Sobre la lucha ejemplar de Monseñor Álvarez y la vergonzosa “nota de prensa” del Cardenal Brenes

<<Le pide “deponer esa actitud innecesaria”.  ¿Y cuándo fue “necesario” que acosaran a un obispo que denuncia la opresión, la injusticia, el crimen de Estado?>>

Aunque en el medio político y periodístico opositor hagan maniobras gimnásticas extremas para extraer solidaridad, integridad, coherencia y valentía de la “nota de prensa” emitida por la Arquidiócesis de Managua sobre la batalla que libra Monseñor Álvarez, la verdad debe ser dicha, y la diremos: “la nota” carece de todas esas virtudes

Es, de hecho, una evidencia más de cuán difícil es hacer que de boca del más alto prelado de la Iglesia Católica, el cardenal Brenes, salgan palabras firmes, condenatorias del régimen fascista, en defensa, ya no solo de sus feligreses, sino ¡de sus propios sacerdotes y obispos! 

El texto es verdaderamente indignante para cualquier ciudadano que por empatía o sentimientos democráticos acompañe en actos o intenciones el digno y coherente comportamiento de Monseñor Álvarez, del padre Harvin Padilla, y tantos otros sacerdotes católicos cuyos nombres quedarán escritos con honor, y con la gratitud del pueblo, en la historia trágica de nuestra pesadilla nacional. 

Para los católicos nicaragüenses la conducta del cardenal debe además ser motivo de rechazo y denuncia dentro de la Iglesia. Pero a pesar de la pena que en los corazones devotos pueda causar el comportamiento del cardenal Brenes, la “nota de prensa” trae enseñanza útil, porque útil es toda experiencia o evidencia que ayude a la ciudadanía a entender quiénes están con ella en la lucha democrática y quiénes, por la razón que sea (¿cuál será, en este caso?) no están. 

“Nota de prensa”

Habrá, siempre hay, quienes confundan estos comentarios con ataques a la Iglesia, con un buscar falta para socavarla. Se equivocan: no hace falta buscar falta; el texto publicado por la Arquidiócesis es indefensible; es un documento tan cobarde que no lleva siquiera la firma del Cardenal [Vea el lector, para comparar, en esto y en el tono, el pronunciamiento de la Conferencia Episcopal panameña]. El texto no lleva, de hecho, ninguna firma.  Ni siquiera se ha atrevido o ha deseado, llamarlo “pronunciamiento”, o “comunicado”, términos ambos mucho más enfáticos. No, se trata de una “nota de prensa”.  

Un susurro que es silencio

La persecución contra la Iglesia Católica se intensifica, la dictadura concentra su poder de fuego contra la voz potente de Monseñor Álvarez, y este responde lanzándose a un ayuno indefinido y llamando a los feligreses de sus dos diócesis a acompañarlo en vigilias y ayuno, hasta que el régimen retroceda y respete sus derechos humanos.  

Lo correcto hubiera sido, la verdadera solidaridad, el verdadero liderazgo del principal prelado [y de la Conferencia Episcopal] sería poner su firma y su investidura tras un llamado a apoyar a Monseñor Álvarez en la práctica, pacífica, católica y cívica, de la acción a la que el propio Monseñor Álvarez ha llamado: vigilias y ayunos en las iglesias. 

Pero, lejos de acuerpar al obispo acosado, y al obispo que ha dado acogida al obispo acosado, constituyéndose desde ya en blanco de la dictadura; lejos de acuerpar al padre Padilla, rodeado en su iglesia en Masaya; lejos de inspirar a los feligreses a apoyarse en la fe y defender a la Iglesia y sus derechos humanos, el texto sin firma emitido desde la Arquidiócesis se retuerce penosamente para disminuir, hasta hacerlo un susurro, la alta protesta a la que está obligada la jerarquía católica. 

No hay dictadura, hay “problemática sociopolítica”

¿Dictadura? Nada que ver. Ninguna mención. No hay, en esta “nota de prensa” un régimen que persiga; las familias apenas “sufren los efectos de la problemática sociopolitica en la que continuamos inmersos los nicaragüenses con todos sus efectos y a todos los niveles; y que han estancado a nuestra sociedad en un ambiente de inseguridad, polarización e intransigencia, desencadenando una dinámica de división y antagonismos que impiden superar esta crítica situación nacional.”  

¿Quién es culpable de todo esto? Pues, por supuesto, es ella: “la problemática sociopolítica”.  Difícil no recordar las lamentaciones del Cardenal acerca de las elecciones, en las que Nicaragua “perdió una oportunidad” el 7 de noviembre, porque hubo “excluidos”.  Hay, claro, ciudadanos que iban, o creían que iban, a participar en una elección nacional, pero fueron “excluidos”, junto a más de 170 “excluidos” que se pudren en las cárceles de la tiranía. 

¿No se supone que la verdad nos hace libres? Esto fue, al menos, lo que aprendí de mis queridos maestros, los Hermanos Cristianos de La Salle. ¿No se supone que el alto prelado represente a la Iglesia que esto predica? 

En lugar de la verdad liberadora, enredijos de palabras, cantinfleos, balbuceos, vueltas y vueltas, hablar para no decir lo obvio: que la dictadura ataca a la Iglesia católica con saña, que confisca a todos los nicaragüenses el derecho a la libre expresión, el derecho a practicar su religión libremente, a movilizarse por el país sin restricciones. 

“La represión innecesaria”

Para rematar, porque como ya se dijo arriba, la boca del cardenal parece necesitar un milagro para articular la defensa de su Iglesia, sus feligreses, y su país contra la dictadura, Brenes se dirige a la Policía como si la Policía se mandara sola, como si no estuviera bajo las órdenes de la dictadura. Más precisamente, bajo las órdenes directas del consuegro del tirano, por si hay que recordar.

¿Y qué le dice a la Policía? Le pide “deponer esa actitud innecesaria”.  ¿Y cuándo fue “necesario” que acosaran a un obispo que denuncia la opresión, la injusticia, el crimen de Estado?

Epílogo

Triste epílogo: cuando ya este artículo está a punto de ser publicado en la revista, aparece el comunicado oficial de la Conferencia Episcopal de Nicaragua. De este documento debe decirse que es, en contenido, comparable, o quizás hasta peor, que el de la Arquidiócesis. Veinte líneas de beatitudes evasivas, de frases que invocan al Espíritu, pero suenan como sobras para ocultar escasez. Algo así, hay que decirlo, como la donación del rico en la parábola de la ofrenda de la viuda pobre. Baste decir que, en sus veinte líneas, apenas alcanzan a decir que Monseñor Álvarez “siente zozobra por su seguridad personal”. ¿Por qué será que la siente? ¿No tendrán nada que decir, los jerarcas firmantes –algunos de ellos aliados del régimen— sobre quiénes la causan? ¿No tendrán los obispos algo que decir a sus feligreses, sobre cómo apoyar a Monseñor Álvarez? 

Esto también queda para la historia. Y si alguno de estos obispos da un día el paso adelante para facilitar o bendecir un nuevo pacto, queda la lección que hoy aprendemos.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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