Tres ensayos sobre una estrategia de Noviolencia para Nicaragua

¿Es factible? ¿Es deseable? ¿Es necesaria?

Ante la parálisis y pérdida de prestigio de los grupos opositores reunidos en la hoy fracturada Coalición Nacional, proceso que es paralelo al colapso de la credibilidad de su propuesta de elecciones con y bajo la tiranía, y paralelo al vaciamiento prácticamente total de la legitimidad de esta, cobra relevancia la discusión ciudadana sobre alternativas realistas para salir de la dictadura. Los artículos aquí presentados son parte de esa conversación esencial. Constituyen un intento de aporte a la búsqueda de un camino de liberación que por primera vez en nuestra historia nos conduzca a una república democrática. No alcanzaremos esa meta siguiendo a viejas élites o a nuevas mafias. Hace falta un movimiento ciudadano autónomo, consciente, que rescate el espíritu de Abril y no pierda de vista el objetivo de construir una sociedad donde el ciudadano ejerza su soberanía. Por eso, al presentar estos breves ensayos, invitamos a nuestros lectores a participar en un debate cada vez más necesario. Dentro de los parámetros éticos de nuestra política editorial, las páginas virtuales de Abril abren sus puertas a la voz de la ciudadanía.


Hay formas de resistencia ante la violencia dictatorial


Guillermo Cortés Domínguez

<<El tiempo avanza, la dictadura se fortalece, la opción electoral se desvanece. No haypor qué esperar.>>

De manera temerosa y conformista algunas personas dicen, “no se puede, hay represión”, acerca de reactivar la resistencia pacífica ciudadana de forma organizada. Incluso lo dicen líderes de organizaciones populares, lo dicen en televisión sin ningún asomo de vergüenza. No se ha abierto para ellos la opción de que sí es posible pese a la violencia de la dictadura, solo que hay que hacerlo de otra manera, otro enfoque, otra metodología. Quizás estén atrapados en sus miedos.

Contradictoriamente, toman en cuenta la naturaleza violenta del régimen para excluirse de contribuir a reactivar la resistencia pacífica ciudadana, pero torpemente la ignoran cuando realizan algunas de sus actividades, como reuniones en Managua en los departamentos, que son abiertas, identificables, y por tanto, fácilmente perseguibles.

Tomar en cuenta la naturaleza intrínsecamente violenta del orteguismo debe llevar a adoptar posiciones de cuidado extremo en las que ninguna precaución, por exagerada que parezca, es innecesaria. Al contrario, todas las medidas son indispensables, y vale más pecar por exceso que por reduccionismo, que es lo mismo que minimizar las amenazas y peligros e irresponsablemente entregar a la gente en las fauces del orteguismo.

Ninguna actividad, nada, debe ser “a toda puerta”; absolutamente nada, porque todo, sin exclusiones, es considerado por los Ortega-Murillo un objetivo a reprimir, incluso una piñata infantil o una reunión para debatir cómo fiscalizar el uso de los 43 millones de dólares prestados por el BID a la dictadura para combatir el coronavirus. 

No hay cultura de lucha no violenta

Las organizaciones y personas tienen que desatar toda su creatividad para salir, desplazarse, tener lugares que nadie más conozca, hacer reuniones y salir de ellas sin ser vistos y realizar acciones en las calles (que no hacen porque “es peligroso”), etcétera, con altas probabilidades de éxito, bajo escrupulosos protocolos más precavidos que los de la OMS ante el Covid-19. 

Al revisar la historia contemporánea de Nicaragua encontramos situaciones de todo tipo, algunas de las cuales van cambiando mientras se transforma la sociedad. Por ejemplo, identificamos en un  pasado no tan lejano un poder desmesurado de la iglesia Católica que ha venido decreciendo; una subordinación perruna a los EE. UU.; una exclusión generalizada de los pobres; un elitismo, arribismo y corrupción de las oligarquías y grupos de poder; divisionismo, fraccionalismo, guerras fratricidas y una perversa facilidad para la violencia; mucho grito, poco diálogo; machismo y misoginia; también un espíritu de lucha casi permanentemente proclive a la rebelión armada, etcétera. No hay costumbre de lucha cívica.

