Una vez más, Mario Arana

Carlos Quinto
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«Son dos mundos diferentes y antagónicos el de la llamada Coalición y el del pueblo oprimido. Ni Arana ni sus cómplices y patrocinadores son capaces de entender (ni quieren hacerlo, ni les conviene), mucho menos capaces de representar, a un pueblo al que desprecian y manipulan para montarse sobre las luchas sociales, y sobre sus muertos, de la misma manera en que secuestraron y compraron la ´representatividad oficial´ de la oposición».

Mario Arana, presidente de AmCham y miembro como tal de la Coalición Nacional, ha hecho —una vez más— declaraciones atroces, que descalificarían a cualquiera para todo puesto público; afirmaciones despreciativas, completamente despegadas de la realidad popular, y hasta cruelmente insensibles hacia un pueblo oprimido. Estas expresiones de Arana no son lapsus ocasionales sino la manifestación repetitiva de un esquema mental.

En ellas, pronunciadas a la salida de un evento de la UPEN en Managua, Arana se felicita del incremento de las exportaciones y, en tono condescendiente, habla de la economía como si esta constituyese una esfera aparte y sacrosanta de la vida social que solo puede ser tratada por los «iniciados» y, por supuesto, sus socios dictatoriales.

Habla Arana descaradamente de «jugar el juego» con la dictadura; porque eso es, para oligarcas y testaferros, este conflicto: un juego que esperan cínicamente rentabilizar, mientras el pueblo sufre y pone los muertos.  Ni una palabra sobre justicia (aunque sí mencionó sus palabras fetiches «negociación» y «diálogo»); tampoco sobre presos, torturados, violados, asesinados, para quienes esto no es un «juego».

No, señor exministro de Economía y expresidente de Banco Central en los llamados gobiernos liberales, esto no es un juego. Es un juego para quienes disfrutan (como los «líderes» de la llamada Coalición Nacional) de la garantía de seguridad personal que proporcionan sus socios en el poder.  Es un juego para quienes viven, parrandean y viajan lujosamente del financiamiento externo, esperando roer huesos más jugosos en el futuro. Es un juego para quienes cómodamente se reúnen en salas de conferencias acondicionadas y confortables a pactar junto a oportunistas y vividores una nueva repartición del poder, y luego marchan a sus casas sin correr peligro ni riesgo alguno.

Pero no es un juego, sino una cuestión de vida o muerte, para un pueblo entero rehén de psicópatas sanguinarios. Para ellos no hay ley, ni seguridad, ni derechos, ni siquiera a la vida y a la libertad. 

Son dos mundos diferentes y antagónicos el de la llamada Coalición y el del pueblo oprimido. Ni Arana ni sus cómplices y patrocinadores son capaces de entender (ni quieren hacerlo, ni les conviene), mucho menos capaces de representar, a un pueblo al que desprecian y manipulan para montarse sobre las luchas sociales, y sobre sus muertos, de la misma manera en que secuestraron y compraron la «representatividad oficial» de la oposición.

Para ellos, el país es una empresa, un pastel a repartirse a espaldas y contra los intereses del pueblo. Son parte integrante de la dictadura y por tanto deben ser derrotados junto a ella. No pueden ni deben convertirse en la metástasis del autoritarismo para formar la nueva tiranía.