Por un programa político libertario y democrático.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
No al beneficio de la duda; sí al beneficio de la crítica.
Para construir y mantener la libertad es esencial la desconfianza hacia el poder, el escepticismo ante el poder, el cuestionamiento del poder. Es esencial cuestionar implacablemente al poder, incluso –¡especialmente! — a nuestro poder, al poder con el que estamos inclinados a simpatizar; hay que retirarle el beneficio de la duda. Es más sabio darle (darnos) el beneficio de la crítica inteligente.
No a la presunción de inocencia política.
La presunción de inocencia política es peligrosa, puede ser mortal. Cualquier evidencia de autoritarismo debe ser registrada con alarma, y denunciada con vehemencia, sin excusas, sin contemplaciones, sin excepciones. El autoritarismo no llega sin aviso. El autoritarismo no tiene tanta delicadeza, y hasta cuando viste a la moda no puede evitar que en un descuido se atisbe su pelaje y garras. Nadie puede decir que Bukele no invadió armado el Congreso de El Salvador. Ni puede decir que Ortega tuvo alguna vez modales democráticos. O que los tuvo Trump, o Chávez, o Castro, o Franco, o Mao, o Pinochet, o Videla, criaturas de cuartel estas últimas, acostumbradas a la vida autoritaria. Nadie puede decir que Andrés Manuel López Obrador no presentaba a Fidel Castro como su héroe.
Uno puede optar por darles el beneficio de la duda, pero al hacerlo cierra los ojos, se hace el sordo, enmudece voluntariamente, y corre el riesgo de que luego el cheque en blanco que ha entregado regrese, caro y manchado de sangre.
La presunción de inocencia política es un acto de fe en la capacidad de los seres humanos de manejar el poder al servicio de los demás, poniendo de lado los intereses propios. Miles de años de historia contradicen esta falsa creencia.
Bukele, ocupando ilegalmente la silla del presidente del Congreso, respaldado por soldados, «escucha la voz de Dios», que le dice, según cuenta el Iluminado, que salga y dé un discurso a sus seguidores y los aliente a alzarse en «insurrección popular» contra el gobierno que él mismo preside. «Yo no me voy a interponer entre ustedes y el artículo 87», arenga, refiriéndose a la cláusula constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos a intervenir directamente para «restaurar» el orden constitucional. Arriba, enlace a un video de la agencia Efe, que muestra el discurso del demagogo salvadoreño en las afueras del edificio del Congreso.
El enemigo de mi enemigo no es mi amigo.
Uno puede también darles a ciertos políticos un cheque en blanco aduciendo que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo.”
Grave error: el enemigo de mi enemigo no es mi amigo; el enemigo de mi enemigo es el enemigo de mi enemigo.
Me alegra si mi enemigo tiene cada vez más enemigos. Me alegra si el enemigo de mi enemigo hace daño a mi enemigo, y espero aprovechar que en la lucha ambos se hagan más débiles, que gasten sus municiones entre ellos, y no contra mí.
Pero el enemigo de mi enemigo no es mi amigo. El enemigo de mi enemigo no pelea por mí y para mí, sino por él y para él. Su objetivo no es mi causa, sino la suya. En medio de la polvareda y el humo de los conflictos, mi objetivo sigue siendo defender mi causa, no la del enemigo de mi enemigo.
«El enemigo de mi enemigo es mi amigo»
Yo no voy a pelear a favor del enemigo de mi enemigo. El enemigo de mi enemigo no pelea por mí, ¿por qué habría yo de pelear por él? ¿Por qué habría yo de arriesgarme y desgastarme en una lucha que no es para mí?
Al enemigo de mi enemigo le encantaría que yo lo hiciera, que me debilitara también en una lucha a su favor, que no reservara mis fuerzas para mi propia lucha. Si el enemigo de mi enemigo pudiera obligarme a luchar por él, como tantas veces ha ocurrido en la historia ‘feudal’ de Nicaragua y muchos otros países, lo haría. Si tuviera que convencerme por otros medios, como la manipulación de la información, de la publicidad de imagen, de los artificios ideológicos, de las creencias religiosas, del martirologio y el chantaje nacionalistas, lo haría.
Tratará de hacerlo. Trata siempre. Las cúpulas apelan al apoyo popular cuando pelean entre sí. Pero yo sé que el enemigo de mi enemigo no es mi amigo, que las cúpulas pelean por los intereses de las cúpulas… ¡que lo hagan!…
En medio de la polvareda y el humo de los conflictos sociales, necesitamos estar claro de nuestras metas, y empujar hacia ellas, pase lo que pase, hagan lo que hagan las cúpulas. Porque no podemos controlar todo lo que pasa, pero sí podemos controlar nuestra voluntad de avanzar hacia los objetivos que necesitamos alcanzar para ser libres y prósperos.