La espontánea resistencia pacífica surgida con el estallido social de abril del 2018 al calor de una intensa acumulación de atropellos de todo tipo de parte de la dictadura, posiblemente se explica por un hastío de la guerra, pues las dos recientes hicieron colapsar nuestro país e hirieron de una manera profunda, dramática e irreparable a las familias, a la sociedad. 

No existe una cultura de lucha pacífica

La lucha no violenta es un fenómeno nuevo en Nicaragua. Hasta ahora aparece este formidable instrumento capaz de cambiar gobiernos autoritarios por genuinos proyectos democráticos. Por tanto, debemos aceptar que no existe una cultura de lucha pacífica, no ha contado Mahatma Gandhi con muchos seguidores por estos lares en un contexto más bien violento. 

Quizás esto explique la enorme dificultad que actualmente tiene la población para darle continuidad al estallido social de abril en un contexto terriblemente represivo. Los más de 200 muertos y miles de heridos, golpeados, lesionados, secuestrados y judicializados que ha cobrado la dictadura orteguista por el desafío popular del 2018, han dejado una profunda y lacerante huella en el alma social que está impidiendo reactivar la resistencia pacífica ciudadana de manera organizada.

Es comprensible el tremendo impacto causado por semejante represión, es comprensible el miedo y hasta terror infundido por la violencia del régimen, pero es difícil entender cómo ciertas organizaciones y también personas se empeñan en actuar como si no fuera así, por lo que pareciera que es una tarea pendiente caracterizar de manera objetiva contra qué y quiénes se lucha y actuar conforme a su naturaleza.

El tiempo avanza, la dictadura se fortalece

La dictadura obliga a tomar cuidados extremos. La guerrilla del Frente que inició en 1962 y se nutrió de la experiencia de los esfuerzos armados principalmente ocurridos desde 1959, ha desarrollado una formidable mentalidad conspirativa que a veces hace ver como tontos o infantiles a algunos de sus adversarios. 

En efecto, por lo general los luchadores azul y blanco actúan “de manera abierta”, en lo descampado (terreno libre y limpio de tropiezos, malezas y espesuras, según el DRAE), como si estuvieran en un contexto democrático, lo cual es comportarse tontamente y como en un permanente estado de inmolación, que equivale a masoquistamente ofrecerse  en bandeja de barro a las fuerzas represivas (aquí estamos, vengan por nosotros) porque pierden de vista que en el poder está un grupo guerrerista, militarista, profundamente autoritario, muy violento, además gansteril, que defiende enormes intereses económicos ilegales, decidido a retener el poder a cualquier costo, sin ningún límite de ningún tipo. 

Muchos de los derechos que establece la Constitución Política pueden ser ejercitados en una resistencia pacífica popular organizada, porque esta no requiere de ilegalidades, basta con pequeñas y sencillas acciones que forman parte de los derechos ciudadanos de los nicaragüenses, pero en todo el país, algunas simultáneas, con amplísima difusión, tan planificadas y organizadas que logren evadir la represión y realizarse. El tiempo avanza, la dictadura se fortalece, la opción electoral se desvanece. No hay por qué esperar.


Lucha violenta o lucha pacífica (primera parte)


Fernando Bárcenas

La lucha del pueblo asume connotaciones impredecibles, en función de las circunstancias. Puede ser una lucha violenta o una lucha pacífica, muy violenta o poco violenta, prolongada o fulminante, poco extendida o a nivel nacional, preferentemente en las montañas, o en las zonas urbanas. Esto no lo decide nadie. No puede decidirlo nadie.

El sandinismo hizo creer que la forma de lucha es una decisión subjetiva. El derrocamiento de Somoza muestra lo contrario, el pueblo se insurreccionó circunstancialmente con el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, pero, el sandinismo, al apropiarse del proceso, impidió el estudio correcto de ese momento de la historia nacional. Y ahora, de mala fe, se identifica superficialmente la dictadura sandinista con la lucha violenta contra Somoza, como si la forma de gobierno opresiva fuese consecuencia inevitable de tal forma de lucha. La dictadura sandinista es un fenómeno más complejo de analizar, en la que el elemento decisivo es el subjetivismo de esta organización, la estructura vertical militarizada, sin ideología, sin programa, sin vida partidaria, sin trabajo de masas…, no la forma de lucha.

