Sobre puros e iluminados (Disección de una caricatura)
Guadalupe Wallace Salinas
«Es obvio que, restando otros factores, todos podemos ´equivocarnos´. Por jóvenes e inexpertos, por idealistas apasionados, por faltos de información, por cegados ideológicamente; pero cuando ya han pasado dos décadas y ha ocurrido lo que ocurrió en abril, no basta con decir: «Yo critiqué a los ´otros´, yo los vengo señalando con el dedo, yo me salí hace rato» (la mayoría después de la pérdida electoral), o simplemente: ´Adiós, muchachos´».
La caricatura de hace unas semanas del talentoso Pedro Molina, sobre el proceso de descontento que vive la sociedad nicaragüense en la construcción de una opción organizada y de consenso frente al régimen criminal, es eso, una caricatura: «Un retrato que exagera o distorsiona la apariencia física de una persona o varias, en ocasiones un retrato de la sociedad reconocible, para crear un parecido fácilmente identificable y, generalmente, humorístico».
La he visto circular en varias redes sociales como una evidencia de lo que hay, y en otros casos como la expresión de un anhelo para que esta realidad cambie y también como una acusación contra los que llaman «puros e iluminados», que de tanto andar pidiendo lo imposible se quedarán sin nada.
Vamos por partes respecto a este último uso o interpretación. Si en realidad este fuera el planteamiento de solo unos pocos, de aquellos que escriben en redes sociales y que poca gente los lee, entonces ¿de qué preocuparse? Dejemos que pasen unas cuantas semanas y rápidamente la crítica será reemplazada por otra de mayor actualidad y preocupación: el terrorismo fiscal del régimen, el avance del coronavirus en el mundo, la pelea del Chocolatito o los últimos chismes sobre ricos y famosos.
Sin embargo, me temo que no será así de fácil ni de simple. Si el pie duele, es porque el zapato aprieta y mal haríamos como sociedad en tratar de tapar con mordaza y mordacidad lo que es vox populi: una enorme y profunda desconfianza entre los actores políticos que han copado los espacios de la oposición formalizada, aunado a historia y realidades que nos polarizan y fracturan día a día.
Vamos a diseccionar la caricatura, empezando por el tercer cuadro: «Y ya que estamos fuera los gays! ¡Y fuera las feministas! ¡Y fuera los jóvenes por ser muy jóvenes! ¡Y los jóvenes por ser muy viejos!». ¿Quién no reconoce que en Nicaragua la discriminación y la violencia son heridas abiertas? Las relaciones homosexuales fueron despenalizadas hasta 2008 y todavía siguen sin reconocerse las uniones del mismo sexo. Además, después del estallido social de abril del 2018, varias personas de la comunidad LBGT fueron sujetos de violencia por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, incluyendo tortura, tratos degradantes o inhumanos, uso excesivo de la fuerza, detención arbitraria y otras formas de abuso. Casos emblemáticos son los de Victoria Obando, Kysha López y «Lady Vulgaraza».
En materia de género, la violencia ha alcanzado niveles gravísimos, acrecentado por el retroceso brutal en materia de derechos de las mujeres y derechos humanos en general desde 2007, dentro de los cuales la desaparición de la figura del aborto terapéutico y el desmantelamiento del sistema de prevención y atención para víctimas de violencia intrafamiliar son dos de los hitos más relevantes. Solo entre 2017 y agosto de 2019, según el conteo de la organización Católicas por el Derecho a Decidir, se registraron 152 casos de feminicidio, de los cuales el 78 % quedó impune. Estas cifras no incluyen a aquellas sobrevivientes (115, en 2018) que sufrieron mutilaciones, golpes, quemaduras, heridas de armas de fuego y con cicatrices de los cuchillos y machetes con los cuales intentaron asesinarlas, ni las 33.535 denuncias procesadas por violencia intrafamiliar o abuso sexual de 2011, que, según datos de la Red de Mujeres contra la Violencia, fueron tipificadas como «faltas leves» por los jueces en el 77 % de los casos.
Por otra parte, según un informe de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH), en 2018 veintisiete mujeres murieron a consecuencia directa de los ataques armados del Estado contra opositores. El informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) también señaló «prácticas crueles y degradantes» de las autoridades hacia las mujeres detenidas, entre ellas «su desnudo total y el sometimiento a realizar sentadillas bajo la vigilancia y el maltrato verbal del personal policial», así como «violencia sexual, como técnica de interrogatorio y de generación y disuasión para impedir el ejercicio de los derechos a la reunión y expresión».
