Sexo y sexualidad

Carlos A. Lucas A.
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El sexo humano tiene ciertas bases biológicas comunes a los seres vivos (y también importantes diferencias) y está sujeto a ciertas leyes naturales, mientras la sexualidad, es decir la conciencia del sexo, de su doble función de placer y reproducción y de su necesidad perentoria de libre albedrío, está sujeta en los seres humanos, a una fuerte relación con el entorno social, y por lo tanto, histórica.

Así, los conceptos, principios y prácticas de la sexualidad son parte de la tipología cultural de un pueblo y no constituyen de ninguna manera enunciados, leyes o principios universales que puedan tener la capacidad de trascender épocas, sistemas sociales, grado de desarrollo. Por ejemplo, la práctica de la ablación o mutilación de los genitales externos femeninos, que afecta a millones de mujeres de Africa y de Asia, como una manera de asegurar o su virginidad o su castidad, es parte sustancial de sus culturas, pero es rechazada o penalizada en la mayor parte de los países civilizados (Italia no la penaliza). Mientras en las culturas musulmanas es permitida la práctica de la poligamia (matrimonios de un hombre y varias mujeres), en el mundo occidental se penaliza y se regula el matrimonio monogámico o hay tribus en Nepal que practican hoy en día la poliandria (matrimonios de una mujer y varios varones).

Por lo tanto, la sexualidad humana es expresión netamente social de un ejercicio individual y desde el punto de vista social e histórico, es decir, de género, padece de una seria e irreductible relatividad.

Basta leer a los cronistas, por ejemplo, de la época de la conquista y la colonización en Nicaragua -y en el resto de América- para darse cuenta cómo los monjes y curas católicos europeos, se escandalizaban de ver en cueros a la población indígena, varones, mujeres, adultos, niños, indiferentes a la mutua o masiva desnudez. Todavía en comunidades remotas de Nicaragua, las mujeres lavan en los ríos con sus pechos al aire y eso no constituye atracción ni revuelta para los varones de su propia cultura.

Y es que aquí en América el bíblico pecado original tuvo cierto retraso, pues se originó hasta la llegada del cristianismo conquistador, que se enfrascó en una batalla masiva de matrimonios eclesiásticos entre la masa autóctona, que pasó de su estado natural, a someterse a los criterios morales de una iglesia y un poder, opresivos, emanados de una formación social extraña. La sexualidad es una de las primeras energías o derechos que reprimen los poderes opresores, forma parte del esquema dominante y de domesticación, al margen del derecho de vida, muerte y violación que se reservaban para sí los invasores, sobre la población femenina sometida y “civilizada”.

La “hoja de parra”, el reconocimiento del “pecado” llegó tardía al paraíso americano y no fue un acto de auto conciencia y culpabilidad de los “adanes” y “evas” indígenas, sino parte de las acciones opresivas y represivas del invasor y conquistador. Literalmente, ese taparrabos impuesto fue la primera expresión de la doble moral de las clases dominantes desde entonces, en nuestros países, que no impidió la violación sistemática de las mujeres indígenas. Al contrario, el opresor encontró para sí, gracias a esta evangelización de la doble moral, un inagotable paraíso sexual sin complejo de culpa.

Las mujeres indígenas pasaron a la categoría de botín de guerra[1] y mientras Moisés en el Génesis Bíblico se refiere implícitamente al incesto originario, al pecado original, aquí en América la regla fue la violación…Hasta el punto que en la actualidad, aun decimos al final de un cortejo, que un hombre conquista a la mujer.

 El paraíso sexual del opresor ha pretendido prolongarse hasta nuestros días. De hecho, la violación y resto de agresiones sexuales constituyen en Nicaragua de hoy en día, las más relevantes y crueles manifestaciones de violencia de hombres contra mujeres y otros sectores indefensos, como expresión de ese poder de dominio. El poder es eminentemente fálico.

Y aun así, se insiste en los principios universales de la sexualidad, esos escritos en piedra o base desde la cual se erigen los juicos condenatorios del libre albedrìo sexual. Adrede, se confunde sexo con sexualidad, genitales con género.

