¿Quiénes celebran? ¿Qué celebran? ¿Por qué celebran?

Se viven momentos dolorosos en Estados Unidos. Lo son, no solo para las víctimas de los atropellos ordenados por el nuevo Presidente, quien empuja los límites de la ley o, incluso, como una corte federal dictaminó, los sobrepasa. Lo son, para todos nosotros, para quienes vivimos los derechos humanos, no solo los mencionamos cuando nos conviene. Son momentos dolorosos en Estados Unidos, y lo son en otras partes del mundo. Familias que escapan de la opresión y que esperaban a la puerta del país cuya estatua símbolo, regalada por Francia, se adorna con el poema de Emma Lazarus, que dice al mundo “dame tus pobres, tus masas hacinadas anhelando respirar en libertad…” El país que Lazarus hace encarnar a la “Madre de los exilados”.  A estas familias, que en muchos casos tienen ya a alguien en el país, ganándose la vida en dos o tres empleos que ningún ciudadano nativo quiere o puede ocupar, y enviándoles para subsistir precariamente en terceros países, el nuevo gobierno les da un mensaje simple, tan simple y cruel como un tajo de guillotina: “ustedes son invasores; no entrarán; y expulsaremos a su padre, madre o hermano que ya está en el territorio”.  “Invasores”.  No importa que se trate de gente que, siguiendo la ley internacional, haya acudido a un puesto fronterizo o a una oficina de Homeland Security a solicitar asilo, o, en el lenguaje de guerra que la ultraderecha xenofóbica ha logrado implantar en el tema de la inmigración, a “entregarse”. 

No solo los solicitantes de asilo sufren. El Terror se apodera de comunidades de inmigrantes. Hay que recordar que “terror” es una palabra que aparece en la historia como una estrategia de intimidación por parte del Estado en los años que bañaron de sangre los ideales de la revolución francesa. Terror de Estado es, en su origen, una redundancia. Terror de Estado es lo que, fiel a su retórica de odio, ha instalado el trumpismo en Estados Unidos. No se trata de la aplicación rutinaria, hasta enérgica, de las leyes migratorias. Se trata de infundir terror. Se trata de exhibir terror, para satisfacer a los seguidores de un personaje a quien ven como el redentor de los males y sufrimientos de una población, mayoritariamente anglosajona, que se siente derrotada por el mundo, empobrecida, y para quienes el líder ha escogido un chivo expiatorio, el culpable “otro”, el diferente, el que invade, el que roba. El hispano es, para ellos, lo que el judío para los fascistas alemanes. Las excusas de aquellos, se hacen eco en las del trumpismo. Allá era “hacer grande de nuevo a Alemania”, aquí es “Hacer Estados Unidos (o como ellos dicen, América) grande de nuevo”. Allá era “la lucha contra el comunismo”. Aquí también es “la lucha contra el comunismo”. Allá era “el judío roba y extorsiona, vive del verdadero alemán, del ario”. Aquí es “el inmigrante roba y extorsiona, vive del verdadero estadounidense, del “real American”. 

No solo sufren quienes solicitan asilo. El nuevo régimen prepara la mesa para que la codicia insaciable del gran capital estadounidense (el gran capital no es democrático, mucho menos humanitario) devore las migajas que el Estado que dominan ahora más que nunca, antes dejaba para los pobres. Y lo hace con la misma brutalidad con que actúa frente a los inmigrantes: intenta suspender, con un procedimiento tiránico, billones de dólares en inversiones y asistencia social aprobados por la institución cuya tarea constitucional es aprobar los presupuestos de la nación, el Congreso. El mismo que asaltaron en 2021 las turbas trumpistas. Como todavía, en principio, existe una Constitución y un Poder Judicial, la resistencia contra estas arbitrariedades empieza en las cortes. De que triunfe, junto con la resistencia política, mucho depende. Mucho. Podría incluso ser la democracia la que perezca ante el embate fascista.  Para muchos seres humanos a través del mundo, la muerte puede ocurrir antes de que se resuelva el conflicto en Estados Unidos, aun en el caso ––ojalá sea así–– de que los ciudadanos de bien logremos derrotar a las fuerzas nefastas que se han apoderado del poder. ¿Por qué? Porque el gesto xenofóbico al interior del país y frente a los ciudadanos del mundo se completa con una suspensión de la ayuda humanitaria. Aquí de nuevo se encuentra una similitud con la psicología del fascismo europeo del siglo XX. Alemania era víctima, los alemanes eran víctimas puras, el mundo su victimario. Estados Unidos es una víctima del mundo, una víctima pura del mundo. El mundo “roba” a Estados Unidos. Por eso hay que detener el robo, hay que suspender la ayuda humanitaria que los contribuyentes de Estados Unidos envían a gente que podría, sin ella, perecer por hambre o enfermedad. No importa que, dada la inmensidad de los recursos estadounidenses, el total equivalga quizás a 0.5% del Producto Interno Bruto, y a menos del 2% del presupuesto nacional. Por el momento, se suspende todo. Por el momento. Y en estos momentos se detiene la entrega de medicinas para combatir la malaria, para prevenir pandemias, para evitar hambrunas.

