Poesía de Félix Luis Viera

Félix Luis Viera
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Poeta, cuentista y novelista (Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), es autor de una vasta obra, de la cual se destacan, entre otros, los libros de poemas Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía, Cuba, 1976), La patria es una naranja (2010, 2011, 2013) y Sin ton ni son (2020); los de cuentos Las llamas en el cielo (1983), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983, Cuba) y Precio del amor (1990, 2013) ; y las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba 1987, Premio de la Crítica 1988), Serás comunista, pero te quiero (1995), Un ciervo herido (2002, 2005, 2012, 2015) —sobre las Unidades Militares de Ayuda la Producción, campos de trabajo forzado establecidos en Cuba—, El corazón del rey (2010) —que aborda el establecimiento en Cuba de la revolución comunista, en la década de 1960— , Un loco sí puede (2017), La sangre del tequila (2019)  e Irene y Teresa (2019). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, que otorgan varias instituciones cubanas en el exilio. A la par de su trabajo de creación literaria, ha llevado a cabo una extensa labor como articulista —sobre política, historia, crítica literaria— en diversos medios de Cuba y el extranjero. En 1995 fijó residencia en México, país del cual es ciudadano por naturalización. En la actualidad vive en Miami.

De noche a punto de llover 

Esta vez dijo que No y dijo para siempre.

Sin embargo, mirándola bien, estaba

y parecía no estar.

                                                              Para más suerte

la noche traía el viento a golpes húmedos:

iba a llover y su pelo olía a las primeras gotas.

                                                                   Ahí tienen

que el aguacero se cerraba sobre nuestras cabezas

y yo ansioso de devorarla entre todas las lluvias.

Volvió a decir que No y a decir para siempre.

Sin embargo, mirándola bien, tenía

cierto sabor a fresa en la mirada,

se le presentía agazapado algo así

como un brinco perfecto.

Pero otra vez dijo que No y dijo para siempre.

                                                                      Y al fin

como para poner los documentos en regla

lloró a todo fragor como un verso romántico.

La lluvia inició su percusión en los tejados.

Se fue y parecía un poema diluyéndose en la noche.

Abril 1977

Casa

Esta es la casa donde no habitamos

Esta es la casa con su jardín elemental,

aquí el librero, la lámpara

a la medida de inmensas jornadas de lectura,

aquí los muebles; en el centro —o ya

no sé si en una esquina, no recuerdo—

un haz de flores (naturales, claro)

Esta es la casa donde no habitamos,

discreta y honda hacia la sangre como un verso

         La casa

donde dos —o tres, ya no recuerdo— niños

ensayan sus colores

Esta es la  casa donde no hay un gesto

que no haya partido del amor

Aquí su dormitorio, sus sábanas azules —o

        blancas, no recuerdo—

donde no nos acostamos

Esta es la casa que dibujamos de memoria,

la que hoy apenas podríamos (tú o yo) describir,

         la que ha quedado

como una semilla rota al borde del camino

Suerte

que la vida

se hace también de las cosas que no fueron

Noviembre de 1979

Descubrimiento

Y harto y extenuado y empolvado por tan extenso

      recorrido

buscando la tierra indescubierta

o quién sabe si la ruta más cercana

entre las manos y la exactitud del sueño

he aquí que de pronto alguien desde mi propio

          palo mayor

grita “tierra” y sucede que enquillo

—cuando ya no quedaba ni siquiera hambre en 

      las bodegas—

violenta, inesperada, sorprendidamente en tus 

        arenas

y véote y créote efectivamente como la tierra que

         buscaba

y dígome es ella al fin después de tanta ruta

y te desembarco y jamás ojos humanos

tocaron tanto trino

ni jamás antes que yo, el descubridor,

mirada humana sintió tanto recorrido

de flauta en su mirada

ni vio nunca tanto pájaro suelto cantador

dulcemente enfurecidos de colores

y toqué tu tierra, tus minerales,

y las ramificaciones inalcanzables  de tus árboles

y había y vi que los nidos y las colmenas

se multiplicaban a cada toque del sol en tus laderas

y fue así que cuando ya cansado de la boga

más bien esperaba el arrullo mortal de la

última tormenta

alguien desde mi propio palo mayor dijo

          “tierra”

