Sobre “Congresos”, “Unidad”, y lucha: verdades en el camino a la libertad
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
<<No podemos hablar de “derrocar”>>, me dijo uno, <<porque eso suena a insurrección armada, a guerra>>. Mientras otro: <<solo nos queda el camino de las cañas huecas>>. Y otro más, el de la voz, por hoy, más apagada, casi susurrante, aunque hasta hace poco en control del megáfono: <<no hay más salida que lograr que “la comunidad internacional” obligue a Ortega a permitir elecciones libres, que nos den ‘condiciones habilitantes’>>.
Todos ellos, casi a coro: <<pero necesitamos ‘unidad’>>.
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Aclaro, para no ser hipócrita en asuntos de tanta seriedad (millones de vidas están en juego) que soy uno de los miembros del equipo que trabaja, con gran dedicación, escasos recursos materiales propios, e inexistentes recursos externos, en la organización del Congreso de Unidad de los Nicaragüenses Libres.
Aclaro que, al 8 de diciembre de 2021, más de tres años después del estallido de Abril, tengo conciencia de que, si hasta antes del 7 de noviembre a alguien que aceptara la idea de “diálogo y elecciones” con Ortega y Murillo en el poder podría clasificársele, con gran generosidad, como un ingenuo, después del 7 de noviembre no puede llamársele otra cosa que traidor a los intereses de la inmensa mayoría, leal solo a su mezquino beneficio.
En cuanto al futuro de Nicaragua. ¿Cuán luminoso, u oscuro, será? ¿Podrá nuestra patria por fin encontrar el camino de la vida en paz? ¿Podremos, como nicaragüenses, tener un hogar sin maltrato, una casa que nos cubra a todos mientras soñamos nuestros sueños? En las manos de nuestra gente, golpeadas, callosas y sangrantes, queda la respuesta.
En lo que a mi concierne, tengo la convicción de que no habrá democracia sin revolución democrática, es decir, sin arrancar de raíz el sistema dictatorial, y que, para esto, es indispensable que el pueblo logre desplegar su energía combativa en la lucha política, es decir, en la lucha por el poder.
Digo “lucha política”, y “lucha por el poder”, y “revolución democrática” y ya veo algunas cejas levantándose, pulmones que se llenan de aire y venas inflándose en algunos cuellos que se estiran, fingiendo indignación. “¡¿Vos querés otra guerra?!”, afirman-preguntan. Yo les lanzo de respuesta su falsa bomba, y les pregunto: ¿vos querés, o no querés, que el pueblo de Nicaragua sea libre? ¿Vos estás en contra de la lucha real, que no es la de comunicados blandengues en hoteles de lujo, y acomodos con la dictadura? ¿Vos estás dispuesto a convivir con el sistema dictatorial?
Porque esa, estimado lector, es la disyuntiva: o se lucha sin abandonar el objetivo de derrocar, acabar, extirpar, destruir, el sistema dictatorial, o se besa el pie de los opresores, y se condena a Nicaragua a vivir un futuro interminable de tortura y atraso. Esa, y no la falsa decisión entre “guerra” y “civismo” que venden los clanes del poder, es la disyuntiva que todos tenemos delante, y por la que pagarán un precio millones de personas.
Los manipuladores de los clanes políticos, los que quieren llevarnos de la nariz, oliendo el atol, a su redil de complicidad con el sistema, quieren hacernos pasar, a quienes queremos revolución democrática para alcanzar la paz, como insanos guerreristas. Quieren, los que se golpean el pecho con un “no quiero violencia armada en Nicaragua”, que olvidemos, con viejas mentiras y mojigaterías, la realidad cruel del país: hay, ha habido, y habrá violencia armada en Nicaragua, como ha habido genocidio y militarización de la sociedad, mientras la dictadura, que no tiene más recurso que la violencia armada, esté en el poder.
Quieren enturbiar las aguas y confundir a incautos [de los pocos que aún quedan]; porque la lucha política no comienza, ni necesariamente implica, la organización de fuerzas armadas insurreccionales; porque se trata, no de unir al pueblo [¡eso el pueblo lo ha hecho ya!] sino en potenciar su capacidad de lucha hasta hacerle imposible a la dictadura el control del país desde su minúscula minoría.
