Uni-diversos: ¿se pueden unir los universos opositores?
Manuel Sandoval Cruz
La profunda crisis política que vive nuestro país nos ha dividido a tal punto que la tan anhelada unidad parece postergarse incansablemente por diferencias ideológicas que se anteponen a la imperativa y evidente solución a la crisis: solamente unidos podemos tumbar a la dictadura. Por ello, tanto dentro como fuera de Nicaragua, los antiguos modus operandi del quehacer político se vuelven praxis obligatoria entre las personas y las organizaciones que surgieron de Abril 2018. Parece que se trata de atacarnos a nosotros mismos, y no hay capacidad para abrirnos al debate y así aspirar a la unidad en base a ideas comunes.
Razón tenía el fallecido ideólogo conservador Emilio Álvarez Montalván cuando reflexionó sobre la competencia cívica y como esta le desagrada a los nicaragüenses. ¡Es cierto! No nos agrada la sana competencia que conlleva el respeto a las personas, a las ideas, al reconocimiento de la pluralidad y la diversidad misma que enriquece a las naciones, fortalece la democracia y las instituciones del Estado. Sin embargo, la herencia de nuestra cultura política se hace intergeneracional a pesar del esfuerzo actual por construir una nueva Nicaragua desde la diversidad, desde la inclusión de todos los actores, regiones y espacios de nuestro país.
Otro académico que también ha reflexionado sobre la falta de unidad es el doctor Alejandro Serrano Caldera al referirse a nuestra sociedad como ‹‹archipiélagos de islotes inconexos››. Esta comparación que define nuestro pensamiento y comportamiento político intergeneracional no es ajena a la realidad del exilio ni a la diáspora nicaragüense. También acá tenemos agentes de toda la casta geriátrica, corrupta e inmoral que nos han legado una nueva dictadura a las generaciones actuales, sin importar el sacrificio humano que nos ha costado el iniciar el principio del fin de cada tiranía.
Con profunda preocupación vemos cómo somos blanco de las constantes críticas injustificadas, asedios verbales, competencias desleales. Hay gente que cabildea para que nuestras organizaciones sean arruinadas y desplazadas de la arena política actual. Con nostalgia recuerdo cómo en los días de Abril nadie pensaba en ideologías, agendas ocultas, partidos, coaliciones o diputaciones. Vislumbrando, en el ocaso de una tarde de verano, en Camino de Oriente, León, Matagalpa y la Universidad Centroamericana, algo nuevo, algo prístino y excesivamente moral.
Hoy el exilio constituye una fuerza moral junto a las Madres de Abril y los Presos Políticos. Por eso intentan desplazarnos quienes buscan espacios, quienes subsisten del oportunismo político y reencarnan el más demagogo de los males de la región: el populismo. Un populista es quien se presenta como redentor, se victimiza y le urge llamar la atención por todos los medios por que no lograr la atención su incipiente y falsa lucha política. Una persona así es enemiga de la unidad, acérrima defensora de la verticalidad y es un instrumento de división y desacreditación que la dictadura ocupa para consolidar sus estrategias represivas contra la oposición.
El creer que la unidad se va a lograr con la imposición de una casilla, de una agenda o de intereses particulares de grupos fácticos, solo nos confirma que también nuestra lucha es en contra de un sistema hegemónico que está operando al margen de los principios éticos y morales que deberían fundaron el quehacer político, es decir, la administración del bien común. Se da por sentado hoy que la lucha se ha desvirtuado y que la apropiación de esta por los partidos u organizaciones satélites se debe a la falta de contundencia política y a la previsible propuesta de cohabitación del zancudismo con el FSLN. No es para nada equívoco el planteamiento de cohabitación que sugiere el general Humberto Ortega Saavedra cuando en nuestra Nicaragua existen vestigios de un Modelo de Diálogo y Consenso. Actores políticos presidenciables como Juan Sebastián Chamorro y Arturo Cruz Sequeira defienden esa cohabitación porque la representan: se trata de la cohabitación de las élites con la dictadura, que conlleva a una falta de ética y de responsabilidad empresarial que desde Somoza perduran en nuestro país.
Por supuesto, no debemos darle relevancia a la precandidatura de Juan Sebastián Chamorro ni a la de Arturo Cruz. Permítanme ser enfático en que no podemos optar por ninguna persona, ideología o plan de gobierno que tenga reminiscencias de esa alianza público-privada de la que formó parte Chamorro y de la que Arturo Cruz fue el eslabón clave. Aceptar este tipo de precandidaturas y considerarlas como “serias” o “importantes” resulta una traición frontal a la memoria de las víctimas que se alzaron en contra de ese sistema que esos precandidatos consolidaron felizmente antes de Abril 2018.
No debemos olvidar. No debemos tener memoria cortoplacista. Somos una nación construida bajo cimientos que ocultaron la memoria y la verdad para condenarnos a esos ciclos de “bicicleta estacionaria” y consolidar la confrontación entre nosotros mismos. La polarización actual de la sociedad nicaragüense exige que la fórmula presidencial que enfrente al FSLN sea la que inspire la unidad, el reencuentro y que trabaje por la justicia tan demandada por toda la ciudadanía. Debemos apostar por ello, dentro y fuera de Nicaragua, siendo centinelas de la lucha que acá yace intacta y que operadores políticos entorpecen. Otros nublan el panorama con malas intenciones, para ocupar espacios y llenarlos con desencanto en lugar de nuestras ansias de justicia y democracia.
Por otro lado, si ninguna de las personas que aspiran a la presidencia entra en contacto con quienes estamos en el exilio, solo será la prueba de que lo que ya sabíamos acá: el exiliado no le importa a los políticos electoreros nicaragüenses. Ni siquiera la Coalición Nacional tenía contemplado en sus estatutos que alguna organización del exilio formara parte de ella, hasta hace poco. Nuestro trabajo merece ser difundido y nuestras opiniones merecen ser tomadas en cuenta, pues muchos de los que acá estamos presentes participamos en construir esa ruta que lleva a la futura Nicaragua libre.
En efecto, al ser ‹‹uni-diversos›› como afirma Pablo Antonio Cuadra, el costo de la lucha dentro y fuera de Nicaragua es difícil. La experiencia de los exiliados no es fácil, sin embargo, seguimos creyendo que es posible una Nicaragua en donde no duela nunca más respirar. Es tarea de todos sentar las bases para refundar nuestra República. Mientras llega ese momento, sigamos desde esta plaza pública, rodeandonos de ciudadanos para quienes la patria debe ser sinónimo de libertad.