y sobrevolé tus nidos y bebí de tus colmenas

y a días de andar y andar alelado

como descubridor y descubierto

comprobé que tu cielo si acaso tronaba

era con amorosos relámpagos

y fue así que decidí e hice zozobrar mi

        embarcación y clavé mi tronco

eternamente en tu subsuelo

y para que no ocurriese como en otras ocasiones

no dije a reyes ni reinas ni cortesanos el hallazgo

no hice poner en latitudes exactas tu presencia

sino que enterré mi tronco eternamente en tu 

         subsuelo

y ellos que me den por náufrago totalmente

       digerido,

yo mejor cierro bien los bloques del secreto

y así ningún libro te dará por existente,

ningún mapa dibujará tus formas, tus puntos

        interiores y exteriores

y así ningún sediento excepto yo, el descubridor,

podrá beber en tu tierra la vida hasta la muerte.

Septiembre de 1980

Para Elisa

Cuando mis ojos necesiten cristales de + 225 o

 tal vez más, tus ojos aún y por mucho tiempo

seguirán perforando a otros con esa luz que yo

   vi en ellos la primera vez que te vi.

Cuando mis carnes comiencen a caer

—ineluctablemente hacia abajo— y mis músculos

ya no respondan en uno de esos momentos en que

   hace falta un salto ágil para esquivar cualquier

    obstáculo,

tus carnes y tus músculos estarán aptos

—flamantemente aptos— para crear la sensación

de invencibilidad que yo sentí en tu carne y la

de resorte finísimo en tus músculos la primera

vez que los tuve.

Cuando mis huesos comiencen a sonar digamos

herrumbrosamente en una de esas paradas

intempestivas necesarias o en uno de esos

esfuerzos imprescindibles de la vida, tus huesos

todavía tendrán ese viso de elástico dulcemente

azogado que les otorgué la primera vez que

    estuvieron bajo de mí.

Cuando mi pelo sea mi pelo sólo en las fotografías

lejanas, tu pelo aún y por mucho tiempo tendrá

esa rispidez hermosa de espiga naciente de maíz

que le metaforicé la primera tarde que lo vi.

Cuando mi espalda por fin termine de encorvarse

y mis piernas —estas piernas de peatón

inclaudicable —comiencen a fallar en las largas

tiradas, tu espalda todavía y por mucho tiempo

    será esa especie de relámpago fijo y tus piernas

todavía y por mucho tiempo ese dúo de compases

por el que se rige el mundo o al menos por el que

   debería regirse.

Cuando estas arrugas que vienen avanzando sobre

  todo en la periferia del ojo derecho sean

grietas que no soportarían la foto, la TV, el

    espejo en primer plano,

tu cara aún y por mucho tiempo será esa que

    comparé con el agua ardientemente congelada

la primera tarde que te vi.

Cuando mis dientes —estos dientes que he

    defendido por más de 30 años salvando el

insalvable miedo a la silla del dentista—

comiencen a abandonarme,

tus dientes —ah, tus dientes, propios para una

exposición del género— serán aún y por mucho

tiempo los dientes de una tierna tigresa.

Y así hasta que

cuando quizás mis poemas no me importen,

cuando mis poemas sean por fin anatemizados

mortalmente, cuando ya esté abatido y cansado

y la poesía me interese lo que hoy me importa 

un juego de fútbol, tú aún y por mucho tiempo

   verás en mis poemas lo que yo ya he dejado

en la distancia,

tú verás en ellos quizás el único valor

de mí, en mí,

el único valor para amar a ese señor que ya se

te hace como una piedra de agua marina, como

un collar de cuatro vueltas, como un sostén, un

brasier imposibles de llevar a esas alturas.

Y entonces…entonces… ¿Comprendes?

Agosto de 1984

Esquema de los amantes clandestinos

                                                                              Para Mari

Los amantes clandestinos sólo tienen punto de partida.

Las estaciones adonde llegan son siempre sitios intermedios.

Viajan los amantes clandestinos en carromatos  destartalados.

Viajan y viajan y no saben ni remotamente dónde terminar.

Viajan.

En cualquier taberna oscura toman vino del

peor (para despistar) y se sirven de las posadas más

astutas y blanden y afilan un puñal que nunca podrán

utilizar contra nadie.

En su camino aprenden a cuidarse de los

Generales y los Presidentes (los Generales y los Presidentes

nunca aprueban a los amantes clandestinos, ni siquiera

cuando ellos mismos sean amantes clandestinos)

y aprenden a cuidarse del olfato de los perros y

de ciertos números mágicos que iluminan las noches.

