Tradiciones políticas y el fetichismo de la unidad
Bonifacio Miranda Bengoechea
Dictadura y tradiciones políticas
En el siglo XX, después del largo periodo de caos que se originó con el derrocamiento de Zelaya y la intervención militar directa de Estados Unidos, la dictadura del desconocido Somoza García logró finalmente consolidarse por un acuerdo bipartidista entre liberales y conservadores. El temor a las continuas guerras civiles condujo a reforzar los pactos y las negociaciones de cúpulas, que han marcado profundamente nuestras tradiciones políticas.
Durante más de 40 años, con muchos roces sangrientos, la dictadura somocista, aprovechando el boom económico de la postguerra, calmó las inquietudes del gran capital. Las constituciones del somocismo (1939, 1948, 1950 y 1974) institucionalizaron de manera progresiva la repartición de cargos públicos. No había necesidad de lucha política, ni de formar dirigentes políticos, todo se negociaba entre los notables de ambos partidos. Ese corporativismo político terminó destruyendo al Partido Conservador de Nicaragua (PCN). Coronel Urtecho, en sus “charlas al sector privado”, alertó en 1974 que el somocismo había cambiado la cultura y las tradiciones políticas de Nicaragua.
La revolución de 1979 pretendió acabar con el bipartidismo y el corporativismo, pero rápidamente degeneró en un régimen totalitario. Las viejas tradiciones resurgieron gradualmente en el interregno (1990-2006), hasta que se produjo un salto de calidad en 2007 cuando Daniel Ortega recuperó el control del poder ejecutivo, e inició un acelerado proceso de centralización del poder político.
Lo primero que hizo fue reunirse en el INCAE con el gran capital, para discutir las nuevas reglas del juego. Ortega utilizó la misma táctica de Somoza, de otorgar concesiones económicas al gran capital, mientras consolidaba su dictadura, al grado de incluir en la reforma constitucional del 2014 “el diálogo permanente en la búsqueda de consensos”. Ya no era un corporativismo que asimilaba al partido opositor, sino que fue establecido directamente con el gran capital. Este ya no necesitaba intermediarios.
Entonces, en el último siglo ocurrió que el gran capital no peleó ni defendió la institucionalidad democrática para resolver las diferentes contradicciones, sencillamente prefirieron sentarse a negociar con la dictadura del momento. Esta actitud de las elites económicas incidió directamente en el comportamiento de los grupos o partidos políticos: no hay debates de sus propuestas en público, no forman liderazgos con base a los principios democráticos que juran defender, sino que el eje de su actividad se reduce a acumular cierta fuerza para terminar negociando cuotas de poder.
Las experiencias de unidad de la oposición
En 1990, bajo el contexto de la interminable guerra civil y de la hiperinflación más alta del mundo, la UNO con la candidatura de Violeta Barrios de Chamorro, logró ganar las elecciones y asestar la primera derrota electoral al FSLN. En realidad, este triunfo electoral fue posible por la combinación de circunstancias excepcionales, que probablemente no se repetirán. La unidad de la oposición fue apenas uno de esos elementos, no el determinante.
Desde entonces ha calado en la conciencia colectiva el mito de la unidad como llave de la victoria. Sin embargo, no ocurrió así en 1996, cuando Arnoldo Alemán, candidato del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), con un agresivo discurso que exacerbaba la frustración social y el resentimiento contra el FSLN, creó una pequeña alianza de pequeños partidos de corte liberal, se presentó como única alternativa para evitar el retorno del sandinismo al poder, y ganó abrumadoramente las elecciones contra el FSLN y otros 25 partidos políticos.
Una vez en la oposición, las corrientes del liberalismo han utilizado la estratagema electoral de la unidad para captar votos, y no necesariamente para derrotar al gran adversario con el cual pactaron en diversos momentos y circunstancias. Todavía escuchamos las recriminaciones mutuas entre liberales, de que la división facilitó el retorno de Ortega al poder ejecutivo. En realidad, intervinieron muchos factores, uno de ellos, que casi no se menciona, fue que el gran capital llegó a acuerdos previos con el FSLN y dejó de financiar a las dos corrientes del liberalismo.
El escudo protector de la unidad
No es una casualidad que los grupos de oposición clamen por la unidad. Es un mecanismo de compensación de las debilidades políticas de algunos liderazgos, pero también sirve para ocultar bajo la alfombra la ausencia de programas políticos y propuestas transformadoras que cautiven a la mayoría de los votantes.
Por diferentes causas, los grupos de oposición han abandonado gradualmente las reivindicaciones democráticas de abril del 2018, y se están adaptando lentamente al statu quo que la dictadura logró restablecer. Han perdido la brújula y por eso, de manera consciente o insconciente, reproducen las viejas tradiciones políticas y se aferran desesperadamente a la unidad como tabla de salvación
Indudablemente, la situación de la oposición es difícil y compleja. Ante las dificultades reales, predomina la idea más simple: juntarnos todos, como en 1990, para derrotar a la dictadura. El fetichismo de la unidad se ha convertido en el gran paradigma. Evidentemente que, en un proceso electoral, una coalición electoral unitaria atractiva puede ser determinante: la sumatoria de votos puede dar la victoria.
Sin embargo, el problema central es cómo, con qué política, con quienes y con qué discurso se logra reagrupar a la mayoría de la nación, contra la dictadura que oprime a la nacion.
La carreta delante de los bueyes
El proyecto de la Coalición Nacional (CN) se debate entre la vida y la muerte, afectada por el virus de las viejas tradiciones políticas. La CN ha sido proclamada en dos ocasiones, enero y febrero del 2020, pero no avanza y sufre continuos desgarramientos.
Fue una decisión prematura porque fue proclamada año y medio antes del proceso electoral del 2021 (la oposición abandonó la demanda de elecciones anticipadas), sin tener claro bajo qué condiciones se producirán las elecciones.
Una vez más, se ha colocado la carreta delante de los bueyes. Antes que constituir una alianza electoral se debió construir un frente o bloque común por la restitución de los derechos y libertades democráticas (que incluye, por supuesto, la libertad de los presos políticos y el retorno seguro de los exiliados), como primer paso para forzar a la dictadura a aprobar una sustancial reforma electoral, teniendo como base la propuesta unitaria que se presentó a la nación y a la comunidad internacional el pasado 12 de diciembre del 2019.
En esta lucha por la restauración plena de las libertades, sabremos quien es quien. Las alianzas electorales son posibles entre fuerzas políticas que tienen mínimamente objetivos comunes. Es imposible lograr la unidad de toda la oposición, porque hay grupos y partidos políticos que tienen intereses particulares que no necesariamente coinciden, por ejemplo, con los grupos que si luchan por la democratización real de Nicaragua.
No se puede definir estructuras internas de la Coalición Nacional, mecanismos de toma de decisiones, elección de candidatos, etc, sin antes existir acuerdos comunes sobre como deben realizarse los cambios democráticos que demanda el pueblo de Nicaragua. No nos referimos a los acuerdos en el papel, sino al comportamiento político cotidiano de los diversos actores.
Y en este punto probablemente existan muchos desacuerdos. Una vez que se logran acuerdos políticos, fácilmente se definen las estructuras organizativas que no son más que mecanismos de coordinación a la hora de la campaña electoral.
Pero, como se puede observar, es probable que existan varias coaliciones electorales. Un aspecto que no debemos olvidar es que la pandemia puede acelerar la crisis de la dictadura, y por ello debemos tener despejadas las perspectivas.