Tres ensayos sobre Carlos Perezalonso
Anastasio Lovo
Revista Abril presenta, en la forma de una breve antología preparada por Madeline Mendieta y tres ensayos de Anastasio Lovo, un homenaje al poeta nicaragüense Carlos Perezalonso, recientemente fallecido. Perezalonso nació en León, Nicaragua, en 1943. Abogado y administrador de empresas además de escritor, fue un destacado exponente de la llamada Generación de los sesenta. Obtuvo el premio Joaquín Pasos de poesía en 1970. Entre sus libros destacan: Nosotros tres (1960, publicado posteriormente como Variaciones del estupor); El otro rostro (1972); Vida, el sol (1978); Cegua de la noche (1990); Orígenes y exilios, 1992-1998 (2001); Estancias y otras consignaciones (2005); Ocaso del tránsito (2009); El jardín de la cuchilla (2014) y Cancionero del tiempo (2019). Fundador de la Fundación Casa de Poetas. En 2014, ganó el VI Concurso de cuento infantil que promueve Libros para niños, con el cuento “El duende del bosque de la Memoria”.
Carlos Perezalonso o la muerte de la retórica
I
La obra de Carlos Perezalonso (León, 1943) se caracteriza por ser una asombrosa combinatoria de emoción estética y pasión vital, expresada en textos logrados como piezas de orfebrería deslumbrante. Pero una orfebrería propia que alcanza hasta para la muerte de la retórica. Carlos Perezalonso en el imaginario de sus pasiones, en su captación del paisaje, en su mitificación de los objetos, en la conceptualización de su experiencia vital y cultural, escribe con autenticidad poética en una isla particular que la retórica no pudo tocar. O es tal el magisterio de su escritura que aquélla no se percibe y desaparece como los fantasmas que habitan sus poemas.
Carlos Perezalonso ha publicado El Otro Rostro (Cardenal, Managua, 1971), Vida y Sol (El Pez y la Serpiente, Managua, 1976). Dos ediciones malogradas: la primera destruida por el terremoto de 1972 y la segunda incinerada en la quema del diario La Prensa cuando la bombardeó la aviación de Somoza. Los poemas de estos libros no sé si estarán irremisiblemente perdidos, lo que sería una lástima dada la alta calidad de esta poesía.
Esta primera parte nace de básicamente la lectura de dos joyas de Carlos Perezalonso: Cegua de la Noche (Dolmen, México D.F., 1990) y Orígenes y Exilios (Lis, San Salvador, sin año de edición). En Cegua de la Noche, Perezalonso logra hacer de un animal mítico -y como todo mito, ominoso y seductor- como la cegua, un símbolo inquietante de la vida como poesía. A partir de este símbolo Perezalonso articula su pasión por la vida, por el amor, por el festum, por la poesía, por la amistad, toreando con verónicas impecables a la muerte, enfrentando éste otro gran mito abductor. La muerte, ese lugar donde todas las significaciones desaparecen dentro de ese agujero negro (black hole) llamado sinsentido o absurdo, pero cuya existencia es la que posibilita la semiosis.
Pero una característica de la dinámica establecida entre el texto y la realidad en la poesía de Carlos Perezalonso, la percibimos como un ir desde afuera (la realidad) hacia adentro del hablante lírico (poeta) y de nuevo hacia fuera, pero ya convertido en un objeto estético. Textos soberbios como Marpessa, a propósito del erotismo femenino o poemas espléndidos y trascendentes como ¿Mueren los pájaros?, dedicado a Juan Aburto, y Sí mueren los pájaros, donde se nos relata la muerte del cuentista nicaragüense en México. Como ustedes no saben a Juan Aburto, fundador del cuento urbano en Nicaragua y uno de los narradores nicaragüenses de excelencia, le sobrevino la muerte en el D.F. acompañado por dos de sus amigos entrañables y de sus poetas más preciados: Carlos Perezalonso y Napoleón Fuentes.
