Sobre la Asamblea Constituyente (Parte I): ¿Por qué hace falta?
Para llegar a la meta, necesitamos planificar, no solo la lucha, sino la construcción de nuestro nuevo sistema de poder, también hasta donde es posible hacerlo antes de enfrentar las dificultades concretas de cada momento. Pero es importante hacerlo, es importante hacer el ejercicio intelectual de ver hacia adelante e imaginarnos el camino. Esto viene a ser algo así como enviar avanzada para reconocer el terreno, como buscar los mapas o esbozarlos, para tener una mejor idea de por dónde ir hacia el objetivo. Siempre habrá que ser flexibles en algún trecho, y creativos siempre, pero al menos tendremos una idea general de la ruta, y de hecho, al haber pensado en las posibles dificultades que enfrentaremos, vamos a estar más preparados, más afilados, para resolver imprevistos.
Por eso es que vale la pena hacerse preguntas acerca de cómo transitar de las ruinas de la dictadura chayorteguista a la república democrática que anhelamos, cómo, en otras palabras, completar la revolución democrática que nos lleve a una nueva fase, a una nueva etapa de nuestra vida colectiva, en libertad. No habrá terminado la historia, pero será otro rumbo, otra forma de vivir y resolver los conflictos, con libertad y oportunidad.
Uno de los temas fundamentales en este proceso es el de la necesidad de una Asamblea Constituyente. ¿De qué se trata esto?
Se trata, digámoslo claro, de que el pueblo nicaragüense, de que los nicaragüenses como ciudadanos verdaderos, con todos sus derechos y deberes, no solo pongan el hombro, el sudor y los muertos en el proceso de lucha, sino que esta vez sean, colectivamente, protagonistas del poder antes, durante, después y siempre.
A esto le temen las élites de Nicaragua, tanto los orteguistas como los magnates de la oligarquía y sus agentes.
¿Por qué? Porque el sistema de poder que nos dio a Somoza y al FSLN les ha dado, a pesar de todo, grandes beneficios, y una distribución del poder y de la riqueza que los favorece injusta y antidemocráticamente frente al pueblo.
Nosotros, Nicaragüenses Libres, queremos un país con Estado de Derecho, es decir, con cumplimiento obligatorio de la ley para todos; con derechos para todos y privilegios para nadie.
Nosotros, Nicaragüenses Libres, sabemos que eso no se logra “regresando” a la Constitución que encarna el anticuado, obsoleto y opresivo sistema de poder. Necesitamos un nuevo comienzo, un comienzo democrático, necesitamos fundar una república democrática, y las leyes, escritas entre el FSLN y resto de las élites en la Constitución que de todos modos han deformado y violado a gusto, no permiten que exista y sobreviva la democracia, y no permite que esta cumpla la función de autogobierno, la función de hacernos dueños del poder, de todos los instrumentos de poder democrático que protejan nuestra libertad y nuestras aspiraciones.
Para las élites, todo esto es “demagogia”, o es lo que ellos llaman “radical”, por el miedo que tienen a perder los privilegios de dos siglos que para nosotros son tragedia y atraso, mientras para ellos son riqueza en bancos extranjeros, aviones privados y una vida extranjera financiada por el botín del Estado de una hacienda que llaman Nicaragua.
Para nosotros, una democracia verdadera, que funcione, que sobreviva, que sea garante de derechos para todos, privilegios para nadie, es esencial.
Y para llegar a esta democracia, ya sabemos, porque llevamos la cuenta y las marcas de nuestro sacrificio, que tenemos que cambiar radicalmente el sistema de poder. No puede una minoría inepta y corrupta escribir por sí y para sí las leyes sobre cómo van a mandar en el país, en la política y la economía. “República” quiere decir “la cosa pública”, y no puede ser asunto de unas cuantas familias, o un grupo de partidos o grupos políticos reunidos en secreto, en privado o a la vista pública, pero excluyendo de la decisión a las mayorías.
Por eso, el primer paso en la construcción de la república democrática tiene, por necesidad, que ser un paso colectivo, de todos. Aquí no se trata de que, desaparecido Ortega, se reúnan los de siempre con los de siempre y hagan algunas correccioncitas al texto de las leyes y la vieja Constitución. Esas leyes y esa Constitución fracasaron. Fueron un fracaso total en lo más importante: en impedir, una y otra vez, el crecimiento de la tiranía. Porque la ley y la Constitución al final tienen que ver con cómo está organizado el sistema de poder, en cómo está organizado el poder político del Estado. ¿A alguien se le ocurre que eso no va a cambiar después de la caída del chayorteguismo? Las élites sueñan con que así sea. Nosotros, lo contrario. Nosotros, queremos libertad y democracia.
Por tanto, queremos cambiar el sistema de poder, hacer que el poder político esté disperso, descentralizado, desmilitarizado (no más Ejército Nacional, sino varias fuerzas de protección; no más Policía Nacional, sino policías municipales) y sujeto al mando efectivo, real, de representantes electos del pueblo.
Y todo eso lo debemos hacer realidad, y debemos convertirlo en la nueva legalidad, la nueva ley Máxima del país. Y esta ley Máxima, la Constitución, la debemos aprobar democráticamente, en referéndum, o de lo contrario estaremos entrando en un nuevo ciclo que terminará como los anteriores, en opresión y violencia.
Ahora que hemos dejado en claro la necesidad de una Asamblea Constituyente, estamos listos para hablar de cómo elegirla, cuáles serán sus atribuciones, y cuáles serán sus límites. De esto empezaremos a conversar en la siguiente parte de esta serie, mientras esbozamos el camino hacia una república democrática, el sueño posible de una sociedad con derechos para todos, privilegios para nadie. Posible, e inevitable. Hacia allá marchamos los Nicaragüenses Libres.
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.