La lógica y la evaluación de las formas de lucha

Alguien puede escoger la forma con que él decide luchar, pero, no puede determinar la forma que asumirá la lucha del pueblo. 

Alguien podría sugerir, por sus convicciones religiosas, cómo debería luchar el pueblo. Y tal forma, indicaría únicamente su preferencia subjetiva, producto de una opción religiosa personal. 

Pero, con una formación lógica se debería intentar descubrir cuál es la forma de la lucha de las masas que muestra ser la tendencia más probable en las circunstancias concretas; o bien, si tiene formación militar, podría señalar, técnicamente, bajo qué forma de lucha las probabilidades de éxito son mayores en las circunstancias concretas. 

Lo correcto, si se escoge a priori una forma de lucha de masas contra la dictadura actual, es que se revele el marco conceptual con que toma esa decisión a priori. Es decir, si es una preferencia caprichosa, de orden místico, religioso; si es una consideración técnica, profesional; o si es por una evaluación estadística. 

Pero, si la opinión corresponde a un proceso estrictamente lógico, entonces, habrá que descartar una escogencia a priori o independiente de las circunstancias, y reconocer que ninguna forma de lucha está excluida de antemano, porque ello depende de la conciencia del pueblo y de las circunstancias.

Lucha no violenta y religión

Cuando se habla de no violencia, prescindiendo de las circunstancias concretas, estamos frente a una opción personal, necesariamente, de carácter religioso (aunque sea inconscientemente). La influencia ideológica no presupone un proceso conscientemente racional. 

Por ejemplo, la no violencia de Gandhi corresponde a una opción religiosa que se reclama del hinduismo, que cree en la reencarnación y en el karma, del que su alma espera liberarse acatando normas sagradas de comportamiento, para fundirse con el Brahma. Gandhi decía que un no violento no es capaz, en ninguna circunstancia, de hacerle daño a un ser vivo. Preferiría morir. Sin embargo, políticamente, Gandhi no ponía énfasis en la no violencia, sino, en la resistencia a la opresión. Y prefería que –quienes no adhirieran a la creencia religiosa de la no violencia- antes que aceptasen la sumisión resistieran violentamente a la opresión. Lo peor no era la violencia por la libertad, sino, la sumisión al opresor.

Gandhi es mil veces más coherente de quienes rechazan la violencia como forma de lucha sin motivos claros de índole religioso. Porque lo hacen por otros motivos que no pueden explicar racionalmente, y porque no asumen responsablemente las consecuencias para una población que no se apropia de tal comportamiento como una forma de vida que trasciende la vida terrenal, como lo asume espiritualmente el pueblo hindú que comparte las creencias de Gandhi.

La resistencia no violenta es una forma de vida, de tal manera que el tiempo que lleve resistir es secundario. Gandhi adhirió a la lucha por la independencia de India en 1919, y la independencia se logró en 1947. En consecuencia, ocurrió en mucha mayor medida por el colapso del imperio inglés luego de la Segunda Guerra Mundial, que por el método de lucha de Gandhi.

Para el no violento ello no tiene la menor importancia porque, aunque la opresión se prolongue por uno o veinte siglos, él no tiene otra opción de comportamiento. Simplemente, no hay causa que le lleve a hacerle daño a un ser vivo y, antes de ello, prefiere morir.

Relación entre política y lucha violenta

Fuera de un motivo religioso, es absurdo escoger la no violencia como si fuese el método más eficaz para obtener el triunfo en un enfrentamiento, en cualquier circunstancia. 

Ningún país ha renunciado jamás, en ninguna época de la historia de la humanidad, al monopolio de la violencia, en instituciones estatales como la policía y el ejército. La historia, a lo largo de siglos de opresión, está marcada por la relación entre conquistadores y vencidos. En la historia contemporánea el mundo ha sido repartido por dos guerras mundiales, en que la violencia alcanzó el lanzamiento de dos bombas atómicas. Y el colonialismo, hasta nuestros días, sólo ha sido derrotado con la violencia insurreccional.  La violencia se ha convertido en ciencia militar, y los conocimientos científicos derivan de inmediato en tecnología al servicio de la mayor eficacia militar. Es más, la ciencia militar impulsa el avance tecnológico de punta, que luego se aplica en la industria destinada a producir bienes de consumo.