En un poema como Oración del Disidente de eximia calidad, referido a un tiempo prehispánico que se cruza con un tiempo contemporáneo -probablemente en la región más transparente- la apropiación, digestión y expresión de la realidad, se produce cuando al final uno se da cuenta que lo agonal se está tejiendo entre el poder sagrado, el lenguaje y la poesía, otras dos formas sacramentales del ser. Pero todo ello sin retórica, únicamente sometidos estos elementos, al ritual de la elegancia de las bellas formas y mejores maneras de decir. O en El Apestado donde la cotidianeidad de parejas consumidas por el desgaste y en pleno desamor, son expresadas de manera magistral por Perezalonso. A conocimiento de causa relevo de pruebas.
Creo necesario mencionar en este apropiarse de la realidad y expresarla en objetos estéticos contundentes, la última sección de Cegua de la Noche, que bajo el título Santuarios presenta la ritualización de nuevos mitos derivados de la cosmogonía maya, en un tiempo sacro y con una palabra inspirada en su belleza por los dioses de nuestros ancestros. Son poemas que podríamos torpemente calificar como indigenistas, pero este concepto más bien empobrece lo logrado por Perezalonso. Carlos dota de voz e imagen a la poética de una realidad prehispánica posible, realizando poemas soberbios como La Monarca, donde además de estos tiempos virtualmente encontrados, su sustancia elemental apunta a despejar la gran incógnita que el ser ha tejido alrededor del amor y la muerte.
En Orígenes y Exilios el sentido del viaje ha variado. Perezalonso es un poeta viajero su residencia vital se ha tejido entre México DF., Italia, Guatemala, San Salvador, Managua. Las maletas de Carlos Perezalonso nunca han descansado. Ese ha sido el destino que se ha dibujado como una carta de Tarot. Pero como les decía Orígenes y Exilio, se estructura por un viaje que parte del interior hacia lo exterior, lo que se expresa es el ser de un poeta vital, lo ontológico con toda su potencia heideggeriana.
Se cuentan los Orígenes, se ajustan cuentas con manes familiares, se relatan terribles tormentas de Arena, se convoca a la familia, al amor, al matrimonio, al dolor por la pérdida de su hijo, Fernando, pero todo está hecho y dicho con una de las voces más íntimas y auténticas con que nuestra poesía ha cantado. He allí donde yo veo la muerte de la retórica.
Se relatan los Exilios como una aventura de ser también desde aquella perspectiva de los lestrigones de Kavafis. El paisaje, las circunstancias, los personajes pese a tener una concreción real aquí parten del buen decir de Carlos Perezalonso. Y esta ontología de Carlos arroja luz y sombra. Vida y muerte, amor y desamor, dolor y alegría. Pero no como categorías, conceptos o lugares comunes, sino que iluminadas y a la vez, ensombrecidas por el estro originalísimo de Carlos, que las transmuta en palabras que perdurarán en el tiempo.
No dejo de anotar, en esta breve presentación que lo agonal de Carlos, pese a ser un enamorado platónico de la muerte, su gran desafío siempre es el lenguaje y la belleza del lenguaje o sea esa condensación que se suele llamar poesía.
El libro Orígenes y Exilio se organiza en seis secciones: Orígenes, Campos de Pluma (gongorinamente dedicado al amor), Libro de Fernando y Poetario. Este poemario es una obra acabada, una lección del mester de poetería, ese nuevo mester inaugurado por Carlos, en un país donde el menor de nuestros poetas sería Premio Nacional en cualquier país que no sea Nicaragua.
Les confieso que me impactó hasta la emoción profunda, no melodramática ni peripatética, Libro de Fernando, donde expresa el dolor por la pérdida de su hijo. En el texto referido, este agnóstico heideggeriano encuentra a Dios en su dolor y construye esta sección que es un verdadero salmo con toda la potencia humana que tuvo David para comunicarse con Yahvé. Pero el Señor puso el llanto en mis ojos./ El me dio la fuerza/ y la honestidad para llorar.
