Sobre los temores de golpe de Estado en Estados Unidos, y sobre la guerra

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

…de ser improbable la muerte de la democracia y de ser incompatible esta con la existencia del partido Republicano actual, los días de este podrían estar contados.

Es muy dudable—diríase casi imposible– que el actual Presidente pueda retener el poder en desafío abierto al veredicto de los votantes. No cuenta con suficiente apoyo en las instituciones estatales para dar un golpe contra la Constitución. Y, abrumadoramente, los poderes fácticos, tanto en la economía como en la política y la sociedad civil, desde los empresarios hasta la iglesia católica, se oponen a un abandono repentino, brusco, temerario, del modelo de sucesión democrática en el gobierno que ha sobrevivido ya casi dos siglos y medio.  

Los políticos del partido Republicano, mientras tanto, vacilan. Actúan como niños que se esconden tapándose los ojos. Quisieran que el poder hipnótico de su caudillo cambiara la realidad; quisieran estar en posición de declararlo vencedor; que se enfriara hasta congelarse la extraña pausa en el juego impuesta por el caudillo—el juego ha terminado, los goles, o las carreras, o los puntos, han sido contados en su contra, pero aún no se anuncia lo que todo el mundo ha visto, lo que todo el mundo sabe, lo que entienden los entendidos, lo que llevan en sus anotaciones los árbitros de línea, lo que han visto los espectadores e incluso reconocen muchos antiguos jugadores del partido perdedor. Los políticos del partido Republicano quisieran no tener que decir, a la barra furibunda del caudillo, que toda esa realidad que niegan bajo hipnosis existe; que están solos; que por muchos que sean no son tantos; que han sido derrotados y que es falso que el mundo entero esté con ellos, que el mundo está mayoritariamente en contra suya, aliviado del espanto, ansioso porque el juego concluya de una vez, y que nunca vuelva a ocurrir de esta manera.

Y este es, quizás, el aspecto del drama actual que menos atención recibe, o al menos del que menos inferencias derivan sus comentaristas: las instituciones viven en las mentes de los seres humanos, y en las mentes de una enorme parte de la población estadounidense–gracias a la prédica del actual presidente y sus adláteres –el sistema está amañado, la democracia es, en suma, una mentira. Y si lo es, ¿por qué aceptar sus métodos y trámites? ¿Por qué reconocer la legitimidad de los electos?  Contemplamos, creo yo, un despliegue del humor negro de esa criatura llamada Historia: que la democracia es un engaño, que el sistema elige apenas a un comité que administra la propiedad de los poderes fácticos, y que merece nada más ser desmentida y derribada, pareciera venir de un texto de Lenin, más que de quienes dicen ser sus más inflexibles enemigos.  

Y este es el daño más visible, más extenso y más profundo, que el actual Presidente ha causado: la transformación de un partido democrático que por décadas suplementó su dieta ideológica con algo de racismo y algo de xenofobia, en un partido dedicado al racismo y a la xenofobia, ya no en nombre de principios abstractos democráticos, sino de la verdad revelada por un caudillo mesiánico. 

Habrá que ver qué precio tiene que pagar la democracia estadounidense por la pérdida de uno de sus dos partidos pilares.  ¿Perecerá? No es imposible que lo haga. El actual caudillo recuerda a un Mussolini en el poder, o quizás más, por circunstancias—o por la ausencia de circunstancias (no hay guerra mundial ni Hitler de por medio)—a un Perón. Derrotado, por el momento; pero, como puede confirmar cualquier lector curioso, capaz de regresar, y capaz de vivir como una mancha sobre la política, décadas después de muerto. ¿Perecerá? Es improbable. Digo esto, no sin temor, no sin que la duda me preocupe. Pero creo que, a fin de cuentas, la derrota electoral del caudillo en 2020 ha demostrado que el diseño institucional de Estados Unidos es capaz, con todo y sus debilidades ahora evidentes, de crear más obstáculos en el camino que los que cualquier autoritario latinoamericano haya tenido que enfrentar. 

Sin embargo, es muy dudoso que el sistema –si es que el bipartidismo es esencial en su lógica—sobreviva con uno de los dos partidos principales anquilosados en un culto personal, sin ideología y programa, más allá de devoción al caudillo y resentimientos informes pero intensos. 

De ser así, de ser improbable la muerte de la democracia y de ser incompatible esta con la existencia del partido Republicano actual, los días de este podrían estar contados. No quiere decir que se acerque una disolución del partido, sino que la lucha contra este, y—sobre todo—en el interior de este, y entre los poderes fácticos y este, podría tornarse brutal, y podría marcar la política de Estados Unidos en los próximos años.  

El partido Demócrata (una coalición amplia y contenciosa, multicolor de muchas maneras, del resto de la sociedad) participará, lo quiera su estamento líder o no, y será salpicado por esas luchas; probablemente tenga que sufrir su propia metamorfosis; tendrá que desplazarse como una ameba por el espacio político, a través de la conciencia e imaginación de los múltiples pueblos que viven en el pueblo estadounidense, para ocupar, como en un complejo juego de ajedrez, posiciones en la guerra que parece iniciarse.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios