Sacrificios humanos para dioses de barro
Pío Martínez
No debería sorprendernos que frente a la pandemia del Coronavirus los Ortega envíen a miles de personas a la muerte, enviando de primeros a sus propios seguidores. Ellos están acostumbrados a eso. Ya lo hicieron en los años 80 del siglo pasado, cuando en una guerra provocada por la misma estupidez de los “revolucionarios”, mandaron a morir a una muy preciosa parte de nuestra sociedad, a miles de jovencitos arrastrados al combate por la fuerza, cuyos cadáveres quedaron tendidos al aire libre en los frentes de batalla y fueron pasto de las aves de rapiña o fueron enterrados apresuradamente a ras del suelo mientras sus madres, como tantas otras veces, eran burladas por los sandinistas y en lugar de los cuerpos inertes de sus hijos recibían ataúdes llenos de matas de plátano o cualquier otra cosa puesta dentro para fingir el peso de un cadáver.
Entonces cayeron como moscas nuestros jóvenes y su desfile hacia los frentes de combate se convirtió en un río humano mientras la dirección sandinista exigía cada vez más y más brazos que fuesen a empuñar las armas en aquella guerra entre hermanos que al final significó la muerte de muchos para que unos pocos construyeran enormes fortunas.
Están pues, los Ortega, acostumbrados a que la gente muera por ellos. Ven como la cosa más natural del mundo que la gente dé la vida por su causa, por la “revolución” de los Ortega. Les parece también muy natural que, como ahora, la gente se inmole sin saber para qué, sin entender a qué sirve el sacrificio.
Como dioses furiosos, ciegos y vengativos exigen, impasibles, sacrificios humanos.