La política, llevada a la confrontación directa por intereses excluyentes, se convierte en lucha violenta, en la que prevalecen los recursos (en su expresión técnica, en poder de fuego, en velocidad, en información de inteligencia, en comunicaciones, en ingeniería militar, en logística), con la habilidad estratégica, la disciplina, el coraje y los entrenamientos.

Sin embargo, al origen de cualquier lucha militar se encuentran motivaciones políticas, de las cuales depende, en grado extremo, las restricciones al desarrollo de la propia violencia. Es decir, por razones políticas, buena parte de la supremacía militar podría permanecer ociosa. Esto hace que Vietnam haya podido derrotar militarmente a Estados Unidos en 1975. Porque muy raramente, en la época moderna, se puede conducir una guerra de “tierra arrasada”. Y para derrotar a Vietnam los norteamericanos hubieran tenido que matar hasta el último hombre. Vietnam resistió la muerte de 6 millones de sus combatientes, Estados Unidos enfrentó una oposición feroz de la opinión pública occidental con 60 mil muertos. En esa mayor capacidad de resistir el sufrimiento, debido a superioridad de la causa política de su lucha, es que una nación más débil construye la victoria.

El máximo de la habilidad militar consiste, no sólo en el uso experto de la ciencia de la guerra, sino, en consolidar las propias razones políticas del enfrentamiento y en debilitar las razones del adversario. Es conocida la frase: “la raíz hace sólido al árbol”. En tal sentido, las operaciones más eficaces tienen un objetivo más allá del ámbito militar y apuntan a exacerbar las contradicciones políticas del enemigo. Pero, no siempre es posible, y a menudo la lógica puramente militar se impone. En tal caso, habrá que definir objetivos estratégicos en el momento cumbre de la lucha.

Cuando la Segunda Guerra Mundial se convirtió en lucha defensiva para la Alemania nazi, sus ejércitos ya estaban derrotados por la guerra defensiva que la Unión Soviética enfrentó como guerra patria. La Unión Soviética venció a un costo de 33 millones de bajas mortales, frente a 8.5 millones de bajas para Alemania. La no violencia de Gandhi, en esas circunstancias, habría convertido a la Unión Soviética en un pueblo esclavo.

Abril, una oportunidad perdida

En abril, Ortega estaba posicionalmente derrotado, pero, nadie orientó combativamente esa enorme energía que brotó espontánea. La capacidad arrolladora de la inmensa fuerza latente se dejó escapar como el vapor de una olla de presión abierta, en marchas con vuvuzelas, chimbombas y carriolas de bebes. Esta debilidad, esta carencia, se ensalza ahora como una cualidad, como una opción que, en adelante, se identifica tontamente con una nueva forma de hacer política. El resultado ha sido un reflujo prolongado gracias al uso, de parte de Ortega, de un puñado de paramilitares. 

¿Cuál es la nueva forma de hacer política? La de los políticos tradicionales que, incapaces de una estrategia propia, acuden al abrazo asfixiante de los zancudos para ir unidos a negociar con Ortega, sin que haya cambiado la correlación de fuerzas. 

¿Qué se requiere para saber que Ortega estaba potencialmente derrotado en abril? Un dedo de frente. De pronto, se acumuló una energía apabullante contra Ortega. Y Ortega se reveló como un árbol sin raíz. Pero, esa energía no cerró las rendijas al enemigo, sino, que se echó a dormir a pierna suelta. Lo que es necesario comprender es que nadie está verdaderamente derrotado mientras conserve una mínima capacidad de luchar; y comprender que alguien arrinconado puede luchar con ferocidad, si en lugar que se le sustraiga la voluntad de luchar, se le ofrece la yugular.

Escenarios o tendencias

Las próximas elecciones deben ser vistas, estratégicamente, como fuente de contradicciones políticas. Después de ellas, el panorama estratégico habrá cambiado. ¿En qué sentido? La situación política será cualitativamente distinta. Las alianzas y las relaciones entre los sectores sociales habrán cambiado, sus perspectivas y su conciencia habrán cambiado. ¿Cuál será? Nadie lo sabe. Pero, no se puede ignorar que esa coyuntura estratégica a plazo definido producirá cambios.

