¿Una búsqueda imposible?: el diálogo crítico en un país polarizado.
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales peruanas me ha dejado con una sensación de luto no importa cuál sea el resultado. La polarización va tomando todos los espacios y la llamada fiesta democrática parece estar llevando a un apartheid a todo aquel que se arriesgue a pensar algo con cierta complejidad y, por ello, dé indicios de tener una posición ligeramente diferente. ¿Diferente a quién? Al mismo grupo, al otro grupo, sea cual sea. Digo ligeramente, porque a veces son más los encuentros que los desencuentros. Son más los dolores que nos convocan que los que nos separan. Todo parece dar cuenta de una profunda negación de la reflexión crítica y, sobre todo, del intercambio de ideas tan necesario.
Es paradójico que en una elección cuyos lemas se han anclado principalmente en lo afectivo: “yo voto sin miedo”, “yo voto sin odio” o “yo voto por amor”, lo que justamente se ha roto son las redes afectivas que, otrora, nos sostenían. Progresivamente, voy presenciando los desencuentros dentro de las familias y grupos de amigos que comienzan a distanciarse por una decisión electoral que no se traduce necesariamente en una filiación política. No quiero ni comentar lo que he vivido y sufrido en redes sociales por pensar alguna vez en un posible diálogo que terminó perfilándose como una ingenuísima y muy dolorosa utopía.
La cultura de la cancelación de la cual vamos siendo tan afectos está en su esplendor en estos mundillos que son las redes sociales y la frustración ante la incertidumbre va evidenciando las ansias de una violencia que se ejerce “en escalera”: de arriba hacia abajo, pues se ataca a todo aquel que abra la boca, a aquel al que sabemos en una condición de vulnerabilidad o aquel sobre quien nos sentimos capaces de ejercer alguna forma de poder. Paradójicamente, perpetran la misma violencia que dicen confrontar y lo hacen con respaldo de los mismos grupos supuestamente abanderados en la lucha para combatirla. Si bien no es el objetivo detenerme ahora en este punto, considero que rastrear estas micro-violencias, con fuertes marcas sociosexuales, puede dar pistas importantes para comprender la derrota de los candidatos más progresistas en la primera vuelta.
Volviendo al tema que me ocupa, esta negación de la posibilidad de escuchar a quien piensa diferente y, sobre todo, el imperativo de silenciarlo mediante el escarnio se ha visto también en el caso de los jugadores de fútbol de la selección peruana. Si el fútbol era la promesa democrática, la promesa de la comunidad que no se había podido lograr por otros flancos; la emisión – o insinuación– de opiniones políticas por parte de los jugadores, en tanto ciudadanos que también son, ha conllevado a su rotunda descalificación. Sorprendentemente, he visto desvanecerse “amor a la camiseta” que tanta esperanza nos dio en algún momento y que tantas alegrías nos ha brindado en los momentos más duros. El “una sola fuerza” que repetimos en el partido Perú – Uruguay 2017 ha quedado perdido en el olvido. Si alguna vez pensé que en el fútbol se borraban las distancias, la polarización política ha revivido las brechas que se manifiestan, en muchos casos, con los descalificativos de clase, raza o nivel intelectual enunciados, en muchos casos, por quienes se dicen abanderados de la lucha contra el clasismo y el racismo.
Si soy honesta, no me preocupan tanto las elecciones sino lo que, como sociedad, nos está pasando. No albergo esperanza alguna en ninguno de los candidatos, aunque, de corazón, deseo lo hagan lo mejor posible en medio del gran reto que será gobernar a un país dividido, golpeado, enardecido. Espero, por el contrario, poder guardar esperanzas para una reconciliación social a nivel micro y macro, pues he vivido en carne propia la destrucción del tejido social y sé lo útiles que estas fracturas le resultan al poder. “Divide y vencerás”, decía Maquiavelo y no en balde este ha devenido el método por excelencia de los regímenes opresivos que se anclan justamente en la neutralización política del colectivo, favorecida por la polarización. Divididos resultamos incapaces de articular comunidades vigilantes y resistentes frente al poder.
A todo evento, esta negación del diálogo y de la posibilidad de ponderar críticamente los proyectos de los candidatos para consolidarnos como cuerpo social vigilante, está obviando un detalle clave. Muchos de nosotros estamos en una situación igualmente trágica, igualmente patética: debemos votar no por quien consideremos más apto o por el candidato/a con cuyas propuestas necesariamente comulguemos, sino por aquellos a quienes, trágicamente y desde nuestras particulares circunstancias, traumas y memorias (todas válidas), nos resulten menos malévolos.
Por último, seguiré siendo defensora del diálogo y confrontando la censura que algunos círculos cercanos empiezan a aupar con ligereza. Como mujer, madre y docente que ha vivido y sobrevivido a una dictadura, reitero que podrán arrebatármelo todo una y otra vez, pero jamás podrán quitarme ni la libertad de conciencia ni el derecho a pensar críticamente.