Reacción epistolar al “Si es legítimo matar al tirano” del padre De Mariana
Necesse est unum mori pro Populo.
A nuestro Comandante Supremo y Presidente de la República, su Excelencia Don Daniel Ortega Saavedra
¡Ojalá pueda esto complacer a Su Excelencia!
El propósito de este escrito, garabateado en los escasos momentos de ocio que Su Excelencia me ha acordado, es mostrarle el buen uso que he hecho de ellos. Cómo al final lo interpretará Su Excelencia, no puedo saberlo, pero lo que sí puedo afirmar con absoluta confianza es mi intención de restituirle a Su Excelencia la justicia que nadie le brinda hasta ahora, y de mostrar al pueblo que mientras más se tarde en acordársela, más grande es el daño que se le hace a Su Excelencia y al propio pueblo. Justamente, a Su Excelencia le toca el honor de morir por el pueblo, y sería una perfidia esconder la inefable consolación que Su Excelencia sentiría en sus últimos momentos, ante la perspectiva de la intensa felicidad que le procuraría al mundo, al instante mismo de Ud. quitarlo. Es entonces y solamente entonces, Su Excelencia, que los títulos que Ud. actualmente usurpa, serán por Ud. justamente adquiridos; entonces sería Ud. el libertador de nuestra patria, librándola de una esclavitud en nada inferior a la que ejercía contra ella la familia Somoza; entonces será Ud. el gran reformador que Ud. se dice hoy en día; entonces podremos esperar ver en vigor otras leyes que la del fusil, y que la justicia tenga una definición otra que la de la voluntad y el capricho del más fuerte; entonces podremos esperar que los seres humanos se conciban juntos de nuevo, mancomunados por sus promesas y que, para evitar un balazo en el pecho, no se sientan obligados a volverse falsos y pérfidos, como sus gobernantes. Todos ansiamos obtener este resultado, a raíz del Fin de Su Excelencia, ya que es Ud. el padre y el servidor declarado de la patria, y mientras viva Ud. no hay nada que podamos decirnos los unos a los otros, libremente, y que para gozar completamente del mundo que hemos creado, no podemos sino esperar que su defunción nos destrabe tal herencia. Que estas poderosas consideraciones armen y fortalezcan el alma de Su Excelencia contra los temores del morir y los terrores de una mala conciencia; tenga Ud. bien en cuenta que, de alguna manera el bien que producirá su fallecimiento equilibrará el mal causado por su existencia, y que, si en el negro catálogo de los grandes malhechores que han surgido en la tierra para desgracia del género humano, hay pocos que hayan hecho tanto mal como Ud., sin embargo, hasta sus peores enemigos no podrán negar que hay pocos cuya muerte haya sido tan útil a la humanidad como la suya. Apurar la llegada de este gran bien es el motivo de la presente, y si ésta conlleva los efectos que de ella espero, Su Excelencia estará muy pronto fuera del alcance de la malicia de los seres humanos; sus enemigos no podrán más que atacar su memoria; golpes a los cuales ya estará Ud. fuera de alcance. Que Su Excelencia pueda lo más pronto posible encontrarse en tal feliz situación, es el deseo más sincero de vuestra patria agradecida: es el rezo tanto del bueno como del malo y acaso sea el único punto de acuerdo de todas las facciones y sectores; es nuestra oración común a todos. Y, para terminar, de todos los que ofrecen sus suplicaciones para que Su Excelencia sea lo más pronto posible liberada de los males terrestres, ninguno es más ferviente y asiduo en sus oraciones que aquel que, con el resto de la nación, tiene el honor de ser, ya que así le apetece a Su Excelencia, su vasallo y esclavo,
EDOUARDO SEXBI – Hecho en algún lugar de Nicaragua, fecha candente, porvenir glorioso.