El enemigo de mi enemigo se vuelve amigo de mi enemigo.
También sé que las cúpulas pueden tener conflictos sangrientos entre ellas; que a veces llegan a despellejarse, pero al final establecen nuevos arreglos de poder y pactos, aunque la sangre aún corra y estén los campos cundidos de cadáveres. Esto ha sido así a través de la historia humana, y es pan de cada día en la de Nicaragua. No en vano la palabra “pacto” tiene olor a podrido en nuestro hablar.
Porque lo que tantas veces hemos llamado traición, para las cúpulas es inteligencia. Lo que llamamos inmoralidad, para ellas es astucia, lo que criticamos con escándalo y sorpresa, ellas celebran como el triunfo esperado de su superioridad, de su hegemonía. Aunque la sangre aún corra y estén los campos cundidos de cadáveres.
Michael Healy, líder del Cosep, antes (todavía es antes) de «sacar los tractores» contra su socio de «diálogo y consenso», Daniel Ortega.
Nuestra lucha, nuestras metas, nuestro norte
Por todo lo anterior, no podemos ser veletas políticas; necesitamos tener un norte que brille por encima de la confusión. No podemos aceptar que el enemigo de nuestro enemigo nos arrastre, que tape con su neblina nuestro horizonte, que nos haga perder de vista la separación entre nuestras metas y las suyas, entre los intereses de las cúpulas hegemónicas y los de la ciudadanía, que son los nuestros, que son distintos a los suyos, que son con frecuencia contrarios a los suyos.
Por todo lo anterior, no podemos caer en sus trampas, chantajes e imposiciones; en la manipulación de nuestras creencias y de nuestra voluntad, la cual intentan traducir a su favor disfrazándose de amigos cuando les conviene que establezcamos con ellos una “unidad” que es a lo sumo temporal, hasta que una facción u otra de las cúpulas da forma, en el combate entre ellas, a su nuevo arreglo.
A partir de ahí, desaparece la “unidad” con nosotros, y se restablece el orden que favorece únicamente a las cúpulas. A partir de ahí, los kupia-kumis; las dos piñatas de los 1990, la de los sandinistas y la de los favorecidos bajo el gobierno de Violeta Barrios por la generosidad de Antonio Lacayo y su cohorte de regresados; las masacres de campesinos Contras en los 1990; la tercera piñata, la de Arnoldo Alemán y Byron Jerez y compañía; y los abusos y crímenes cometidos impunemente desde 2007, mientras los herederos-propietarios del Cosep, dirigidos por el capo Carlos Pellas Chamorro y sus lacayos, celebraban en Incae su “revolucionario” modelo, el cual, en el más escalofriante orwellianismo, denominaron “modelo de diálogo y consenso”.
Arturo Cruz, junto al «chigüín» Ortega, al lacayo infaltable, Edwin Castro, y otros «dignatarios», mientras viajaban alegremente para llevar a cabo el fraude del canal interoceánico. ¿A quién representa? ¿Por qué intereses lucha?
Nuestra libertad, nuestra desconfianza, nuestro irrespeto al poder
Caeremos en las trampas de las cúpulas, y sucumbiremos ante el autoritarismo de ellas, o ante el que viene de nuestro propio medio, si no somos escépticos ante cualquier poder, por más manso y benigno y favorable a nosotros que parezca.
Necesitamos menos respeto al poder y a los poderosos, sean de traje, de uniforme o camisa, laicos o religiosos. Necesitamos menos pedestales y menos admiración, menos obediencia, menos consideraciones hacia ellos. Necesitamos investirlos con menos autoridad. Y por supuesto, necesitamos permitirles mucho menos poder. Necesitamos desconfiar con inteligencia, apoyarnos en la lógica y la información para someterlos constantemente a examen.
Necesitamos dispersión del poder y empoderamiento ciudadano, libertad y democracia.
Necesitamos organización popular y lucha, independiente de las cúpulas, para llegar a estas metas.
Uno de tantos pactos de las cúpulas. Emiliano Chamorro, caudillo conservador, e inventor del «zancudismo» profesional en la política nica, al lado de Anastasio Somoza García, en el llamado «Pacto de los Generales», con que el primer Somoza compró boleto de ida a la continuidad de su dictadura.
