Tormento e ironía en Un mundo maravilloso
Con pulso adolorido, el nicaragüense Roberto Carlos Pérez asume el difícil reto de encarnar la psiquis perturbada de su compatriota, el poeta F. No cabe duda de que Roberto Carlos acertó al elegir el monólogo interior, el soliloquio, para recorrer, sin prisa, los últimos momentos de un escritor cuyo inmenso talento literario le había labrado, en pocos años, una sólida reputación, considerándosele una de las voces más sobresalientes de su generación. Elogio poco común que nos dice mucho, sobre todo en una tierra como Nicaragua, que ha dado a la lengua española escritores de la talla de Rubén Darío, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos, Claribel Alegría y Ernesto Cardenal. Víctima de la orfandad desde el momento mismo de su nacimiento, F. crece entre latigazos y ofensas de una mujer que apenas le da pan y techo para subsistir en un Hogar de Acogida durante la Guerra de los Contras. Infame escenario para cualquier ser humano y peor aún para quien tuvo el talento y la sensibilidad de este escritor nicaragüense.
El libro Un mundo maravilloso, pleno de tormento e ironía, debe leerlo todo aquel que haya auspiciado por codicia, participado como aliado y sobrevivido los horrores y desastres de una guerra, no importa el escenario. Las consecuencias de agitar el odio y empuñar un arma son inexcusablemente trágicas. Hoy acerco mi voz a la de quienes, como Roberto Carlos, otra víctima inocente de la guerra, abatidos han gritado ¡Nunca más!