Putin, Trump, democracia, traición, intenciones, intereses: preguntas que todos debemos hacer y responder.

<< ¿Cuál es, entonces, su voluntad verdadera? ¿Hacia dónde apunta? ¿Apunta hacia la democracia? ¿Apunta hacia la democratización de Nicaragua, o hacia metas diferentes?>>

Comienzo esta reflexión a partir de un reclamo que hace un amigo profesional, altamente calificado, a la política opositora Irlanda Jerez. Mi amigo la señala acremente, la impreca por su apoyo al nuevo gobierno estadounidense, que (al igual que yo) considera nocivo para Nicaragua, para el mundo, para la democracia y para la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos. 

El diálogo, que la Sra. Jerez trata de cerrar como una diferencia de opiniones legítima (la evidencia se amontona contra esta salida fácil), me hace preguntarme sobre mí mismo, como persona, ciudadano y trabajador. No quiero decir “yo soy mejor”, idealizarme a mí mismo, hacerme mi propio pedestal de cartón piedra o cera. Por eso busco en los rincones de mi ser donde se esconden, acurrucados, vicios y virtudes, altruismo y egoísmo, principios e intereses. No se me hace muy difícil llegar a una conclusión sin imponer mi vanidad: yo no tendría problema alguno en decir “me he equivocado”, y, de hecho, como sabe por propia experiencia mi amigo, el deseo de triunfar, y hasta la vanidad implícita en el triunfo, me impulsarían a hacerlo.  

¿Por qué? Porque ver el mapa y aceptar que uno se ha extraviado no solo es un asunto de ideal ético, sino de conveniencia. Si a uno le interesa conseguir una meta, llegar a un punto previamente decidido, no desperdiciar su tiempo, no hacer sacrificios sin suficiente recompensa, uno dice, muy felizmente, sin sentir la menor vergüenza, ¡más bien con el orgullo de haber descubierto o aprendido algo!: “me he equivocado”.  

“Me he equivocado”, en efecto, quiere decir “he aprendido algo”. No es un momento de fracaso, es un momento de triunfo, de avance, e incluso, con algo de suerte, y mucha perseverancia, de “progreso”. Por eso, decir “me he equivocado”, cuando las circunstancias se revelan a uno, o lo revelan a uno en un lugar del camino que no parece llevar al objetivo que uno, presuntamente, busca, es abrir de nuevo la posibilidad de encontrar la ruta correcta. 

Que uno se niegue a ese momento de revelación lo anula, lo deja perdido, desorientado, disminuye grandemente cualquier probabilidad de éxito. Hay una historia, quizás apócrifa, de que alguien le comentó a Edison sobre las numerosas veces (“1000”) que había fracasado en producir una bujía que alcanzara la incandescencia sin arder, y que la respuesta del inventor fue: “no he fracasado 1000 veces, he aprendido 1000 maneras de cómo no se hace”.  

Todo esto para sugerir que decir “me he equivocado” cuando uno llega a la conclusión de que las cosas no van por donde deben ir es más indicativo de voluntad de llegar e inteligencia que de humildad moral. Por supuesto, la soberbia puede cerrarle el camino a la inteligencia. Se la ha cerrado a grandes mentes, que han impuesto enormes costos a la sociedad antes de perecer aniquilados por su vicio. A otros les ha impedido desplegar sus talentos hacia la grandeza; los ha hecho conformarse con el aplauso fácil que se desvanece en desprecio. 

Pero si la disposición a decir “me he equivocado” es más indicativa de voluntad e inteligencia, la aversión tenaz a hacerlo cuando la acumulación de señales es abundante dice mucho del carácter de uno, sobre todo si uno piensa en “inteligencia” como se la tiene en nuestra cultura, como una “viveza” para lograr las metas propias. Entonces, lo que la renuencia sugiere es que falta la voluntad

¿Y por qué falta? O, mejor dicho, ¿hacia dónde apunta realmente la voluntad de quien se niega a reconocer el error? Ya es hora de preguntarse esto sobre los opositores nicaragüenses que se han atado, ellos mismos (al menos en público, en su mercadeo) con camisas de fuerza ideológicas de corte y confección mediocres (“izquierda”, “derecha”, por ejemplo) y las deifican (“la derecha”) o las demonizan (“la izquierda”), en un retrato de contrastes puros y líneas divisorias impenetrables. 