Otro pacto de cúpulas; otra vez, después de una masacre. El caudillo opositor de turno, fabricado por las mismas élites que hoy manipulan la «lucha opositora» firma el infame Kupia-Kumi, y vende a Somoza Debayle otro boleto de ida a la continuidad dictatorial. Parte de la verdad histórica es que Pedro Joaquín Chamorro Cardenal denunció, para honra suya, este pacto, a pesar de haber sido uno de los principales promotores de la candidatura de Fernando Agüero. Siguen tropezando con la misma piedra, pero esta vez no tienen la entereza que tuvo Pedro Joaquín Chamorro.
El pacto de cúpulas que en 1990 entregó la victoria opositora contra el FSLN, y fue seguido por el exterminio de cientos de campesinos ex-Contras. El personaje «bisagra» en este pacto fue Antonio Lacayo, quien ilegítimamente actuó como virtual Primer Ministro en el gobierno de su suegra, la madre de Cristiana Chamorro, habiendo apartado del poder al popularmente electo vice Presidente, Dr. Virgilio Godoy. En la foto aparece, detrás de la Sra. Violeta Barrios de Chamorro, el propio Lacayo, junto a Humberto Ortega, Joaquín Cuadra, y otros altos mandos del Ejército Sandinista. Este pacto permitió a Daniel Ortega mantener el poder, aun después de perder la presidencia. Pasó, según sus propias palabras, a «gobernar desde abajo».
El pacto fatídico entre Arnoldo Alemán y Daniel Ortega, que hizo posible a este último volver a la Presidencia de Nicaragua investido por la legalidad, a pesar de su ilegitimidad. Pacto hecho a la medida de su «voto duro» de entonces, que nunca superó el 38%. Un pacto que debe contarse entre los más infames de nuestra sangrienta historia, porque es un hito importante en el camino al genocidio del 2018.
El Pacto que las cúpulas llamaron «de diálogo y consenso» y culminó en un genocidio sin precedente en la historia del país; no por el número de asesinados, sino porque ocurrió en las calles de las principales ciudades, a la vista de todos, tras ser anunciada la intención del régimen, y sin que los poderosos responsables de la crisis hicieran nada para detener la masacre. En esta fotografía: Rosario Murillo, Daniel Ortega, el difunto cardenal Obando Bravo, Jose Adán Aguerri Chamorro y–orondo, por supuesto–el capo del Cosep, Carlos Pellas Chamorro.
Necesitamos desconfianza, pensamiento crítico, reflejo crítico, actitud crítica.
La libertad no se construye confiando, se construye, y se mantiene, desconfiando. La libertad no se construye haciendo monumentos y homenajes al poder. La libertad no se construye con martirologios, ni elevando a seres humanos a estatus divino, ni adulando a nadie. La libertad no se construye respetando más al político que al ciudadano común.
La libertad se construye bajando a los políticos de sus torres y pedestales.
Se construye irrespetando al poder, a todos los poderes, sean de traje, de uniforme o camisa, laico o religioso.
La libertad se construye reforzando nuestra autoestima social con inteligencia de nuestros límites.
Nuestra autoestima social se construye con inteligencia contra el poder y a costa del poder.
Y nuestra inteligencia se construye con humildad, para entender nuestra situación real; con trabajo y disciplina, para superarnos; y con escepticismo, para que el poder no nos atrape en su redil.
Implicaciones prácticas para un programa político libertario y democrático
NO al laiser faire desbocado. NO al estatismo asfixiante. NO al corporativismo fascista.
Hay que rechazar el matrimonio de los grandes capitales con el poder político, que en nuestro medio y por nuestra historia es el control de la economía y el Estado por una ínfima minoría parasitaria de herederos-propietarios postcoloniales.
Hay que rechazar a los partidos de la “izquierda” autoritaria castrista-estalinista, en bancarrota moral, ética y programática, y que difícilmente pueden llamarse “izquierda” en el sentido original del término.
Hay que rechazar el llamado “neoliberalismo” que es un «sálvese quien pueda» en el cual «los que pueden» son los privilegiados de la estructura oligárquica del poder, y de la concentración obscena de los beneficios de la economía. Como en el caso de la “izquierda” estas tendencias difícilmente pueden llamarse “liberales” en el sentido original del término.
Todas estas corrientes conducen a la concentración del poder y a todos los males que esta causa. Todas estas corrientes van en dirección contraria a la libertad humana, que es el metro imprescindible de aceptabilidad para cualquier propuesta político-económica.
Terminan esclavizándonos, reduciéndonos, aplastando una u otra dimensión de nuestra humanidad. Terminan en infelicidad y opresión.
El camino es otro, y pasa por defender la libertad a cada paso, y por poner en el centro de todo programa al ser humano y su dignidad intrínseca, inherente, inviolable, y sagrada.