Nada de esto se logra con pronunciamientos endebles, con súplicas vergonzosas a políticos extranjeros para que nos regalen “condiciones habilitantes” para ir, ¡otra vez!, a “elecciones con la tiranía”.
Tampoco se logra llamando a la gente a sacrificarse como carne de cañón, como parece que pretendía la élite corrupta que ocurriera cuando echaran presos a sus “candidatos”. Se logra estructurando la resistencia de manera ordenada, disciplinada, clandestina, escalonada, inteligente, y, sobre todo, con integridad y coherencia: no pidan que el pueblo se sacrifique para que ellos obtengan un ministerio o una embajada en un pacto “electoral”. ¡Dejen de entorpecer la lucha diplomática y política! ¡Exijan a sus amigos políticos en el exterior que dejen de tratarnos, a los nicaragüenses, como animales maltratados, a quienes hay que cambiar de jaula, sino como seres humanos libres, con los mismos derechos que tienen todos los pueblos, entre ellos el de no aceptar la usurpación del Estado por quienes asesinan y torturan a nuestra gente!
La farsa que preparan, una vez más
Les grito que ¡exijan!, pero sé que no lo harán, porque están atados de pies y manos al destino de la dictadura. Porque lo que ellos quieren no es lo que quiere y necesita la mayoría de los nicaragüenses, ese 90% que cerró las puertas en las narices de los activistas a sueldo de Ortega-Murillo. No quieren acabar con el sistema dictatorial, sino ser parte de la cúpula, y para eso aceptan ser parte de un cambio apenas cosmético que estabilice el sistema del cual esperan prebendas. Creo que ni esto lograrán, porque además de carecer de integridad y patriotismo, carecen de visión política, más allá de su mínima astucia de ratón, y parecen ser los únicos ciudadanos del país que no se han enterado de que el clan Ortega no está dispuesto (no solo porque no quiere, sino porque no puede) a dejar el poder que todo les ha dado, y que protege todo lo que poseen, y fuera del cual pueden perderlo todo, hasta la vida misma.
Por eso, que nadie se sorprenda, en las semanas y meses que se avecinan, si hay “gestos de buena voluntad” y algunos de los candidatos presos son excarcelados, y con el “respaldo de la comunidad internacional” llaman al diálogo “para encontrar una salida civilizada” al conflicto.
Que nadie se sorprenda si utilizan a los familiares o esposas de algunos encarcelados y tratan de encumbrar las imágenes de algunos de estos, aunque hayan sido cómplices en la construcción de la dictadura o en las pantomimas por rescatar al sistema, y los elevan a “santidad cívica”. Usarán todos los trucos posibles en nuestra cultura, los símbolos maternales, filiales y religiosos, como han hecho siempre que han podido. Pero todo será, y esta vez lo sabemos, una mentira.
Y como lo sabemos, insistimos—y yo lo hago con mi voto dentro de la Comisión Organizadora del Congreso de los Nicaragüenses Libres—en que el pueblo está unido, que necesitamos contribuir a articular y potenciar su lucha, que debemos derrocar (así, con C) a la dictadura; que derrocarla es posible [porque, además, su caída es inevitable] y que si actuamos con inteligencia podemos evitarle a Nicaragua un futuro de miseria y guerra; que para esto, es indispensable que fundemos una república democrática.
¿Cómo? Democráticamente. Es decir, no dejar esta tarea en manos de una minoría de políticos. Caído el régimen Ortega-Murillo hay que elegir una Asamblea Constituyente, en votación libre por circunscripción territorial; esta Constituyente debe preparar, en un período relativamente breve, un proyecto de Constitución. Digo “proyecto” porque para que sea verdaderamente democrática, la Constitución que funde nuestra primera república democrática tiene que ser aprobada en referéndum popular.
Entonces, bajo nuevas reglas del juego que dispersen, descentralicen, atomicen el poder político y económico, eliminando la raíz de los privilegios de los grandes monopolios controlados por la minúscula élite postcolonial que ha saqueado el país durante doscientos años, iremos todos los nicaragüenses, dentro y fuera del territorio, a elecciones generales para ¡por fin! tener gobierno propio, un gobierno que respete la dignidad de todos los seres humanos, que sea instrumento de su libertad y su progreso, y no el disfraz de una bota doméstica o foránea.
Ese es, a mi entender y motivación, el sentido de la unidad que se persigue en el Congreso de los Nicaragüenses Libres.