Prosa de prisa (diario de un nicaragüense en el extranjero)
Recurro a los poetas invocando dos versos de Quevedo: «vivo en comunión con los difuntos,/ y escucho con mis ojos a los muertos».
En ese tropo violento -escuchar con los ojos- se reducen todos estos años en los que el conocimiento ha sido mi razón de vida. Soy nicaragüense, y mi búsqueda por encontrar respuestas a la desazón de vivir en un mundo que cada día entiendo menos se inició con la poesía. Cualquier cosa que pueda decir resulta insignificante puesto que los poetas la dijeron mejor que yo.
Mi única herencia, mi tesoro y cuanto de nicaragüense tengo se debe a ellos, pues Nicaragua es una nación de poetas. Don Quijote tenía razón cuando dijo: «La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo estremo hermosa, a quien tienen cuidado enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella». He hecho mía esas palabras, ya que la poesía es la más elevada de las artes escritas. Sin embargo, también recuerdo las palabras del modernista Froylán Turcios sobre los que la componen: «Un Poeta, un verdadero poeta, es un ser omnipotente en el vasto dominio de las Ideas, de las Palabras y de los Símbolos.
Transforma en flores y músicas la materia inerte del idioma. Vuela por el Infinito, dialoga con los Elementos, somete a su voluntad las formidables fuerzas ocultas. Su cabeza es como una ánfora sagrada llena de secretos y de prodigios. Pone su espíritu en cada vocablo y hace de las voces rosarios trémulos de emociones y de melodías». La prosa es muy efectiva y sobre ella se sustenta toda la civilización, pero un poeta, un buen poeta, es capaz de resolver grandes enigmas en un solo verso, y esa concisión no se da en la prosa.