Selección del poemario Fortuna del día
El cielo cruza
el pecho de esta tierra.
Cicatriz de agua.
La carretera
a lo lejos promete
trozos de cielo.
Mi abuelo Virgilio me llama desde las linderas de mi niñez. Me exige ser un hombre. ¿Qué es ser un hombre?, le pregunto.
Fortuna del día:
la luz da a cada mañana
su propio disfraz.
Pero no hay señuelo o somnífero
que burle a la noche, que arrastra,
entre las horas, su jadear de
loba solitaria.
Donde se me ha revelado la presencia de Dios:
las cáscaras de huevo en el bote de basura,
los dientes de león que bordean la tapa de la alcantarilla,
los troncos incendiados del otoño de Iowa,
el cabello de Alba goteando en mi mano.
En el difuso límite de la playa,
donde la orilla se dibuja y desdibuja,
se acumula el pelambre reseco y negruzco
de las algas muertas que acogen,
como un nido, al coco solitario
que se mece según
el titubeo de las olas.
Heráclito decía que no es posible bañarse dos veces en el mismo río. El Buddha Shakyamuni, como la flor de loto que se abre sobre las aguas turbias del pantano, atravesaba la distancia restante. No es posible bañarse dos veces en el mismo río. Tampoco es posible bañarse dos veces.