Agresión imperialista rusa contra Ucrania: lecciones para Nicaragua
Para CU-Nicaragüenses Libres la única reacción posible ante la invasión rusa de Ucrania ordenada por el dictador Vladimir Putin es la condena absoluta, sin atenuantes. Como demócratas, nos oponemos a opresión doméstica tanto como a atropello imperial. En la Rusia de Putin, ocurren ambos. Putin se ha mantenido por 22 años en el trono que reconstruyó con los restos del estalinismo soviético, a punta del asesinato de opositores, y hasta hace poco, con anuencia –primero feliz, después a regañadientes–de políticos del occidente democrático. ¿Por qué? Razones varias: petróleo en cantidades; estabilidad y autoridad única donde hubo antes caótica guerra entre oligarcas; la tendencia, en regímenes no-autoritarios, a responder con lentitud a la amenaza de regímenes brutales.
La concentración de poder económico y político, y la dependencia de actividades extractivas dieron el resultado usual: atropello estatal de los derechos humanos y subdesarrollo económico, vergüenza para líderes del otrora poder mundial. A pesar de su gran población y abundancia de recursos, la economía rusa es una muy distante undécima en Producto Interno Bruto (PIB); representa menos del 10% de la economía europea; más pequeña que la economía de Texas, un poco más del 8% del total en EEUU. En cuando a indicadores más importantes para el bienestar ciudadano, la situación es peor, sin que puedan preverse mejores tiempos: el PIB per cápita ruso es el octogésimo sexto del mundo, inferior al de muchas de sus antiguas colonias [Hungría, Polonia, Lituania y Rumania]; al de los países más pobres de Europa Occidental [Portugal, y hasta Grecia]; menor que los de Panamá, Chile y Costa Rica. Por algo el descontento de una población de expectativas europeas, en choque con la realidad del despotismo empobrecedor.
Putin, pues, representa estancamiento y atraso relativo crónico para su pueblo, al que trata de arrastrar hacia el nefasto fervor nacionalista creando una narrativa de “defensa contra el cerco europeo”, y “agresión”, y aún más nefastas justificaciones, que sugieren la “inexistencia” de Ucrania como país, reduciéndolo, a la manera de la propaganda nazi, a un “espacio vital” ruso, presuntamente de origen divino. Todas las fuerzas democráticas del mundo deben unirse para contener, con todos los medios, la amenaza del tirano de Moscú, que actúa ya con temeridad insana. Los costos de la inacción o la timidez— lo demuestra la historia— pueden ser graves. La agresión fascista de Putin, con su retórica de genocidio de minorías sexuales y otras “listas”, alienta además a minorías fanáticas autoritarias en Occidente. Ayer, En EEUU, gritaban “¡Putin, Putin!” en la reunión de la Conservative Political Action Conference, en presencia del expresidente Trump y su controvertida aliada, la nueva congresista Marjory Taylor Greene.
Para nuestra lucha, la solidaridad con el pueblo ucraniano, y con el pueblo ruso, oprimido y empujado a la guerra, es tan insoslayable como las lecciones de la similitud: la concentración del poder económico y político, la perpetuación de un modelo extractivo que beneficia solo a una pequeña oligarquía que necesita parasitar a la sombra de la protección estatal, y termina alimentando y apañando el terror de Estado. Por otro lado, el resultado neto para el régimen ruso será desastroso. La resistencia del pueblo ucraniano, armado tardíamente por EEUU y Europa — y quizás no sea esto accidental, sino resultado del frío y cruel cálculo de los políticos — puede traducirse en una sangría humana y financiera para Rusia. Queda claro también que las sanciones impuestas desde la Unión Europea y Estados Unidos, junto con la movilización de OTAN, serán onerosas y tendrán un alto costo político. Debilitarán a un enemigo del pueblo de Nicaragua, lo cual es positivo en momentos en los que nuestra resistencia se reorganiza y se reactiva, se prepara para golpear al régimen usurpador de El Carmen.