Con semejante panorama, no puede dejarse de lado el papel que distintas expresiones del movimiento pro derechos de las mujeres ha tenido desde hace muchos años, enfrentándose activamente a las estructuras sociales y políticas del país que lo generan. Encarnando el lema de «lo personal es político», han abordado reivindicaciones que van desde la sexualidad y derechos reproductivos, pasando por los derechos de las mujeres en las zonas francas, hasta el cuestionamiento de un presidente acusado de violación. Esto sin duda ha causado roncha en amplios sectores: desde grupos con pensamiento religioso, estructuras empresariales, como del régimen mismo. La existencia de diferencias dentro del propio movimiento de mujeres es también una realidad presente, incluyendo, aunque no se hable tan públicamente de ello, controversias sobre cómo están representadas sus distintas expresiones en los espacios de la oposición formalizada.
Sobre el supuesto enfrentamiento entre jóvenes y viejos, partamos de que Nicaragua es un país mayoritariamente joven (en 2016, de cada 100 habitantes, 52 tenían menos de 25 años, según datos del Fondo de Población de Naciones Unidas). Con variaciones no muy significativas en esta pirámide de edad, durante las últimas cuatro décadas no ha sido raro que, en su mayoría, jóvenes hayan sido los que combatieron a la dictadura somocista, jóvenes los que murieron en el conflicto bélico de los 80, jóvenes quienes iniciaron la mecha de la rebelión en abril de 2018 y quienes también sufrieron muerte, desaparición, prisión y exilio.
En paralelo, jóvenes además son quienes están más restringidos en el acceso a una buena educación, empleo e ingresos dignos y viven fenómenos de alta vulnerabilidad y marginación, como por ejemplo el del embarazo adolescente, en el cual Nicaragua ocupa la segunda tasa más alta de Latinoamérica (Informes de Naciones Unidas, 2016).
Que no nos extrañe, pues, que la combinación de esta realidad «sociodemográfica» con el idealismo moral propio de esta etapa de vida, y de la cual la rebelión de abril fue su máxima expresión reciente, se exprese en el rechazo a las formas tradicionales de hacer política y la presión por una mayor representatividad en los espacios de esta oposición formalizada, donde no solo cuente el número de jóvenes, sino la inclusión de sus perspectivas en cuanto a objetivos y estrategias, pero también en los mecanismos de toma de decisión. En sentido parecido operan las desconfianzas hacia figuras, que más que viejos por la edad son considerados viejos por su permanencia en la vida pública, con cuentas pendientes de ese pasado, por las cuales mínimamente autorresponsabilizarse, antes de pretender vanguardizar un cambio.
Con esto nos vamos al análisis del segundo cuadro de la caricatura: «Pero fuera todos los empresarios! ¡Y todos los que alguna vez tuvieron algo que ver en su vida con el sandinismo!». Aquí sobre todo nos conviene dejar las simplificaciones y la superficialidad. Lo que resiente la «opinión pública» o el vox populi en este grito colectivo es la corresponsabilidad de ciertos empresarios, así como de una buena parte de sus instancias de representación y sus líderes (algunas cámaras más que otras dentro del COSEP, por ejemplo), en: I) No haber hecho un contrapeso efectivo al deterioro de la institucionalidad y garantías democráticas durante el período 2007 a marzo de 2018, ocupados en justificar las bondades económicas de un «populismo responsable»; II): Haberse pronunciado «tardíamente» ante el clamor generalizado de la represión; ¿o ya nadie se acuerda de un par de jóvenes interpelando rotundamente al presidente del COSEP que estuviera disfrutando de su desayuno mientras decenas de muchachos eran masacrados en las calles? También, III): Que una vez pasada la «beligerancia» del Diálogo 1.0 y los dos paros parciales, se hayan replegado a opciones rebajadas de lo que al inicio era el clamor popular: renuncia del dictador, sustituyéndola por elecciones (o, por ahora, reformas para ir a elecciones); IV): Que esa opción de «solución» haya sido concretada durante el Diálogo 2.0, promovido por los grandes representantes del capital financiero en el seno de su escuela de negocios y con una composición hegemónica de sus representantes; y V): Que, para vender esas versiones diluidas de oposición, varios de sus voceros recurran a usar el argumento de la «estabilidad económica» como la prioridad y releguen la búsqueda de justicia como un asunto para «después», incluyendo la liberación de presos políticos.