No solo sufren quienes solicitan asilo. Sufren también quienes, a ojos de la fuerza del terror estatal “lucen como que podrían ser invasores”: cualquier persona de piel morena o acento al hablar, en un país de decenas de millones de personas de piel morena y acento al hablar. Ya se dio incluso el caso de miembros del pueblo Navajo que fueron detenidos e interrogados como posibles “invasores”. Más cruel ironía, imposible. Y hay que decirlo, aunque ya se sepa, para que no nos acostumbremos a esta nueva “normalidad”. Apenas he rasgado la superficie. El nuevo régimen parece haber renegado de un decreto presidencial del expresidente Biden que rebajaba el costo de las medicinas para los jubilados. Todos los servicios sociales, en la práctica, se encuentran bajo amenaza expresa. Hay que decir, para que no nos acostumbremos a la nueva “normalidad” que quienes son capturados por el fatídico ICE, el brazo armado del Estado contra los inmigrantes, son, en efecto, secuestrados: el Estado de Derecho no rige para ellos. Se supone que, bajo la Constitución de Estados Unidos, todas las personas en el territorio, y no solo quienes sean formalmente “ciudadanos” estén cubiertos por la ley. Que, de ser acusados de un crimen o una transgresión, incluso de estar en el territorio sin documentos, pasen por un proceso judicial donde un juez decida su destino. Por el momento, el régimen ha impuesto un estado de excepción: a quien atrapen, lo encadenan, lo suben a un avión encadenado de pies y manos, y lo llevan por la fuerza, y sin derecho a audiencia, al país de origen. Y si el país de origen se resiste, ya vimos el caso de Colombia, el pleito se decide, no por el poder del derecho, sino por el derecho que el poder imperial se arroga. 

¿Dónde terminará, cuándo terminará, cómo terminará la violencia que apenas desata el insólito régimen trumpista? La historia es incierta, excepto en esto: donde hay maltrato y opresión habrá conflicto y resistencia. Donde hay injusticia, habrá quienes la protesten. Y habrá quienes, entre ellos, la sufran. El régimen de Trump toma actualmente represalias en contra de todos aquellos que considera enemigos. Represalias en otras eras inconcebibles, como retirar la protección a altos funcionarios (incluso de la primera administración Trump) que se encuentran bajo amenaza de países conocidos por ejecutar enemigos, como Irán. El propio ex Secretario de Estado Pompeo, crítico tardío de su antiguo jefe, está ya en esa larga lista. El Dr. Fauci, cuyo pecado fue manejar de la manera más racional posible la pandemia, y cuya familia recibe amenazas de los partidarios del nuevo Presidente, también.

Hay mucho más que decir, mucho más que lamentar. ¿Hay algo que celebrar? ¿Hay quienes celebren? ¿Por qué celebran? Para los partidarios del nuevo Presidente, verdadero culto fanático anclado en el resentimiento y el mesianismo, la celebración es el circo romano. La masa llena de odio aplaude mientras su caudillo (“ungido de Dios”, le dicen) lanza cristianos a los leones. Iba a ser así; así se prometió. Nadie puede decir, como dijeron muchos alemanes después de la caída de Hitler, que “no sabían”. Aunque no es justificable, la razón social de la sed de sangre de la base de anglosajones empobrecidos es muy fácil de identificar, como lo fue en el caso de Alemania: un sentimiento de fracaso, de derrota, la muerte de su esperanza a manos, irónicamente, de los enemigos cuyos intereses materiales y políticos representa Trump, los de segmentos de la oligarquía de milmillonarios que a través de las últimas décadas han acumulado un poder nuevo, globalizante y totalizante, que bajo los mantos ideológicos de “neoliberalismo” o “conservadurismo”, y hasta, inverosímilmente, “cristianismo”, han sesgado el sistema hacia una desigualdad no vista desde la Gran Depresión de 1930.

¿Quiénes más celebran? Celebran los tiranos y demagogos del mundo, desde Ortega y el títere sin-nombre de Cuba, Maduro, y por supuesto, Putin y el esperpento al mando en Corea del Norte. Unos celebran porque pueden mostrar el fracaso de la democracia en la crueldad de Trump. Para Ortega, en particular, el anuncio de que Trump ha ordenado suspender los TPS y Paroles, permisos de residencia temporal que por razones humanitarias concedió el presidente Biden, abre la soga con la que atrapará a gente a la que tendría gustosamente en prisión. 

¿Quiénes más celebran? Aquí es donde algunos dirán: ¿cómo? ¿en serio? ¿cómo es posible? Y aquí es donde, quienes creemos en los derechos humanos, soñamos con un mundo de dignidad humana, y –con el terruño eternamente en el corazón—una Nicaragua libre, democrática y próspera, una Nicaragua de poder disperso y de igualdad ciudadana, decimos: lo que hoy parece una pesadilla mañana será lección útil. ¿De qué se trata? De lo más impactante, de lo más vergonzoso, de lo más abyecto, de lo más vil: nicaragüenses que apoyan el movimiento que victimiza a nicaragüenses que, como ellos, han buscado refugio en Estados Unidos. No somos la única nacionalidad que cae en esta perversión, por supuesto. Desde tiempo inmemorial se sabe que “no hay peor cuña que la del propio palo”. Pero, cuando la puñalada es en la propia carne, el dolor es más intenso. Por eso, no podemos callar.

Es una desgracia moral ver en las redes sociales de compatriotas nuestros el apoyo al “ungido de Dios”, la celebración de su “hombría”, de su “determinación” al librar a Estados Unidos (¡su propio país de refugio!) de la “invasión de inmigrantes”, quienes ––siguiendo el libreto de su líder–– son, todos, “criminales”. Así justifican el terror de Estado con todo tipo de falacias, desde la supuesta criminalidad del inmigrante típico, pasando por la honorabilidad del “ungido” en cumplir sus promesas de odio, hasta la equiparación del ataque a los trabajadores inmigrantes (y a quienes nos atrevemos a expresar indignación y empatía) con un ataque contra “el comunismo”. 

Lo peor de todo, y de lo cual debemos extraer lecciones esenciales para nuestro futuro, es el comportamiento atroz, aberrante, de muchos políticos nicaragüenses. Unos por lo que dicen, en abierta defensa de los atropellos contra sus compatriotas, con un desdén extranjero, con una carencia total de empatía.  Otros por su silencio. En ambos casos, lo evidente es que prefieren el favor del régimen estadounidense, del que esperan el regalo de la sucesión en Nicaragua, antes que el sacrificio compartido y la República Democrática construida con sus coterráneos. 

¿De quiénes hablo? Son muchos. Mencionaré comentarios de nicaragüenses que no “figuran” en el mundo político, y mencionaré, porque hay que conocerlos, a algunos que sí tienen ante ellos el radar del poder. Nadie que de ninguna manera justifique, defienda o calle los atropellos contra los derechos humanos merece la confianza del pueblo. Si se empeñan en producir justificaciones para la cacería humana contra sus propios compatriotas en el exilio, ¿qué puede esperarse de ellos en el poder? ¿Cómo callar, si uno los ve posar como patriotas, como demócratas, mientras en la práctica evitan hacer nada que pueda arriesgar las buenas relaciones que buscan, para su provecho, con los políticos que persiguen y denigran al pueblo al cual dicen representar? 

¿Qué hacen, por ejemplo, el perenne candidato presidencial, hoy desterrado –– en violación de sus derechos humanos, por supuesto–– Félix Maradiaga, junto a su esposa Berta Valle, y su “director de campaña” Jonathan Duarte, en la “Gala de Toma de Posesión 2025”? ¿Qué causa avanzan sus felices sonrisas? Ellos, tanto como el que más, tanto como todos, sabían que la “fiesta” era muy probablemente el comienzo de una pesadilla para sus compatriotas exilados. Aunque es imposible no recordar el entusiasmo irreprimible con que, horas después del triunfo de Trump, “la campaña” de Félix Maradiaga se vanaglorió en las redes que “la campaña” del nuevo Presidente de Estados Unidos los había contactado, ¿qué celebran, en momentos en que Trump anuncia sus planes represivos? ¿Qué lazos hay entre esa celebración de gala y la lucha que Maradiaga, su esposa y equipo dicen conducir para erradicar la dictadura orteguista? 