En esta sucinta lectura de la obra poética de Carlos Perezalonso, no puedo obviar la magnífica colección de textos reunidos bajo el título de Estancias y otras consignaciones (Colección las dos orillas, Editorial Delgado, San Salvador, 2006) y que el Maestro David Escobar Galindo, poeta y humanista salvadoreño, con palabras de soberbio vuelo y profunda mirada, la presenta así: “La poesía de Carlos es un doble tributo: a la esencia y a la cotidianidad. A la cotidianidad de la esencia. El poeta está provisto de todos los materiales e instrumentos para desarrollar su arte superior, y de pronto mira hacia los paisajes urbanos y humanos que le rodean, y pone todo lo suyo al servicio de esa función serenamente redentora de lo real. La poesía fluye entonces, entre luces y sombras, como siempre. El poeta retrata lo vivido, y así lo convierte en imaginado.
Su palabra es espontánea de tan conocida. Trascendental de tan inmediata. Uno se encariña con los versos de Carlos porque dicen lo que queremos decir, y así reverencian las virtudes sagradas del minuto que pasa.
Por estas estancias se ven pasar, al trasluz, las experiencias y las vivencias del recolector de imágenes. Desde las camisas tendidas en el alambre hasta la indescifrable actividad de los muertos. Alrededor, la luz de una conciencia que no se cansa de reconocerse entre las cosas. Y, de repente, campanas. El poeta se interroga a sí mismo: ¿Adónde íbamos, Señor?
Agradezcamos esta poesía que se deja vivir y convivir. Entendámonos con el poeta, en el convivio de los días trasegados en estampas vivientes. Y que el libro abierto transite por los lugares preferidos de la casa, para estar a tiempo cuando el lector entusiasta quiera hacerle cualquier pregunta.”
II
Los temas sobre los cuales los poetas urden sus textos son muy pocos: el amor, la vida, la muerte, el erotismo, el tiempo, el poder, la guerra, la angustia existencial, la miseria humana, la política, la libertad y la poesía. Carlos Perezalonso como buen hijo de Safo (la griega) y de Horacio (el latino nacido en Venusia), teje y desteje en sus poemas los temas del amor/ desamor, la finitud del ser y el tiempo, la muerte, la sensualidad de las mujeres, las frutas o el paisaje. Esa es la materia, entregada en las más bellas formas poéticas, que encontramos en este reciente poemario de Carlos Perezalonso intitulado Ocaso en El Tránsito, compuesto de 58 poemas divididos en cinco secciones I Reencuentros, II Ciudad bajo los árboles, III Poliedro, IV Instantáneas y V Tiangue.
No puedo obviar la ambigüedad semántica que desde el título nos plantea el autor: Ocaso en El Tránsito, denotativamente significa atardecer en un lugar llamado El Tránsito (una playa de la costa del Pacífico en León de Nicaragua); y connotativamente, no deja de significar el ocaso de una vida en tránsito hacía lo desconocido. Desde esta ambigüedad sémica, CPA va a producir, una polisemia caracterizada por belleza formal, por efectividad comunicativa, por una capacidad de entregarnos imágenes perdurables a través de metros, ritmos y tropos, para lograr la condensación de una escritura significativa, espléndida y trascendente en nuestra poesía española contemporánea.
La sección I Reencuentros se abre con Ardor de Salinas Grandes, toda una evocación íntima del yo del hablante en la imagen de una adolescente corriendo por la playa de Salinas Grande, excitado, vigoroso, exultante, desplazándose en el viento hasta la placentera punzada en la ingle que nos recuerda los límites de las fuerzas corporales y los de la materia humana. Luego el hablante lírico visita el lago Xolotlán para descubrir desde una curiosa perspectiva neorrealista y fellinesca, el erotismo, el voyeurismo, la sensualidad, lo misterioso-ctónico (Hécate) más la belleza del paisaje. En los textos Me auxilio de la muerte y en Notas al rescate se realiza el reencuentro con Thanatos, quien siempre marca los límites de nuestra existencia. La muerte será un horizonte siempre presente en este Ocaso en El Tránsito, donde la línea definitiva no lo marca el sol moribundo ni la conjunción de cielo mar, sino Thanatos.
