Rusia, Trump y la libertad de Nicaragua

A los nicaragüenses opositores nos conviene entender que el nuevo presidente de Estados Unidos considera al presidente democráticamente electo de Ucrania, país invadido por Rusia bajo las órdenes del tirano Putin, un “dictador”, pero que a Putin, aliado de Ortega, se niega a llamarlo de igual forma. “No uso esa palabra a la ligera”, dice Trump cuando le preguntan si, así como ha llamado “dictador a Zelensky”, llamaría “dictador” a Putin. Es decir, “lo he pensado bien, y no puedo llamar dictador a Putin.” Putin, por tanto, es el demócrata en la narrativa del nuevo presidente de Estados Unidos, y de hecho Ucrania es el país invasor.

Todo esto es material esencial para entender la política probable del nuevo Gobierno de Estados Unidos hacia la dictadura nicaragüense, que ya se vislumbra en declaraciones de un representante oficial de Trump sobre que él no busca “cambio de regímenes”. Es decir, “si el gobierno X de país X no nos da problemas o nos produce algún beneficio”, más claramente, como lo han dicho ya también “sea dictatorial o sea democracia”, pues “haremos negocios”. Para los nicaragüenses opositores, esto aclara las cosas: no hay razón por la cual sea razonable esperar que la segunda administración de Trump actúe diferente a la primera, ni ––en lo que tiene que ver con su supervivencia en el poder–– a la de Biden. Por el momento, Estados Unidos presenta a Ortega un horizonte tranquilo.

¿Podrá haber cambios? Por supuesto, el futuro es impredecible, pero lo que hay para Ortega, hoy en día, es una oportunidad de moverse dentro del espacio que Trump crea para la convivencia utilitaria, transaccional, con regímenes autoritarios, a los que el Gobierno de Estados Unidos ya ni siquiera finge despreciar.

Para los ciudadanos nicaragüenses, esto no debería ser una noticia; deberíamos haber aprendido hace mucho tiempo que nuestro destino democrático no es asunto de destino, sino de trabajo, de esfuerzo, y de sufrimiento, y no requiere ni puede depender de la voluntad o el permiso de ninguna potencia extranjera.

En el corto plazo (y esto sí cambia desde el fin de la administración de Biden), los nicaragüenses también tendremos que soportar el dolor de la persecución en el país donde se creyó posible encontrar refugio: deportaciones, encarcelamientos, regresos forzados a Nicaragua. En algunos casos, quienes regresan irán a parar a las cárceles inhumanas de Ortega. De no ser aceptados, ¿se enviarán a terceros países? ¿Terminarán, como se ha dicho desde la nueva administración de Estados Unidos, en un campo de concentración en Guantánamo?

Días aciagos, pero días de despertar, de abrir los ojos, de entender, esencial para poder avanzar en la dirección correcta. ¿Y cuál es esa? La que desde el inicio de nuestro movimiento hemos propuesto: organización para la lucha, iniciada por fuerza desde métodos clandestinos, agrupándonos en células que creen poco a poco redes de resistencia, que tengan como meta eventualmente hacer el país ingobernable a la tiranía por todos los medios a nuestro alcance, para derrocarla, o derrocar a cualquier régimen que intente reproducir el ciclo de la mentira, como en 1990; el ciclo de tiranía abierta––democracia falsa––tiranía abierta con que la oligarquía y los autoritarios balancean sus cuotas de poder en la sociedad.

Esta vez debemos estar claros de que el enemigo no es solo la pareja sádica de El Carmen y sus sicarios, sino todo un Sistema de Poder Oligárquico Autoritario, en el cual el FSLN es parte, pero del cual la oligarquía, hoy encabezada por el clan Pellas-Chamorro y Ortiz Mayorga, son sostenes permanentes en una historia que lleva ya casi dos siglos.

Hay que terminar con ese sistema de poder, y fundar nuestra primera República Democrática. Todo eso pasa por adquirir conciencia de nuestra meta, y entendimiento de que alcanzarla no será posible sin derrocar al régimen oligárquico-autoritario de turno y constituir una Asamblea Constituyente Democrática que disperse el poder (que lo atomice, que dé poder por separado a muchas fuerzas dentro de la sociedad, a todos los niveles), que lo desarme (no más Ejército Nacional, no más Policía Nacional, sino fuerzas de defensa civil para tareas específicas, como desastres naturales, fronteras, etc., y policías municipales); no más centralización presidencialista, no más dominio económico por parte de media docena de familias milmillonarias.

Hace falta dispersar el poder político y el poder económico. Si no se dispersa este último la democracia es imposible. Si no se dispersa el primero la tiranía es inevitable.

Y no nos engañamos: todo esto requiere sacrificio, tiempo, y sobre todo actuar como seres libres y sujetos a una ética que ponga por encima de todo el imperativo de construir una República donde los Derechos Humanos sean el límite de todo poder. Para esto urge apoyar y alentar a la nueva generación de luchadores y líderes políticos. Quienes se han hecho pasar hasta el momento como “representantes” de nuestra ambición democrática han demostrado ser corruptos, agentes al servicio de intereses oligárquicos, y totalmente dependientes de la voluntad del Departamento de Estado de Estados Unidos.

Para ser libres hay que actuar como seres libres, con ambición de libertad y confianza en que la libertad, que es inevitable si el pueblo lucha y si tiene un norte claro, la República Democrática, el poder disperso, nuestro poder a nuestro servicio.

Nicaragüenses Libres
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"El movimiento Nicaragüenses Libres nació para impulsar la revolución democrática en Nicaragua."

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