Un cuento de frontera

Víctor Cuadras Andino
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Esta es una historia sobre el amor, porque de amor está hecho todo: la felicidad, el dolor y el fracaso.

Cuando creí llegar al último sitio, al final del recorrido, estaba equivocado, había más. Más por andar y vivir. Más por amar y sufrir, más dolor reservado para mí, y también profundas alegrías escondidas en un páramo de la frontera con Polonia. Ahí, con la nieve hasta los tobillos, ahí fui feliz y vi el horizonte blanco unido al cielo y parecía que caminaba entre las nubes. Aquel hombre guardaba todo en sus ojos, y me daba sin pedir. Él ignoraba su efecto; y yo fui cobarde al no explicarle que era mi remanso, mi cueva, mi playa, (…) A veces las palabras son tantas, y tan escasas, que no alcanzan a definir el golpe y el arrullo del amor. Por cobardía, y por ignorancia, no alcancé a ser lo que merecía ¿Cómo podía articular correctamente las palabras del amor? ¿Cómo darme entero, aún hecho pedazos, si nunca nadie quiso estas ruinas, si nunca había amado?  Era vacío, el cuerpo funcional de un muerto, una planta seca. Él no lo sabía, pero supo, de algún modo, encontrar el valor de esa carcasa. 

Aprehender la felicidad, como el amor, es intentar tomar entre las manos una perfecta gota de agua bajo las cataratas del Niágara. Con él lo tenía todo, lo era todo y lo perdí. Pero es que el amor implica pérdida y me tocó entenderlo a fuerza cuando crucé la línea amarilla que divide el portal de inmigración de la antesala de espera. Una simple línea de tres pulgadas de ancho se convirtió en un insondable hueco que nos separaría para siempre. Solo me quedó el último beso, el calor de un abrazo y esa terrible sensación que se produce en la garganta cuando las lágrimas se atoran en algún sitio sin nombre. 

De aquel amor sobreviven únicamente recuerdos de una mañana plena: me doy vuelta hacia la izquierda, sobre la cama, y le veo dormir. Coloco mi mano sobre su pecho y siento el «pum-pum» de su vida golpeando la caja torácica y escucho, suave, el ir y venir de su soplo. Me quedo quieto y mudo, observo sus labios y toco su carne roja, mía, por un instante.

Víctor Cuadras Andino

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