Y entre personajes de medios de comunicación, convertidos en agitadores mediáticos estadounidenses, ¡¿cómo harán para cuadrar el círculo entre democracia, derechos humanos, solidaridad con sus compatriotas nicas, y fanatismo trumpista, gente como Santiago Aburto y Jaime Arellano?!  La idolatría de Aburto hacia el nuevo Presidente, por ejemplo, es manifiesta. Muestra su foto en sus redes sociales y exclama: “La foto oficial del presidente número 47 Donald J. Trump ya salió a luz pública. ¿Qué te dice esa mirada? 

Difícil de creer, más difícil de explicar, pero cierto; y, evidencia de la psicología de culto cuasi-divino que ha crecido como hongos en la oscura humedad del trumpismo.

Hay, afortunadamente, en este tema, voces opuestas, que rescatan la dignidad de la comunicación entre nicaragüenses. El periodista desterrado Miguel Mendoza, por ejemplo, ha sido blanco de ataques virulentos de los partidarios trumpistas por el solo hecho de enunciar dos verdades fundamentales, de carácter humanitario. Una, que los exilados y emigrantes no pueden, por serlo, considerarse “criminales” (yo añado, para no poner mis afirmaciones en boca de otros) que la asociación entre las palabras “inmigrante” y “criminal” es constante en la propaganda del movimiento que acaba de asumir el poder en los Estados Unidos de América. La otra, es que hay mucho sufrimiento entre las comunidades de migrantes como resultado de la ola xenofóbica, y que nosotros, como migrantes, deberíamos mostrar más empatía, especialmente porque sabemos de qué huyen nuestros compatriotas: del infierno orteguista. Yo pregunto: ¿Queremos que los devuelvan? En similar tesitura a la empatía humanista del Sr. Mendoza, los comentarios del Sr. Enrique Sáenz expresan, a mi entender, una emoción ausente en el cacareo maganica (¿o magaexnica?): “Mis sentimientos”, dice, “están con esos miles de nicaragüenses que hoy sufren la angustia y la amargura de ver demolidos sus sueños de construir una nueva vida para ellos y sus familias en Estados Unidos en un ambiente de libertad, seguridad y oportunidades que les negó la dictadura bicéfala impuesta en Nicaragua.” 

Pero estas voces son excepciones en el mundo político del exilio nicaragüense. Lo más común es la búsqueda de justificaciones que se retuercen dolorosamente entre la necesidad de mantener una imagen de posible líder (o posible funcionario de alto cargo) a ojos de la sociedad nicaragüense, y el apetito, apenas disimulado, por la aprobación de los políticos y poderes que van en ascenso en Estados Unidos––aunque estos enfilen sus cañones contra nuestros compatriotas.  Ya he mencionado a Maradiaga, a Arellano, a Aburto. Podría detenerme en personajes aún menores, como un ciudadano de nombre Roberto Bendaña, cuyo sueño es la instalación de una teocracia evangélica en Nicaragua, una especie de Irán “cristiano”, con las leyes del país y la educación moldeadas por la ideología de esas sectas. Junto a otro individuo de calaje todavía más insignificante se presenta en un “programa” de redes sociales que anuncian con el lema “¡La migración debe ser castigada!”. No es, el Sr. Bendaña, único; más bien, se trata de un ejemplo común del recurso a las bagatelas retóricas de moda, que mezclan fanatismo religioso con el fervor del culto al “redentor” Donald J. Trump, de quien han absorbido con docilidad y pasión el violento discurso antiinmigrante. Para él, como para gran número de sus correligionarios, todos los venezolanos que huyen a Estados Unidos son rufianes del mítico “tren de Aragua”, y todos los nicaragüenses que escapan de Ortega son “piricuacos”, o “vividores y holgazanes”. Como la lógica no es ni su interés ni su fuerte, alegan, en simultáneo, que los inmigrantes “quitan trabajos a los estadounidenses” y “viven sin trabajar”. 

Por muy secundarios que sean en el drama, los susurros individuales de estos “extras” crean un grotesco ronquido en las redes sociales nicas, un ruido maligno que ha tenido efectos prácticos adversos, como la desunión, cuando la unión era esencial, a la hora, por ejemplo, de conseguir firmas ––capital político indispensable–– para que la administración de Biden al menos intentara extender los permisos de estancia temporal de los refugiados nicas. En justicia, hubo compatriotas (por el momento, callaré los nombres que conozco de estos discretos héroes) que hicieron de todo, con gran empeño, para que avanzaran esas gestiones, extremadamente difíciles en principio, imposibles sin los apoyos políticos que los extremistas a quienes me refiero crean.

