Sobre la violencia en la lucha por la libertad
No aceptamos ser esclavos, no aceptamos obedecer para preservar la calma injusta que algunos justifican y bautizan como “paz”. Esa “paz” es falsa, porque hay violencia de una parte, los opresores, contra otra, los oprimidos. Es injusta, porque cobija el crimen de unos contra otros. No es duradera, porque la libertad es el más preciado bien. Entramos en lucha contra el poder porque desde el poder se practica la violencia contra nosotros. Es una violencia diaria, agresiva, letal, sistemática, militar, armada, vengativa, fuera de la ley y violatoria de nuestros Derechos Humanos. Sin embargo, en esta lucha nuestros intereses fundamentales no son la venganza y la violencia, sino la justicia y la libertad.
Contra la violencia de los opresores, el pueblo tiene derecho a la violencia armada, derecho a la insurrección. Es derecho a la defensa propia, es obligación a la defensa de nuestras familias y compatriotas, vulnerados por un poder criminal. Es nuestro derecho humano, derecho a proteger nuestras vidas de la agresión violenta del poder. Sin embargo, aunque nos asiste el derecho a la violencia armada, optamos por una estrategia que prevemos más efectiva y de menor costo humano. Decidimos no concentrar nuestros esfuerzos en la creación de un ejército para, con una estrategia militar, enfrentar a la dictadura. Nuestra estrategia consiste en el desarrollo de un movimiento popular democrático que haga ingobernable al país para los dictadores de turno o para cualquier gobierno no democrático que los suceda, a través de múltiples formas de movilización social, empleando tácticas defensivas y ofensivas a conveniencia, y métodos principalmente noviolentos, pero de ser necesario, y cuando fuese necesario, utilizar la violencia necesaria para completar el proceso de liberación.
Nuestra escogencia estratégica y de métodos no implica que aceptemos dos argumentos falsos propagados por las élites del sistema de poder. Uno es que toda violencia es anti-ética. Más bien, dejar al poder en libertad de matar es anti-ético. Usar la violencia cuando fuese necesario para evitar el crimen (contra uno mismo o contra quien es vulnerado) es ético, y más que derecho, es obligación. La otra falacia propagada por las élites es que la violencia solo produce dictadura. Falsedad histórica total. Puede decirse que no siempre la violencia política conduce a la democracia, por supuesto; pero también puede decirse que la democracia, ahí donde existe, ha nacido o renacido por medio de la utilización, principal o auxiliar, de la violencia.
Por tanto, si no escogemos una estrategia predominantemente militar, como la formación de un ejército guerrillero, es porque creemos que en las condiciones actuales y previsibles es más eficiente estructurar una estrategia en la que no nos precipitemos a la acción militar directa, el área en que la dictadura tiene más ventajas. ¿Y cuáles son esas condiciones? Un régimen totalmente vacío de apoyo popular, pero controlado por aparatos militares y de inteligencia nacionales y con asistencia extranjera.
Además, nuestra meta de crear un movimiento autónomo con protagonismo ciudadano, lo cual requiere mucho trabajo de organización y formación política clandestina. Pero no nos engañemos: tenemos delante un enemigo criminal, que ha declarado la guerra contra nosotros, que actúa militarmente contra nosotros, y que difícilmente (lo enseña la historia) saldrá del poder sin causar más muerte y destrucción hasta que los ciudadanos, organizados y conscientes, lo destruyamos. La historia indica que esto requerirá, en algún momento, de violencia armada, no porque la deseemos o la causemos, no porque la prefiramos, sino porque es casi seguro que los ciudadanos nos veamos obligados, en las últimas instancias de la lucha, a utilizarla, precisamente para alcanzar la paz.