Proximidad social secreta
Agradecemos al colectivo [@rakhogaleria] por permitirnos publicar este texto, que forma parte de su proyecto artístico y literario.
Proximidad social secreta
Un poema en prosa.
O toqueteo vecinal clandestino. En el espacio público de la verdulería “Onde El Ñato”. Batuco City.
Es el 31 di-siempre y me encuentro en pleno día -el último día- con una fiesta para un grupo de adictos herbívoros. La verdulería se encuentra repleta por 30 infractores. Disimulamos muy bien y parecemos simples vecinas y vecinos escogiendo nuestras verduritas pa’ echarle a la olla, pero hay evidencias bastante notorias de algo ilegal.
En la radio suena a todo volumen “El Galeón Español”, cumbia infaltable en las fiestas de fin de año.
Tres graciosas cajeras vestidas con soleras y bellamente dispuestas, con las mascarillas recién lavadas, sacan cuentas alegres meneando cuellitos y caderas.
El olor de la albahaca mezclada con el olor a cebollas nuevas y pimentones rojos, erotizan el ambiente.
La pista de baile está decorada con tomates, limones, papas y lechugas. Una caja de ají cristal que ilumina la entrada incita a la hipervitaminosis.
Treintaitres grados de calor dentro del recinto ilegal cercado por planchas de zinc y tableros de madera. La verdulería del Ñato, con piso de tierra, es un buen lugar para el encuentro furtivo con otros cuerpos.
Un pequeño niño de piel oscura, azul, casi negra, seguramente un nuevo batucano de ascendencia haitiana, alucina perplejo entre porotos verdes, zapallos y traseros. Su esbelta madre no posee la abundancia corporal de las y los habitantes de nuestro humedal.
El verdulero principal, el Ñato mismo, duende de la hortaliza, notoriamente drogado en clorofila, es el demiurgo del bodegón expresionista. Corre agazapado de un lado a otro para cortar las hojas de la col o empelotar un choclo, dialogando con medio mundo.
La cajera que me atiende se toma selfis sin perder el ritmo, mientras yo subo una a una mis zanahorias a la romana electrónica. Es nuestra danza, nuestro momento. Ella pesa mis tomates; me ayuda a extraer del saco los choclos y las cebollas para contarlos y me ayuda a volver a meterlos; me saca la cuenta, le pago con un billete de diez lucas y las manos sin anillos se rozan; cuento monedas de diez pesos mientras ella se toma otra foto. Me ofrece dos ajíes extras en vez del vuelto y acepto.
Terminamos el bailoteo transaccional despidiéndonos con una sonrisa orgásmica bajo las mascarillas.
Ahora sé que puedo aumentar la distancia social al mismo tiempo que reduzco la lejanía.