Viajan.

No quieren detener su viaje y a la vez

quieren detenerlo, entre otras razones, porque les salen

ampollas en la memoria y un líquido abrasivo

les derrite cierta porción parecida a la conciencia.

Siguen.

Viajan.

Llenan tarjetas falsas y se hacen pasar por árboles y

cestos de basura,

la bandera que llevan en su carromato cada vez les parece

más dudosa, pierde esplendor,

el viaje es demasiado largo, o no es un viaje,

es un ir, un ir, sólo un ir.

Pero, agotados, siguen, no hay regreso.

Hasta que el carromato destartalado se derrumba,

y los caballos revientan

y a ellos les suda el alma

y sacan aquel puñal

y con él

asesinan el punto de partida.

Santa Clara, Cuba, 23 de julio de 1991

Otra vez sobre el amor imposible

No fuiste tú quien con él compartió

la vejez, la frescura de los nietos —de ambos—

en las tardes de los jubilados.

No fuiste tú quien buscó en sus libros

párrafos baldíos, quien

le recordó las palabras que olvidaba,

quien le situó en un borrador acentos omitidos,

     quien una noche

releyó sus últimos poemas.

No fuiste tú quien ordenó sus apuntes, quien

    sangró

los finales de sus obras finales.

No fuiste tú quien soportó —con él—

el último embate

de sus detractores.

No fuiste tú

quien recibió los últimos embates

de su sexo

ni quien con él al final te dedicaras

a regar las rosas del jardín.

Ni serás tú quien cierre sus ojos,

quien lleve a su tierra

la primera flor y las flores siguientes,

ni serás tú quien lo recuerde,

como recuerda la mujer sentada en el sillón,

a quien murió en su cama y ahora se hace polvo

   en esa tierra.

No podrás ser tú quien muera mencionándolo.

Enero de 1984

Imposible, poeta, imposible                             

                                            para Magda 

Buscándote escribí cientos de cuartillas,

creyéndote a mi lado les conté a mis amigos

de tus virtudes y defectos, les hablé de tus dones,

de tu amor por la poesía y por los niños.

Creyendo que te había encontrado proclamé

tu nombre y te llevé a reuniones y conciertos,

envié cartas donde daba fe del hallazgo.

Pensando que eras Tú me acosté contigo

y sentí que fornicar era precisamente eso:

la consecución de una verdadera religión para los

     hombres.

Como estaba seguro que existías me emborraché

    contigo,

bebí contigo en cantinas y bares peseteros,

canté para ti boleros, tangos y baladas, te leí

poemas de Vallejo.

Decenas de cuartillas escribí afirmando que ahora

   Sí.

Hoy mi costado se nubla

me falla el pie izquierdo

se doblan mis espaldas

y el enfisema definitivo avanza hacia la puerta

   final.

Hoy te digo adiós

sé que nunca llegaste

que nunca te tuve

que nunca has estado en ninguna parte.

Hoy sé que era imposible que existieras así como

    quería.

Mayo de 1988

Félix Luis Viera

Poeta, cuentista y novelista (Santa Clara, Cuba, 19 de agosto de 1945), es autor de una vasta obra, de la cual se destacan, entre otros, los libros de poemas Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía, Cuba, 1976), La patria es una naranja (2010, 2011, 2013) y Sin ton ni son (2020); los de cuentos Las llamas en el cielo (1983), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983, Cuba) y Precio del amor (1990, 2013) ; y las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba 1987, Premio de la Crítica 1988), Serás comunista, pero te quiero (1995), Un ciervo herido (2002, 2005, 2012, 2015) —sobre las Unidades Militares de Ayuda la Producción, campos de trabajo forzado establecidos en Cuba—, El corazón del rey (2010) —que aborda el establecimiento en Cuba de la revolución comunista, en la década de 1960— , Un loco sí puede (2017), La sangre del tequila (2019)  e Irene y Teresa (2019). En 2019 recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente “Gastón Baquero”, que otorgan varias instituciones cubanas en el exilio. A la par de su trabajo de creación literaria, ha llevado a cabo una extensa labor como articulista —sobre política, historia, crítica literaria— en diversos medios de Cuba y el extranjero. En 1995 fijó residencia en México, país del cual es ciudadano por naturalización. En la actualidad vive en Miami.