Un estado fallido
Pío Martínez
“¿Cómo le haremos para recuperar nuestro país? ¿Cómo hacemos que este territorio irreconocible vuelva a ser un país? No será fácil seguramente. Lo que es claro es que quienes se han apoderado de este territorio no lo soltarán fácilmente. No lo soltarán a través de un diálogo, tendremos que arrebatárselos a la fuerza”
«Si estoy contra la dictadura de Ortega no es únicamente porque soy demócrata y una dictadura me es en sí misma inaceptable, es también porque me preocupa profundamente el rumbo de destrucción por el que Ortega quiere llevar a nuestra sociedad y quiero evitar que se salga con la suya, por usted, por mí, por sus hijos y los míos. Como lo he dicho ya en más de una ocasión, al paso que vamos pronto no habrá país para nadie. Sí, yo sé que eso suena demasiado fuerte, demasiado alarmista, demasiado increíble, pero tengo que decírselo porque es hacia allá adonde el rumbo de mis pensamientos me lleva: si dejamos que la dictadura siga el destructivo derrotero que se ha marcado, un día va a acabar con todo, va a descomponer esta sociedad tan profundamente que la convertirá en una cosa indefinible, horrible, que ya no reconoceremos como este paisito que tanto hemos querido y que ahora mismo tenemos dificultad en reconocer. Si usted cree que eso no pasa ni pasará, que es imposible, que un país no deja de serlo para convertirse en otra cosa, despierte usted y mire a nuestro país en el espejo de Somalia, un país africano, lindo como el nuestro, con gente buena como la nuestra, que vivió un proceso igualmente auto-destructivo hasta que dejó de ser un estado y se convirtió en un territorio gobernado por bandas de hombres armados en el que cada banda controla un pedazo del territorio y mantiene bajo sus botas a la población de ese territorio, que sufre cada día los desmanes de los bandoleros. Así como vamos a nuestro país le ocurrirá lo mismo que a Somalia».
El párrafo anterior no lo escribí hoy. Es una cita de un post que escribí en mi blog contra la dictadura en noviembre de 2008, cuando advertía de lo que vendría si no deteníamos entonces a la dictadura. Léalo otra vez. Si lo escribo ahora de nuevo no es para presumir de clarividencia, no tengo vanidad, sino porque hoy me he despertado con la clara conciencia de que aquello sobre lo que entonces advertía ha ocurrido ya. Nicaragua se convirtió en un estado fallido. Mire usted a su alrededor y verá que eso que he descrito allá arriba es precisamente nuestro país ahora. En aquel momento pensaba que en el futuro que imaginaba las bandas armadas serían grupos enfrentados entre sí, no podía imaginar que serían todas obedientes al dictador, pero eso no hace mucha diferencia en realidad para aquellos que sufren sus desmanes.
En Nicaragua no hay una policía nacional. No hay un ejército nacional. Hay grupos armados, uniformados o vestidos de civil, que obedecen ciegamente a un grupo de criminales que se ha adueñado del territorio de lo que fuera nuestro país y mantiene bajo sus botas a la población de este territorio. Tenga el nombre que tenga, esa “policía” no es tal cosa, lo que ella hace no son las tareas que la policía de un estado debe hacer. Lo mismo vale para esa agrupación que se hace llamar “ejército”.
En este territorio que por costumbre seguimos llamando “Nicaragua” ya no hay justicia. Las leyes, que antes sirvieron para organizar la vida del país, para dirimir conflictos, para permitir la vida civilizada, son utilizadas ahora como instrumentos de sometimiento contra los desobedientes o los incautos, no importa si son completamente inocentes de aquello que se les acusa. Aquellos que pertenecen a las huestes del dictador y su mujer no tienen que preocuparse por obedecer ninguna ley, ellos se encuentran más allá del bien y del mal. Ellos matan, van a la vela y patean a los presentes y continúan como si nada.
Es difícil definir esto que llamamos Nicaragua. Es claro que es una dictadura pero es más, mucho más que eso y encontrar conceptos que la definan se me hace difícil. Es un país bajo el dominio de un ejército de ocupación extremadamente cruel, que odia a muerte a la población nativa y no quiere permitirle ni el menor de los derechos ni el menor signo de descontento, y trata a los habitantes sometidos como si de bestias se tratase. Como en una guerra que resulta en la ocupación de un país, el ejército que hoy nos ocupa tiene a nuestra gente como su botín y viola, mata y roba cuando lo tiene a bien.
Lo que resulta difícil de creer es que no son tropas extranjeras las que han ocupado el país. Es población local. Son nuestra misma gente. Hablan nuestro lengua del mismo modo que nosotros la hablamos, comen las mismas cosas que nosotros comemos. Viven a veces en nuestro mismo barrio. Son gentes como usted y como yo que de algún modo perverso han sido entrenadas a comportarse del modo en que lo hacen, han sido convencidas de que nosotros valemos mucho menos que ellos, de que no somos humanos.
Nicaragua ha vivido momentos de enorme división pero en mi opinión, nunca como ahora fue tan grande la división entre el ‘nosotros’ y el “ellos”. Nunca vi tanto odio como ahora. En Nicaragua no hay un parlamento, sino un remedo de uno. No hay un sistema de justicia. No hay un estado sino nada más la apariencia de uno.
¿Cómo le haremos para recuperar nuestro país? ¿Cómo hacemos que este territorio irreconocible vuelva a ser un país? No será fácil seguramente. Lo que es claro es que quienes se han apoderado de este territorio no lo soltarán fácilmente. No lo soltarán a través de un diálogo, tendremos que arrebatárselos a la fuerza.
No, no estoy diciendo que tenemos que hacer una guerra. Quienes dicen que las opciones son ‘diálogo o guerra’ son aquellos que ven en el diálogo el vehículo adecuado para transportar sus propios intereses. No hay que dejarse engañar por las dicotomías. Hay otras salidas, cuyos embriones andan ya circulando por ahí, ideas que deben ser incubadas entre todos. Nosotros somos más y la razón está de nuestro lado.
[La url del post que cito: http://contraladictadura.blogspot.com/2008/11/por-qu-elevo-mi-voz.html ]