¿Es el momento, entonces, de hipotizar escenarios? Esa es la forma en que proceden los norteamericanos, que a pesar de su inmensa tecnología confunden la política con la teoría administrativa. Para los norteamericanos, la acción independiente del pueblo por sus propios intereses, es siempre indeseable y, entonces, descuidan el proceso, sólo ven los productos acabados porque su estrategia corresponde a su realidad, distinta a la realidad de la nación.

Para una escuela dialéctica de la política, lo esencial es la acción de masas, por lo cual, es preferible definir tendencias porque ello permite incidir desde ahora en la marcha de los acontecimientos, es decir, en el proceso. No se deben ver las opciones como platillos en un menú, sino, como lo vería el cocinero que con los ingredientes a mano decide preparar, para sí, su mejor platillo. Él es parte del proceso.

La realidad política no se desarrolla conforme a escenarios, sino, como variantes de resultados estratégicos encadenados, como se desarrolla una partida de ajedrez. Una mezcla de análisis posicional, del balance de la capacidad distinta de las piezas en el terreno, y de la habilidad y astucia para neutralizar la estrategia del contrincante. El secreto estriba en lo que podrá hacer el pueblo, en su acción disciplinada. No depende de la acción de alguien que repasa escenarios, sino, de la conciencia y de la acción del pueblo, en ello es que se debe trabajar, porque la victoria o la derrota frente a la dictadura le concierne directamente al pueblo.

La forma de lucha depende de las circunstancias

Si alguien se arroga el derecho de decidir subjetivamente, a priori, cómo debe ser la lucha del pueblo, violenta o pacífica, una u otra de manera excluyente, debe demostrar que no es un dictador, que no trata de imponerle su gusto o una visión personal al pueblo, sino, que razonablemente esa es la forma que asumirá indefectiblemente la lucha del pueblo en cualquier circunstancia. 

Hasta ahora, quienes se inclinan por la lucha pacífica, todos dentro de la Coalición Nacional, mienten vulgarmente al afirmar que esa ha sido una decisión del pueblo. El pueblo no sólo no ha tomado decisión alguna al respecto, sino, que se desconocen las circunstancias en que tal decisión sería tomada.


Mitos y realidades de la Noviolencia
(Algunos comentarios a “Lucha violenta o lucha pacífica, parte I” de Fernando Bárcenas)


Francisco Larios

  1. Quien propone el camino de la Noviolencia no abdica el derecho a la defensa de la vida humana por medio de la violencia si es preciso. De lo contrario tendría que tolerar, por ejemplo, el asesinato de los suyos si solo quedaran medios violentos para evitarlo. Quiérase o no, a veces hay que matar para proteger la vida amenazada por un agresor: si alguien entra armado a la casa de uno, y está a punto de matar a su familia, y solo es posible impedir este crimen por medio de la violencia, uno más bien tiene la obligación de la violencia.
  1. Quien propone el camino de la Noviolencia no puede (y no busca) imponer esa estrategia al pueblo; de hecho, no tiene más alternativa que asumir la adultez del ciudadano. Esto se debe a que la acción noviolenta requiere convicción, creatividad, simultaneidad, autodisciplina, e inteligencia en la administración del riesgo. Por eso, quien propone el camino de la Noviolencia no está en condiciones de seguir el dictado de aquel maestro guerrero que aconsejaba poner al soldado en un rincón del cual este podría salir solo hacia delante, matando al enemigo. Por eso, quien propone el camino de la Noviolencia practica el respeto al ciudadano, al ser humano, a la vida. No busca imponer soluciones desde arriba, desde una autonombrada vanguardia o coalición, o desde salones inaccesibles a la gente donde el futuro de la gente es apenas moneda de cambio. Por eso, proponer la Noviolencia es buscar la autonomía de los ciudadanos, y de su movimiento, frente a élites siniestras y fracasadas.
  1. La Noviolencia no es siempre posible sin abdicar la defensa de la justicia. Si se trata, como en el caso descrito anteriormente, de una vida por otra, la justicia dicta que se impida el crimen por cualquier medio disponible; si solo la violencia lo está, la obligación del justo es emplearla.
  1. La Noviolencia no es siempre posible, depende de las circunstancias. En ocasiones el poder del opresor es tal, que optar por la Noviolencia constituye una opción irracional, es decir, una en la cual la probabilidad de éxito es prácticamente cero, y el costo esperable es muy elevado. Ejemplos indudables de esta circunstancia serían las opciones de resistencia a Stalin o Hitler, o a Fidel Castro en los años 1960 o 1970, o a la primera dictadura del FSLN, especialmente en la primera mitad de los años 1980.