Todo esto es parte de la historia de este trágico capítulo de la nación nicaragüense, y me temo que, aunque podría considerarse una nota al pie, en la vida particular de cientos de miles de los nuestros se trata de un sufrimiento real y, sobre todo, un daño permanente. No quiero terminar esta breve reseña sin anotar mi decepción por dos casos más de políticos que no son del bajo nivel antes mencionado, uno por el cargo que ha ya ocupó, la otra por su proyección pública a partir del 2018. 

El primero es, ni más ni menos, un ex Canciller de la “República” de Nicaragua, el Sr. Norman Caldera. Al Sr. Caldera, quien distribuye con amplitud generosa el mensaje oficial del trumpismo en las redes, me he tomado el trabajo de señalarle la incongruencia, lógica, histórica y ética, de llamarse uno opositor demócrata a la dictadura en Nicaragua, mientras apoya la violación de derechos humanos en Estados Unidos por un político xenófobo a quien he llamado ––que me desmienta la evidencia–– “patán”.  El excanciller alega, entre otras cosas, que mi protesta es una queja de antipatía por detalles de etiqueta, como si de modales de restaurante, y no de perniciosas prácticas de poder, se tratase. Al igual que muchos maganicas, “ofendidos, indignados” por mi intolerancia de la intolerancia (esos son los tiempos que corren; ese es el colocho en sus mentes), procede a lanzar improperios ininteligibles, o por lo menos intraducibles, en respuesta a los cuales intenté explicarle lo siguiente: “…Decir que [el nuevo Presidente] es un patán, un autoritario, y que incita al odio contra los inmigrantes no es ofensivo, porque creo que es evidente. Y no cabe, dentro de un debate serio, pretender que lo que estamos haciendo es luchar por o en contra de eso que vos llamás “woke” (¿?), ni eso que vos llamás “neosocialista disfrazado de libertario” (¿?).  Los derechos humanos están, para mí al menos, por encima de las lealtades partidarias, y muchas veces los membretes se adoptan como disfraces o se lanzan como escupitajos, pero son en ambos casos cortinas de humo. Es cerrar los ojos, para no ver, negar que el trumpismo sea un movimiento xenófobo, y que, para afianzar y acrecer su poder, lance a parte de la población contra millones de personas trabajadoras y vulnerables; muchas de ellas además escapan de tiranías, como tus paisanos, los míos. Yo pienso que defenderlos, al menos no defender que se les persiga, no repetir la retórica denigrante contra ellos, es nuestro deber moral. Lo que hace el trumpismo –– lo sabe todo el que quiera saberlo–– no es diferente de lo que han hecho en el pasado movimientos autoritarios que buscan canalizar el descontento de sus bases contra grupos a quienes demonizan, a quienes convierten, en la mente de los suyos, en “el otro” que amenaza. No es accidente que Trump y sus seguidores constantemente repitan en la misma frase las palabras “criminal” e “inmigrante”.  ¿Cómo puede uno decir que está en contra de una dictadura porque viola los derechos humanos, y aplaudir que el nuevo gobierno [de Estados Unidos], para “lucirse”, lance a los leones a nuestra gente, que haga despliegue de crueldad y los humille, mandándolos encadenados de pies y manos, para que todos escarmienten?