Respecto al clamor en contra de los exvinculados con el sandinismo, de nuevo hay que escarbar en lo aparente. No debería ser difícil, ya que el «sandinismo» es una categoría multidimensional: afecto, mito, ideología, partido, organizaciones de masas, identidad, gobiernos, políticas, figuras públicas, etc., que ha estado presente en la vida política de los nicaragüenses desde al menos cinco décadas y sobre el cual también se han hecho muchos esfuerzos para separar el «bueno» del «malo», el de antaño y el de ahora, el sandinismo del orteguismo. O tal vez, precisamente por eso, me corrijo, es tremendamente difícil escarbar en lo que hay debajo de la grita «¡Que «se vayan!».
Hace poco encontré un libro titulado Lo que se quiso ocultar. 8 años de censura sandinista. Fue escrito por Roberto Cardenal Chamorro, secretario del Consejo Editorial de La Prensa y asistente de la Dirección, y publicado con un tiraje mínimo por una editorial costarricense allá por 1988. Usando una cantidad impresionante de archivos de este diario, se reflejan todas las noticias y análisis que fueron censurados por el gobierno sandinista durante ese período, contribuyendo así a crear una «realidad imaginada» completamente distinta a la vivida. Impresionante es la cantidad de testimonios, noticias y evidencias sobre violaciones a los derechos humanos de jóvenes y campesinos durante esa época, pero también sobre muchos otros aspectos de su forma de ejercer el poder.
Si, aun para mí, que he procurado estar informada y atenta a la historia patria, que viví la experiencia de visitar a mis abuelos maternos en Santo Domingo de Chontales, desde mi primer año, hasta los 15, cuando la guerra con la «contra» lo hizo imposible y que escuché testimonios estremecedores de viva voz de familiares, vecinos y amigos sobre las violaciones a los derechos humanos, me costó asimilar toda esa información, me imagino lo imposible que fue para muchos de los jóvenes que se lanzaron a la calle en abril, motivados por un impulso humanitario, vislumbrar el potencial de brutalidad del régimen y escapar así de una muerte innecesaria. ¡No tenían cómo! Venían en muchos casos de familias sandinistas que solo habían cultivado el mito. Pero también venían de una sociedad que, entre otras falencias, no logró organizar un verdadero proceso de reconciliación y justicia y que más bien concedió varias amnistías como recurso de impunidad; que se hizo de la vista gorda cuando los excontras empezaron a morir en el campo, bajo el argumento de ser «bandoleros» rearmados, y que a partir de los 90 vio convertirse a muchos de los responsables de la censura, el ocultamiento de información, y la construcción de una narrativa alterna sobre la revolución sandinista, en figuras influyentes de la opinión pública, gracias a su participación en medios, organizaciones de investigación, defensa de derechos humanos, ONG nacionales e internacionales, entre otras. Y más recientemente en figuras relevantes de la oposición formalizada.
Es obvio que, restando otros factores, todos podemos «equivocarnos». Por jóvenes e inexpertos, por idealistas apasionados, por faltos de información, por cegados ideológicamente; pero cuando ya han pasado dos décadas y ha ocurrido lo que ocurrió en abril, no basta con decir: «Yo critiqué a los ´otros´, yo los vengo señalando con el dedo, yo me salí hace rato» (la mayoría después de la pérdida electoral), o simplemente: «Adiós, muchachos».
Se trata de empezar por uno mismo. Si querés ocupar espacios públicos, dando un paso al frente y asumiendo tu corresponsabilidad y errores, para después escuchar el veredicto de una validación, lo cual imagino requiere muchísimo valor y humildad. O si no, haciendo tu aporte desde tu esfera privada o el ámbito que te hayás ganado, pero sin ocupar liderazgos relevantes en espacios que están enfrentados a la dura tarea de lograr consenso en una sociedad rota por la desconfianza, y sin pretender convertirte en vanguardia de nada.
No descarto que dentro de las voces críticas de la ansiada unidad también haya propagandistas oficiosos del régimen, pero a esos es fácil verles las plumas. Volvamos por donde empezamos: existe, con sobradas razones, una enorme y profunda desconfianza hacia los actores políticos que han copado los espacios de la oposición formalizada y eso no es culpa de los llamados divisionistas, «puros e iluminados», como quieren hacernos creer quienes no quieren escarbar nada del pasado, personal o social. De aquellos que buscan las soluciones mágicas, voluntaristas, fáciles y rápidas. Al contrario, con tanta barbaridad histórica, pasada y presente quizás nos hace falta un poco de pureza y perfección como estándares. Para ir a fondo de las causas, para revisar todo lo que haya que revisar, para incorporar nuevas miradas. Tal vez así dejamos de hacer lo mismo, para no seguir logrando lo mismo.