Una otra forma de aparición de la muerte es cuando se alude al desamor en la pareja, esa manera de matar al amor que poseemos los seres humanos regidos por el tiempo. Éste es el motivo central del poema que dona el título al libro Ocaso en El Tránsito, en el texto a través de un juego de espejos hechos de tiempo, se objetiviza el eterno retorno de la rueda de la fortuna que sólo tiene dos casillas a ser marcadas por la aguja, el amor y el desamor. Cito de ese poema estos versos memorables por su encabalgamiento e imágenes poderosas: “En el herrumbroso pasado/ se desgrana el amor./ En canciones/ que llegan del fondo de una vieja cantina;/ en la memoria de aquellos pecados ahora/ secos como higos deshidratados.”/
También hay una virgiliana evocación de la madre frente al mar esperando que éste regrese el cuerpo de Palinuro, inspirada en una imagen real post maremoto del Pacífico de Nicaragua, donde una madre nicaragüense asumió la misma pose y el mismo dolor frente a Neptuno devorador de hombres que solo lanza a las rocas agua y espumas. Se alude una vez más al problema capital del tiempo en un eterno y recurrente batir de un mar que retorna sin frutos de amor para ser sepultado. Marca una circularidad del tiempo para indicarnos la apertura mítica del texto.
Este heraclitano fluir se transformará poderosamente en un León mítico y legendario cuyo tiempo lo marcan sus alcaravanes (Tríptico con Alcaravanes). Un lugar de calores y luz empozada que nos recuerda a Comala donde tiempo y poesía se fundirán como las sombras de los perros, mientras el reloj-animal de los alcaravanes mide la existencia: “Medimos nuestras vidas entre cacareos de alcaravanes”.
En Atardeciendo con Horacio, Carlos Perezalonso el más latino de nuestros poetas hace atardecer con él y en él a Horacio Quinto Flaco. Apropiándose como nadie de la manera de poetizar de Horacio, imbuido de su métrica y desechando su retórica, dialoga con Salomón de la Selva para negar el aserto de éste: Horacio no era sentimental para asegurarnos que Horacio sí era sentimental. En este poema CPA logra una de las imágenes más elásticas, dilatadas del mismo viento hecho tiempo. “Veo al suave viento de marzo/ abrillantar la hierba, mecerla aleve, / aplastarla con cuidado/ como si fueran las pisadas descalzas/ de una muchacha que se acerca en la sombra, / pascitur et dulce et tenebris.” La aliteración fónica de eses o sonidos similares hacen presente al viento suave en esta estrofa de cierre magistral.
En Darío en Mallorca ocurre que el drama del hablante se transfiere a la dramática vida de Darío como símbolo holístico de la áspera existencia de casi todos los poetas. Se realiza una identificación traslaticia, un vaciarse, una transferencia de fondos poéticos y sentimentales que terminan apelando al magnífico Yavé, llamado Alguien con mayúscula en el texto, quien opera como el gran dador de sentido a nuestra trascendencia. Y pese a la paz espiritual de La Cartuja Darío y el hablante saben que inevitablemente regresarán “a Barcelona/ al pan duro y al vino/ del Marqués de Bradomín”.
Ya instalado en el reencuentro con la trascendencia CPA nos entrega su Poema vergüenza para Julio Cabrales, donde vemos surgir diáfanas, puras y sentidas la locura, la muerte, la falta de identidad, la confusión de identidades por parte del amigo hermano que lo confunde con un gringo a quien desea cuidarle su auto por unas cuantas monedas. En este texto CPA expone al viento las dolorosas entrañas de los seres que hacen poesía más la inevitable vergüenza de morir ni siquiera auxiliado por la locura salvífica de Julio.
En la II sección Ciudad bajo los árboles el hablante nos entrega un poema extraordinario que canta a nuestra amada Managua. Un poema desgarrado como la ciudad. Cuatro movimientos nos entregan la belleza trágica de una ciudad tantas veces abatida y resurrecta. La perspectiva es cenital. Desde una perspectiva de picado se nos entrega una imagen de una Managua cuyo descoyuntamiento urbano nos impide verla. Viviendo en esta Managua, el barrio por decir el árbol nos impide ver el bosque.
