Poesía en tiempos de pandemia y violencia
Ana Pérez Cañamares
Como un espumillón entristecido
le colgaron al árbol una soga.
La inocencia es solícita y tan útil
para servir propósitos siniestros.
Desde entonces las aves nos espían.
Ellas distinguen carne de madera
salvo el cuervo que traga cualquier fruta.
Es mitad plañidera, mitad verdugo.
El que mata halló siempre ayudantes:
artistas de siluetas a la tiza
fanáticos del arte de los nudos
dóciles voluntarios a cadáver.
Pero a los pies del árbol lo que abunda
son los ciegos virtuosos del olvido.
Me debato entre la fe sin paracaídas
que me diga que hay un pueblo tras la curva
o rodar cuesta abajo la pendiente
en un vértigo de eras pasando ante mis ojos.
Cuándo me creí la adormecida nana
que prometió seguridad y movimiento
eterno cobijo e infinitud de galaxias
baile sin pausa al ritmo de cadenas.
Cada dinosaurio tuvo su meteorito
cada plaga su amontonado cadáver
cada guerra su ruina y su niño muerto
cada imperio su historiador y su caída.
Si esquivamos la avidez del remolino
solo la raíz nos prestó un suelo.
solo el cerezo en flor vino a esperarnos
solo la monarquía de la abubilla coronada.
Me debato entre el rocío y el diluvio.
Entre ser palma y ritmo en los aplausos
o desvalida a la que guían de la mano
cuyo futuro y firma son la misma equis.