dios cruel.
Desilusión elevo.
Mi desilusión es el incienso.
Como rama de frutos te ofrendo, Señor,
insomnio.
Insomnio es incienso.
Borraste su sonrisa.
Secaste el champaña de su piel.
Tramaste el derrumbe de un magnífico porte.
Conspiraste a sus ojos verdes.
Derramaste su frente pura.
Convertiste el espacio de mi hogar en Gólgota.
Congelaste en tu sombra el puñal
e hiciste sangrar su corazón.
He ahí la presencia del fuego.
Silenciaste el brillo en su mirada
para gloria de la yerba niña,
que su bello ser como esplendor
de un rayo manso
por toda la densa superficie esparciera
profunda esperanza.
Pero dejaste ciegos mis ojos.
Llena mi casa de soledad.
Demudados mis órganos vitales.
Desgarrada esta voz
hasta la muerte.
Rojo mi pensamiento,
ansioso el pecho mis entrañas
abiertas:
¡he aquí tu presencia en el fuego!
Allá de la vida elevo ofrenda de sangre.
Pan de proposición es mi ofrenda.
Su sangre es incienso.
No era sólo tuyo, Dios:
mío en el vientre.
¡Sin la cooperación de mis entrañas
no hubieses realizado
el milagro!
Dentro del agua mística
percibió el descenso
de nueve lunas.
Su germen creció y yo era la tierra
y tú, tú eras el cielo.
Ya no.