    Hace falta preguntarse el porqué, aunque la respuesta (“eran dictaduras implacables”) parezca obvia, porque se trata de un ejemplo de la falsedad de lo que es aparentemente evidente: también han sido “implacables” otras dictaduras; también fueron percibidas como murallas inexpugnables, y sin embargo fue posible hacerles gran daño y hasta derribarlas por medio de estrategias de Noviolencia.

    ¿Qué tienen en común los primeros regímenes mencionados? ¿Qué tienen en común los segundos? La diferencia es el grado de fortaleza política. En el apogeo de una dictadura la estrategia de Noviolencia tiene probabilidad de triunfo cercana a cero, ya que dicha estrategia depende del apoyo amplio y profundo de la población, y si la dictadura está en su apogeo es porque retiene apoyo sustancial, por convicción o por inercia; esto crea—ya que estamos en una era de pandemia uso este término—una especie de inmunidad de rebaño que rompe la cadena de infección–en este caso, la cadena de rebelión.

    Esto explica por qué la Noviolencia de Gandhi logró arrancar a la India del Imperio Británico. El imperio aplastó la resistencia mientras pudo, sin detenerse en sutilezas, encarcelando y matando cuantas veces fue necesario. El mito del imperio amable es un constructo ideológico con tintes incluso racistas. Inglaterra no perdió el control de la India por sus buenos modales, ni por un respeto ejemplar a los derechos humanos, ni porque hubiera una relación democrática con la colonia, ni porque perder la India fuera aceptable al orgullo imperial, sino porque la guerra redujo los recursos con los que podían seguir conteniendo las aspiraciones de los indios, creando condiciones que la lucha noviolenta de Gandhi y sus seguidores agudizó y aprovechó. En otro tiempo, el resultado podría haber sido diferente. Y también hay que decirlo: lo que, visto en películas, documentales o libros, parece inevitable y fácil, fue tarea monumental, difícil, costosa, y de resultado en aquel entonces impredecible. Una vez más, lo imposible convertido en inexorable por la acción consciente de los seres humanos. 