La mayor parte de los argumentos que escuchamos una y otra vez en este tema, se refieren a los preceptos sexuales bíblicos. Uno de los argumentos: la Biblia dice: “Macho y hembra los creó” para enfatizar que la humanidad se divide desde entonces en varones y mujeres, masculinos y femeninos, aunque como queda planteado en el libro de Gioconda Belli (“El infinito en la palma de la mano”), surge la pregunta de cómo se reprodujeron Caín y Abel sin caer en el incesto, pues las portadoras de matriz, las mujeres, no aparecen por ninguna parte del relato oficial, pues forzosamente tendrían que haber sido sus hermanas, hijas también de Adán y Eva. Debe ser duro para la iglesia cristiana aceptar en base a su relato, que el incesto es el origen social de la humanidad.

Ese ocultamiento de las mujeres a partir del “pecado original”, que no es más que el descubrimiento de la sexualidad, es el Génesis del trato histórico a las mujeres desde entonces, especialmente en las culturas occidentales.

Por eso el “macho y hembra los creó” olvida la enorme diversidad de sexo y capacidad reproductiva que existe en ese mismo mundo creado desde el Génesis: la panoja de maíz, en lo alto de la planta, expone el sagrado polvo que contiene (polen) al contacto de viento e insectos, que le harán el servicio de fecundar aquellos pelos amarillos de la parte femenina (espiga) que se levanta allá abajo, en la misma planta. Dios creó al maíz “macho y hembra” en un mismo individuo, dotándole a la vez de espiga y panoja, los principios sexuales que se suponen mutuamente excluyentes para un mismo individuo. O bien el caso de muchas especies de platelmintos, que copulan doble y así se reproducen. Lo que prueba que si hubiese un “diseño inteligente” (una de las modas derechistas en Estados Unidos), este diseño confirmaría que la manifestación de los sexos tiene una diversidad creativa, diversificada, multiexpresiva en los seres vivos, incluida la humanidad. Cuantimás, lo será la sexualidad que tiene esa base sexual multi expresiva.

La conceptualización represora de esa fuerza de placer y reproducción humana, la sexualidad fundamentalista, continuidad del conquistador, es la que introduce conceptos, principios, que tratan de reducir al simplismo, a unas cuantas verdades a medias, esa riqueza expresiva de sexo y sexualidad. Y la sexualidad dominante, depende de las clases dominantes en un país, que cuenta con su aparato legal, ideológico, coercitivo, eclesiástico (cristiano, musulmán, hindú, etc.), educativo, formativo, de salud pública, etc., para reforzar su enfoque y propiciar esas prácticas coercitivas de la sexualidad humana.

El factor común de esta dominancia es la victimización de la mujer, identificada como la causa del pecado original[2], pues carga en sí tres potencias poderosas: su capacidad de disfrutar y dar placer, su capacidad de reproducción de la especie y su capacidad de decidir, de ejercer su libre albedrío sobre estos tres poderes.

Y en esos ejes se fundamenta el aparato y los mecanismos de la opresión, marginalidad y represión de las potencias de las mujeres: Reprimir su capacidad de sentir placer. Instrumentalizar, a través del matrimonio y la prostitución, su capacidad de dar placer. Obligar a la mujer a ejercer su función reproductiva por encima de cualquier otra consideración, incluso su propia vida, como en Nicaragua. Reprimir las posibilidades que las mujeres lleguen a la conciencia de su libertad, de su derecho a decidir.

Notas:

[1] Expresión de Alan Bolt antropólogo matagalpino en alguna de sus charlas y capacitaciones rurales.

[2] Walkiria, una guapa chica que estaba poniéndose una corta falda para salir a un centro comercial, fue advertida por sus padres y hermanos: “no te pongás esa falda, vas a provocar a los hombres en la calle”. Le estaban diciendo que ella debía ser responsable de la moralidad de ellos, que el impulso sexual de ellos es incontrolable y por lo tanto, eran inocentes y ella podría ser la culpable de una eventual agresión.