Pero la Managua de Carlos se sufre, se siente, se huele, se ve, se incendia, se quema como Troya. Un poema mítico como son los grandes poemas que implican un viaje. Los regresos a Ítaca de Homero o de Constantino Kavafis. Más el problema del tiempo ahora convertido en silencio. Los silencios significativos que hacen a la poesía tanto como las palabras tal como nos enseñó en Un coup de dés, Stephane Mallarmé y que Octavio Paz hace relucir en aquella otra máquina de significaciones que tituló Blanco. Un golpe de dados sobre el verde mantel vegetal de una Managua inasible que solo la visión de CPA para nuestro regocijo ha podido capturar. “Una ciudad junto a un lago oscuro, / desintegrada en una vasta llanura, / como el recio escupitajo de un borracho/ en el pavimento.”
En la III sección Poliedro (nueve poemas) se presentan distintas facetas de la aventura humana con la más alta poesía con que se pueda cantar un viaje inmóvil desde una casa en pleno habitar el desamor: “Y la casa es un vagón de tercera clase/ desordenado por todos los que entran/ y salen sin decir adiós.” O tener estas visiones dignas de Landrú o Barbazul durante La Madrugada en New York: “Sobre la cama estrecha/ la maestra española duerme, / saca la blanquísima pierna entre las sábanas. / Su cabellera esparcida en la almohada/ es sangre negra que brota de su cráneo.”
En la IV intitulada Instantáneas (17 poemas) la escritura se convierte en una lente fotográfica para captar al tiempo muerto, las imágenes muertas y a la muerte misma como en el prosema Identidades. Pese a lo denotativo de la fotografía que supuestamente nos muestra la cosa en sí, Perezalonso logra distanciarnos a base de una fina ironía epigramática que en este caso lo acerca más a Catulo que a Marcial y lo distancia también del Horacio epódico pero no del satírico. Así en Proclama leemos: ¡Que nadie toque esta ira! / ¡Ni esta pasión, / ni este desordenado amar! / ¡Que nadie interrumpa este dulce furor, / origen y fin de todos los amores! / ¡Que ninguna mujer lea esta proclama!”
En Tiangue se llega a la sensualidad de las frutas, a una espléndida captación fina y oriental próxima a los hai kus, de la belleza de los frutos, la sensualidad de los mercados, sus olores, sus sudores, sus sonidos y sus abejas y moscardones. Así como de la Yuca se puede decir: “soterradas piernas de mujer que se desviste y muestra, / con silvestre pudor, su blancura.”
Frente a esta belleza encontramos lo teratológico y alienígena de los frutos de la tierra en Jengibre: “En el canasto, un tumulto de pequeños monstruos/ de insinuadas formas: silenciosa y quieta orgía, / aroma y sabores de lejanos y extraños mundos/ que se esconden.”
Esta sección se cierra magistralmente con el buen uso del habla nicaragüense haciendo un homenaje a nuestra sonora y socorrida y metafísica letra Ch… De chunches, chechereques y chunchereques en una prosa prodigiosa, donde brilla la empuñadura de plata del bastón señorial de Don Fernando Silva o la copa amical del siempre amado Juan Aburto. Me refiero al Sainete del viejo curioso, toda una delicia del poder chinfónico de la escritura nicaragüense.
Pero Carlos Perezalonso es más que este texto que tengo el alto honor de prologar. Y este texto siempre será más en su polisemia que cualquier lectura que podamos hacer; tal es su riqueza. Así como CPA es una rica fiesta para sus amigos, una pasión para sus amores, un jolgorio para el mismo carnaval y un corazón generoso que se ofrece con la belleza sempiterna de su poesía.
Anastasio Lovo
Managua, 05-10-04
Y Managua, 12-10-09
EPÍLOGO
[…] –Tiempo, ¿dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tú que no existes?
La canción del espacio
Alfonso Cortés
Carlos Perezalonso o el tiempo que canta
Cancionero del tiempo (Editorial Tesoro, León 2019) es el más reciente libro de Carlos Perezalonso (León, 1943-León 20 de agosto de 2020)) y como dicen los porteños de Carlitos Gardel, también este Carlos cada día canta mejor. Cancionero del tiempo es un libro extraordinario en la poesía nicaragüense donde sabemos no es fácil colocar una clepsidra que asombre poéticamente, satisfaga estéticamente y posea la potencia de perdurabilidad que solo encontramos en un clásico. Cancionero del tiempo para mí, cumple cabalmente con ser esa clepsidra.
