Poesía de Natalie Díaz
POR QUÉ NO HABLO DE FLORES CUANDO LAS CONVERSACIONES
CON MI HERMANO LLEGAN A SILENCIOS INCÓMODOS
Perdónenme, guerras distantes, por traer
flores a casa.
Wislawa Szmborska
En las montañas de Cachemira,
mi hermano baleó a muchos hombres,
hizo estallar cráneos de pieles morenas,
tiñó de carmesí la arena blanca del desierto.
¿Qué se puede decir a un hombre
que ha recorrido un mundo así,
cuyas manos y cuyos ojos
lo han traicionado?
¿Había flores por allá? Pregunté
Esta fue su respuesta:
En una aldea, una turba de hombres
envolvió a una mujer en sábanas.
La mujer no se resistió.
Sus pies descalzos se arrastraban en el polvo.
La acostaron sobre el camino
y la apedrearon.
El primer hombre era su padre.
Lanzó dos piedras, una tras otra.
En el camino, el hermano de la mujer
le había llenado los bolsillos de piedras.
La multitud era un enjambre
de abejas aturdidas. La andanada
de piedras contra su cuerpo
ahogó sus gemidos.
La sangre estalló en las sábanas
como un racimo de violetas,
como cien rosas en flor.
HACIA LAS PUERTAS AMARANTO DEL AMOR Y DE LA GUERRA
Esta noche la ciudad es destello.
Lo que queda de un temporal de Agosto
es calor y humedad. Tras la ventana abierta,
la farola es una colmena en miel que podría cortar
con mi mano, mi palma un pozo de luz.
En la televisión, bombas como campanillas de plata
tañen sobre un horizonte borroso—
Lo único que sé sobre la guerra es vence.
¿Qué es un muro sino un objeto que hay que empujar?
¿Qué es una alcoba sino un epicentro
de saqueo? ¿Y qué puedo hacer con cien hogares
sino abandonarlos como cartuchos gastados del deseo?
El zumbido de las ardientes, moléculas azules de ozono—
un hipotálamo de clarines de caballería—
me llama para algo—tú,
tan dispuesta a ser triturada. Podría morirme.
Me inclino, te beso sentada en el sofá,
imagino que estamos tendidas
sobre aquel desierto enjoyado de escombros—
la única aflicción es tu boca,
solo me duele no llegar a tu fondo—
las explosiones son contra nosotras.
La guerra solo es
un recordatorio de Misa.
El tañer de las campanas, tus suspiros.
Las bombas, un carnaval de cuerpos, de tacto,
de todas las cosas que queremos disfrutar—
un trozo de manzana empapado en vinagre,
una naranja roja henchida como un pecho—
ellos que mendigan dientes.
Te quiero así—lo justo para crujirte
rumbo a un silencio hecho de pedazos de plata.
Allá afuera, los autos corren por las calles resbalosas.
Mi boca está en tu cadera—
daría la vida por arrancar solo este pedazo tuyo,
por vaciar tu brillante vestido sobre el piso,
mientras las largas y sombrías piernas de las bombas,
me llevan a las puertas amaranto de la ciudad.