    Razones similares explican las transformaciones que el movimiento de Martin Luther King logró en Estados Unidos. Cuando se habla de este caso, con frecuencia se dice que “fue posible porque Estados Unidos es una democracia”.  Esta es una explicación facilista y superficial, que pega lejos del blanco. Para los negros del Sur los gobiernos estatales, que en el país tienen mucha autonomía, eran auténticas dictaduras. Dictaduras, además, con amplio apoyo por las mayorías blancas, que no tuvieron escrúpulos, ni muchas restricciones legales, para aplicar violencia en contra de una minoría desarmada y sin recursos. Los retos que tuvo que afrontar la Noviolencia fueron frecuentemente mortales. La victoria, en cuanto a derechos políticos de los ciudadanos negros del Sur, necesitó de mucho esfuerzo, mucha acumulación de fuerzas y ejercicio de la protesta de manera inteligente y escalonada.
  2. Pero quizás un ejemplo más reciente que ilustra el tema sea el del derrocamiento de las dictaduras comunistas de Rusia y Europa Central, verdaderas moles totalitarias capaces por muchos años de controlar la vida de la sociedad hasta en el detalle más íntimo. Capaces, porque estaban imbuidas de una ideología cuasirreligiosa, de tratar todo pensamiento crítico como una herejía, punible esta con maldición absoluta y martirio. Quienes se enfrentaron a ellas lo hicieron desde un aislamiento que enalteció a ojos de quienes pudieron conocerlos—porque a sus propios compatriotas su existencia misma era borrosa—a un personaje nuevo en la cultura universal, el disidente, el individuo que exhibe su conciencia como único poder—y lo exhibe, quizás como en el cristianismo, desde la derrota aparente.  Derrota que al final, como en el cristianismo, muestra la existencia de una realidad alternativa, más real, a fin de cuentas, que la ilusión del poder totalitario. Con todo esto, vamos al final de la historia: todas aquellas dictaduras eternas terminaron colapsando, sin que de por medio hubiera más que movimientos de masas noviolentos, que fueron capaces de sacar a la superficie la conciencia de libertad y democracia que ya se había asentado en las mentes de los ciudadanos. La rebelión explotó, y triunfó, como culminación de un proceso de debilitamiento político de los regímenes. Lo que no hubiera sido posible en el apogeo de aquellos sistemas, fue posible—ahora dirán algunos, inevitable—por la erosión de su legitimidad. Piensen ahora en Nicaragua. 
  1. La Noviolencia no es, exclusivamente, la manifestación de una ideología religiosa. Puede ser, como la ausencia de argumentación teológica en los párrafos precedentes muestra, una opción sustentada por razones de costo y beneficio para la sociedad. Como todos los cálculos políticos, una postura así implica consideraciones éticas. Como toda acción humana, tiene lugar en un espacio de valores, y por ser la Noviolencia congruente con el respeto a la dignidad humana y a la vida misma que es parte del contenido esencial de las religiones, la fe religiosa es una reserva de fortaleza para el creyente que decide participar, sea este, por ejemplo, hindú o cristiano. Bienvenida sea esa fuente de vigor: el respeto a la dignidad humana y a la vida es un valor ético insoslayable para cualquier proyecto humanista, como la libertad política y la democracia.  
  1. La Noviolencia no es un movimiento de fatalistas, dispuestos a esperar eternamente a que las circunstancias cambien. No hay que confundir pasividad y resignación con el entendimiento de que existe un largo plazo, que es donde reside el cambio. Este “largo plazo”, no es un plazo eterno, ni siquiera es necesariamente “largo”, sino un horizonte; hay que saber construir para llegar a él; hay que dar un paso, y otro, y otro; la acumulación de pasos en su momento acelerará la llegada del momento de cambio. De hecho, esta es la visión revolucionaria de los procesos transformadores, a diferencia de golpismos o acomodamientos: avanzar tanto como permita la conciencia de cada vez más ciudadanos, hacer lo posible por que esa conciencia avance, hasta que se acumule suficiente fuerza para obtener el resultado que se persigue.
  1. ¿Cuál será el resultado final del proceso? ¿Se impondrá la lucha noviolenta, o habrá un retorno a la guerra? ¿Puedo yo, individuo, dictar el último acto del drama? Claramente, no. Nadie puede predecir la historia humana. No existe una ciencia de la predicción que pueda pasar por alto la miríada de cambios simultáneos y secuenciales que van ocurriendo, producto no solo de las condiciones iniciales del conflicto y del terreno del conflicto, sino de la creatividad humana que se mueve a través de millones de mentes y cuerpos. Sin embargo, la experiencia, la Historia, nos da pistas que conviene tener en mente, y que con frecuencia sirven más de alertas que de recetas.

    Observamos, por ejemplo, tal y como he intentado resumir, que la Noviolencia ha sido efectiva –contrario al mito que persiste en la sociedad nicaragüense – incluso en sistemas de una opresión extremadamente bien estructurada y temible.

    Observamos que en estos casos existía un desgaste político, una erosión de legitimidad, y pensamos en el vaciamiento casi total de legitimidad del régimen de Ortega y Murillo. 

    Observamos que, en la Historia de Nicaragua, la incapacidad de encontrar soluciones de fondo a las fracturas estructurales lleva tarde o temprano a la guerra, independientemente de que exista un padrino militar evidente.

    Observamos que existe en la población nicaragüense un deseo simultáneo de alcanzar la democracia y de evitar, hasta donde sea posible, la guerra. 

    Observamos que las élites nicaragüenses, las nuevas y viejas oligarquías, las viejas y nuevas ambiciones, los dueños de siempre y los recién llegados que buscan un sitio en la mesa de los dueños, continúan ignorando la voluntad de la población, continúan ciegos y sordos ante la evidencia de cambio en las mentes de los nicaragüenses. 

    Observamos, finalmente, que “el fin justifica los medios” puede ser un consejo engañoso: nótese—habrá que dejarlo para otra oportunidad—el contraste marcado de medios y fines entre dos gigantes asiáticos luchando por su liberación, más o menos en la misma época del convulso siglo XX: India y China. La historia es un camino de accidentes, pero esto no quiere decir que sea apenas un conjunto de resultados aleatorios.