Carlos Perezalonso es un auténtico poeta de la vida que ha pulsado con pasión, pensamiento, placer, dolor y belleza, los avatares de su existencia. De eso nos queda testimonio en toda su obra literaria, donde la disección de su mirada sobre seres, espacio y tiempo ha sido una constante evidenciada en su singular capacidad de poetizar/cantar.
Pero en este texto, Cancionero del tiempo, se canta al tiempo como el fluir del ser humano en el espacio, lo que hace derivar a este libro en toda una ontología poética sin precedentes en nuestras letras. El poeta nos hace sentir que es el mismo tiempo quien canta. El poeta que canta es el tiempo por interpósita voz de Carlos Perezalonso.
Un tiempo fluyendo en el espacio y cantando; un espacio fluyendo en el tiempo y cantando. Cantando en un dolce stil novo, que sorbe el vino de amor de una fuente castalia y la convierte en la fontana de Las Cuchillas; que da los gratos bocados del banquete de la vida y los convierte en ágape, eros, festum y carnaval; pero en oposición semántica, al vivir el cantor el inevitable paso del tiempo también acusa los severos mordiscos de lo perdido, el desamor, el deterioro, la enfermedad y la muerte.
Carlos Perezalonso estructura su Cancionero del tiempo como un concierto arbitrario –como el tiempo y el jazz- cuya placenta cósmica es musical. La musique avant toute choses, como le gustaba repetir a Rubén Darío esa célebre frase hija de la poética de Paul Verlaine y que Perezalonso asume tout court en este magnífico Cancionero.
El libro Cancionero del tiempo está compuesto por dos textos: 1. Cancionero del tiempo, que dona el título a la totalidad del volumen y que a su vez contiene las siguientes estructuras poético-musicales: Canto de estos días, Adagio, Coral, Arias, Rapsodia y Variaciones. 2. Sonatas en sombra, de tono elegíaco y donde el cantor erige con espléndidos versos el panteón de sus poetas amados ya idos o por levar anclas.
No debe llamarnos a engaño la palabra cancionero. No se trata de un cancionero popular como tendería a connotarse en la cultura nicaragüense donde todos conocimos los célebres Cancioneros populares de la Nicaragua de infancia y juventud. No.
Con este título, Carlos Perezalonso, el poeta nicaragüense de mayor raigambre y estro latino, alude al Cancionero de Petrarca y a los cancioneros renacentistas que eran libros de poemas que cantaban lo que siempre han cantado los poetas: el amor, la vida, la guerra, el tiempo, la muerte, la palabra, la poesía etc.
Y en el caso particular del Cancionero del tiempo de Perezalonso, es sencillamente densa y vasta su red intertextual; a lo largo del texto son innumerables las citas, apropiaciones, guiños, diálogos, burlas, ironías y complicidades a textos de Homero, Píndaro, los líricos arcaicos griegos, los autores de la tragedia griega clásica, Virgilio, Dante, Petrarca, Montale, Ungarretti, los árboles poéticos hispanos, sajones y etc.
En otros escritos críticos sobre la obra poética de Carlos Perezalonso, el Maestro Erwin Silva y este servidor, hemos descubierto y perfilado una dimensión filosófica, específicamente heideggeriana y existencialista en su decir y en su escritura. A propósito, Martin Heidegger señala que: Cantar y pensar son troncos cercanos del poetizar. Crecen del ser y se alzan hasta tocar su verdad. Y más aún porque: El ser-ahí (dasein) siempre se encuentra en un modo de su posible ser temporal.
Carlos Perezalonso, como poeta de probada autenticidad y de apego a la verdad vívida, obtenida en su comunicación con seres, naturaleza, trascendencia y cosmos, da cuenta de su paso temporal por el espacio humano, por el paisaje, por el entusiasmo emocional y la angustia interna para alzar este cancionero desde su ser hasta tocar una verdad poética irrefutable y de inefable belleza.
Jinotepe. 23 de mayo de 2019.