¿Hacia dónde apunta realmente su voluntad? Ya es hora de preguntarse esto, en vista de los hechos, ya no de los últimos años, que serían bastantes y de sobra, sino de las últimas semanas, que parecen ser la culminación de lo anunciado, la puesta en escena del cliché de la crónica de una traición anunciada

¿Por qué guardan silencio, cuando no se encolochan en retóricas cantinflescas para no decir, o para decir sin decir, si es que su voluntad realmente, como afirman, apunta en dirección democrática? 

¿Por qué no denuncian la persecución de sus compatriotas por un régimen xenófobo en el país refugio de cientos de miles de exilados de la tiranía orteguista? 

¿Por qué callan, ellos, que vociferaron cuando la anterior administración del Estado gringo hizo lo esperable, es decir, trabajar en función de los intereses del Estado gringo, pactar con Maduro y vender al pueblo venezolano la falsa narrativa de posibilidad electoral? ¿Por qué callan ahora que la nueva administración hace lo propio, en su turno, es decir, trabajar en función de los intereses del Estado gringo, pactar con Maduro, pero esta vez empeorando las cosas para los venezolanos exilados? 

Esta vez, la sal sobre la herida es la demonización de los refugiados venezolanos en Estados Unidos, el fundir su identidad colectiva con un maligno monstruo, el Tren de Aragua. Para salvar a la sociedad estadounidense, 340 millones de habitantes a través de un inmenso y rico continente, dicen que hay que enviar de regreso a un país-cárcel a gente que recibió una promesa de protección del gobierno anterior. Gente que escapó, desesperada, como pudo, incluso cruzando a pie media América.

¿Por qué callan, los políticos opositores, ante el sufrimiento de sus compatriotas, y de millones de otros inmigrantes, que viven hoy bajo el terror que reina contra ellos en el hogar de la Madre de los Exilados? 

¿Por qué––y esto es lo que ya revela como un rayo lo que hay en la voluntad de estos políticos–– callan o se retuercen en racionalizaciones cuando “la derecha”, encabezada por el líder devocional del momento, se enfrenta al mundo para defender la invasión rusa de Ucrania, para llamar victimaria a la víctima, democracia a Rusia y tiranía a Ucrania, agresora a Ucrania y agredida a Rusia; cuando, en el menos trágico de los casos, extorsionaría a Ucrania a cambio de no entregarla al oso que quiere devorarla?

¿Por qué, si tanto repiten ––porque lo saben— que Putin, según ellos parte de la “izquierda” en su visión blanquinegra del cosmos, es aliado del tirano Ortega? 

¿Cuál es, entonces, su voluntad verdadera? ¿Hacia dónde apunta? ¿Apunta hacia la democracia? ¿Apunta hacia la democratización de Nicaragua, o hacia metas diferentes, que los impelen a apoyar a “la derecha” de Trump, la cual, según ha dicho ya de muchas maneras su vocería, no tiene interés en “cambios de régimen”, y que “no importa si el régimen es dictatorial o democrático” con tal de que actúe de acuerdo con “los intereses de Estados Unidos? 

¿Cómo pueden, si son en verdad opositores al régimen, desarrollar una estrategia, constituir un liderazgo, ganarse la confianza de quienes dentro del territorio corren graves riesgos por actuar en resistencia, si son incapaces de soltar las amarras que los atan a un movimiento opresivo contra sus compatriotas, abiertamente hostil a las democracias, y cómodamente aliado, si les conviene, a personajes no solo tiránicos, como Putin, sino, como este, sostenes de la dictadura nicaragüense? 

Terminaré, o casi terminaré, con un verso que es útil como cliché (no habría clichés si no fueran útiles): “la respuesta, mis amigos, flota en el viento”. 

Pero que floten no quiere decir que no debamos exigir que la respondan. Y, sobre todo, que floten no quiere decir que este no sea, para ellos y para nosotros, un momento clave para conocerlos, para conocernos, para definir claramente el perfil de cada cual. Ya pasamos de beberla a derramarla, dirían los adictos a ese otro tipo de clichés, los del refranero que de manera también cliché llamamos “sabiduría popular”. 

Que respondan. Nosotros seguiremos preguntando. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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