El otro caso, quizás más lastimoso aún, es el de la exprisionera política Irlanda Jerez. La señora Jerez practica ––como hace (ya explicaré después), una congresista que dice “amar” a los nicaragüenses, “tanto, que me casé con uno” –– el arte de ser “yo y mi contrario”. No es de sorprender que los políticos busquen el balance entre el amor de Dios y el favor del Diablo, pero no pueden esperar salirse con la suya cuando lo que está en juego son vidas humanas.  Porque no es cierto que la oleada de deportaciones que amenaza a la comunidad nicaragüense sea culpa de los asilados (según ella, 99% no acudió a sus citas de Migración). ¿Hay que recordarle a la Sra. Jerez de la existencia del Presidente Donald J. Trump y de la propaganda trumpista anti-nicaragüense en Fox News? Tampoco es verdad que haya que “ponerse en los zapatos” de los estadounidenses que, según la Sra. Jerez, “sienten temor por la inseguridad” que ¡causan! nuestros inmigrantes. Estas son, sencillamente, falsedades, mentiras comprobadas; comprobadas incluso por estudios científicos. Más allá de estas afirmaciones, la Sra. Jerez racionaliza la revocación del TPS a miles de refugiados venezolanos, inverosímilmente, de esta manera: “supongo que tiene que ser parte del plan de presión contra la dictadura venezolana”. ¿Diría lo mismo si el régimen trumpista la manda de regreso a Nicaragua, a ella, su familia y compañeros de política, como parte del plan de presión contra la dictadura nicaragüense? Pero esto es apenas un botón de muestra, y dejo aquí otro: según la Sra. Jerez, “millones de personas entraron y se les dio libre y creían que estaban de paseo…ni siquiera se preocupaban de andar con una licencia real”. Esto, verdaderamente, es un insulto grave contra los refugiados que, a todos consta, hacen esfuerzos heroicos por sostenerse, y hasta para enviar dinero a sus familias, en condiciones que la palabra “precarias” no alcanza a describir. De hecho, enviar dinero a sus familias, para la Sra. Jerez, es una falta: “dicen (los refugiados) que no tienen dinero para abogados ni para un Preparador y el dinero se va para Nicaragua…”.  Y añade, para completar la destrucción moral del perfil del asilado, que “si dejan algo a beber guaro todo el de semana (sic)”. “En Indiana», dice, «las autoridades ya no aguantaban”.  

Me detengo aquí y solo hago notar que todas estas atrocidades anti-inmigrantes, anti-refugiados, las enuncia la Sra. Jerez en elegante pose democrática, porque “hay que escuchar a ambos bandos”, porque “estamos para apoyarnos. Dios les bendiga y antes de acostarse recuerden elevar una oración a nuestro Creador”. Así, silbando y cantando a la vez, sirviendo en la práctica a quienes, por el momento, imponen su voluntad en la política estadounidense, dejo a la Sra. Jerez para revelar el nombre de la congresista que tanto nos ama que “me casé con uno” de nosotros: María Elvira Salazar. Esta favorita de los maganicas, quien en una época estuvo unida en matrimonio con el ideólogo del pacto Ortega-Oligarquía, hoy también exilado, Arturo Cruz, no tuvo empacho en exigir, para congraciarse con Trump, que había que “sellar las fronteras”, evidente alerta roja anti-inmigrante. Una vez electa, dice estar de acuerdo con que se renueven los permisos de protección temporal (TPS) de los exilados. Ahora que le piden que interceda por el TPS de los venezolanos, su respuesta es que la solución es “otra”. La solución, dice, es “simple”: “¡Maduro tiene que irse!”.  Si es tan “simple” la solución, ¿por qué no se ha dado en 25 años, bajo administraciones Republicanas tanto como Demócratas? Y mientras la “simple” solución se ejecuta, ¿qué será de los que se han visto obligados a escapar del terror y el hambre que causa la dictadura venezolana? “Parte de la campaña de presión”, dijo la Sra. Jerez.

Termino aquí, aunque el inventario de bajezas esté incompleto. Lo que falta podría llenar muchas páginas más. Quedan muchos que hablan, y más aún que callan. Quedan muchos que hablan en nombre de los nicaragüenses, y quedan, sobre todo, los que esperan ganar de su silencio el favor de poderosos que les abran paso al trono sangriento de Nicaragua. 

Termino, pero no porque termine la verdad, ni la esperanza. De hecho, como antes mencioné, de la sabiduría ancestral sabemos que no hay mal (y en todo lo que cuento hay mucho mal) que por bien no venga. Los esperpentos que hoy controlan Nicaragua morirán; sus cómplices actuales también; tendremos nuevas oportunidades. Pero solo las aprovecharemos si aprendemos de la experiencia. ¿Y qué nos enseña la experiencia que hoy atravesamos, que cruzan como una barrera de fuego nuestros refugiados? Que quien no respeta los derechos humanos de todos, no respeta los derechos humanos de nadie. Que de quien desdeña los derechos de sus compatriotas fuera del poder, y en el exilio, no puede esperarse que los respete si accede al poder. Más bien hay que temerles. Si hoy no pueden actuar como dictadores en Nicaragua, es porque no tienen poder en Nicaragua. Para que la desaparición de los perversos del régimen actual abra la puerta a la libertad y la democracia por primera vez en nuestro sufrido terruño, hay que impedirles, a toda costa, que lo consigan.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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